En su libro El cerebro emocional, LeDoux explica cómo se originó su interés por este estudio: “Mi padre era carnicero, y yo pasé la mayor parte de mi niñez alrededor de la carne. A temprana edad aprendí cómo se ve el interior de una vaca; la parte que más me interesaba era el viscoso y arrugado cerebro. Ahora, muchos años más tarde, paso mis días –y algunas noches– tratando de descubrir cómo funcionan los cerebros; y lo que más quiero saber acerca de ellos es cómo producen las emociones”. Pero todo lo que tiene de osado al abordar en su libro cuestiones como el amor, la alegría o la tristeza lo tiene de cauto en esta entrevista para no ir más allá de lo científicamente demostrado.
–Decir de una persona que es más emocional que racional puede tener un matiz peyorativo. Pero en los últimos años lo emocional parece haber experimentado cierta rehabilitación. ¿Por qué?
–En la ciencia ha sido muy difícil estudiar la emoción. En cambio, los científicos pudieron estudiar la razón empezando a investigar la memoria, la percepción, la atención, y así fue posible hacer grandes progresos en la comprensión de estas cuestiones. Pero el concepto de emoción ha sido algo demasiado intangible, porque no hay nada más subjetivo en cuanto a percepción que la de una emoción. Lo que yo he tratado de demostrar es que es posible estudiar la emoción del modo en que se ha estudiado la razón; podemos analizar cómo el cerebro procesa estímulos emocionales para producir una respuesta emocional, dejando de lado todos los aspectos subjetivos. Lo que ocurre es que algunas personas nos dicen que entonces ya no estamos investigando la emoción. Pero a mí no me importa cómo la llamemos; lo que me interesa es estudiarla.
–¿Y qué es entonces la emoción para la ciencia? ¿En qué se diferencia de la idea que tiene de ella la gente de la calle?
–El conocimiento científico de la emoción de alguna manera contribuye a lo que el público en general considera como emoción. Me cuesta explicar esto sin un dibujo.
LeDoux coge entonces un papel y, tras dibujar la secuencia estímulo-amígdala-respuesta, explica que “el estímulo de miedo activa la amígdala que es la que produce la respuesta de miedo. ¿Entonces dónde está el sentimiento del miedo? En el pasado se pensaba que el estímulo producía el sentimiento de miedo y esto es lo que causaba la respuesta. Pero ahora pensamos que no es así, y que lo que ocurre es que el estímulo llega a la amígdala y a partir de ahí se produce por un lado la respuesta y por otro el sentimiento de miedo”.
–¿Qué faceta pesa más en la conducta, la racional o la emocional?
–Creo que la emoción es más fuerte que la razón, porque es fácil para la primera controlar la reflexión, y en cambio es muy difícil que el pensamiento racional controle la emoción. Cuando sentimos ansiedad o depresión, la razón puede decir basta, pero casi nunca consigue eliminarlas.
–¿Quiere decir que la emoción llega a controlar el pensamiento?
–Sí.
Coge de nuevo papel y lápiz y dibuja dos zonas del cerebro, el neocórtex y la amígdala, como dos polos enfrentados, y a continuación traza tres flechas que van del neocórtex a la amígdala y nueve que van en sentido contrario. Y argumenta: “Hay muchas más fibras nerviosas en este sentido –de la amígdala al córtex– que en este otro –al revés–. De modo que cuando se recurre al psicoterapeuta es para intentar reforzar mediante la palabra las señales que van del neocórtex a la amígdala. En cambio, la farmacoterapia ayuda a que las vías de comunicación que van de la amígdala al córtex tengan menos potencia, ayudando a debilitar las señales que van en este sentido”.
–¿Podemos decir que existe, aunque sea provisional, una teoría científica de las emociones que nos explica qué son y para qué sirven?
–Para saber cuál es el propósito de las emociones, tendríamos que leer la mente a lo largo de la evolución. Y, claro, no existe un registro fósil de las emociones.
–¿Pero para qué se supone que sirven las emociones?
–Con el miedo está claro, y lo único que yo estudio es el miedo (risas). Pero es mucho mejor ser concretos y específicos, porque si generalizas creas confusión en un área muy compleja como es ésta.
–¿Podemos hablar de emociones primarias y secundarias, o universales e individuales?
–Por una parte está el miedo a las serpientes, a las arañas o a objetos, como los ascensores. Son miedos primarios que pueden causar fobias. Existen también factores que no tienen un valor intrínseco amenazante, como puede ser la esquina de una calle de Barcelona, pero en la que te han asaltado, de forma que los nuevos estímulos crean nuevos miedos. Éstas son respuestas básicas. Pero luego existen otros miedos secundarios, como el miedo a tener miedo, que son tipos de emociones completamente distintas.
–¿Y qué hay respecto a otro tipo de emociones supuestamente básicas como la alegría o la tristeza?
–Yo no hablo de esas emociones, porque sólo he estudiado el miedo, y lo estudio porque es práctico. Durante décadas, la investigación era muy difícil, ya que no existía un concepto de emoción. Pero gracias a que nos hemos concentrado en una única emoción y nos hemos mantenido muy enfocados en ella, hemos podido avanzar.
–¿Son iguales los miedos de hombres y mujeres?
–Se han hecho investigaciones sobre las diferencias entre el miedo de hombres y mujeres, lamentablemente yo no estoy muy familiarizado con ellas.
–Pero parece que existen.
–No he examinado este tema, no he leído la literatura al respecto. Sé que existen diferencias en el miedo entre ratas macho y hembra, y esto está relacionado con las hormonas. Pero no sé qué relación tendría esto con las diferencias entre los miedos de hombres y mujeres.
–¿Cree que todas estas investigaciones redundarán en fármacos o píldoras contra el miedo, por ejemplo, pero también contra otro tipo de emociones?
–Mi trabajo de investigación en particular no nos conducirá a una píldora, pero quizá el de otros sí.
–¿Está la timidez relacionada con el miedo? ¿Podría existir una píldora contra la timidez?
–Humm. Es una noticia que se ha podido leer en los periódicos.
–¿Y esa píldora qué hacía?
–Actúa sobre la serotonina (un neurotrasmisor cerebral). Sí podría ser posible, pues si se reduce el miedo y la ansiedad se tiende a ser menos tímido. Pero es difícil responder, porque no sabemos cómo la investigación sobre animales podrá ser traducida a los seres humanos. Tampoco sabemos si vale la pena que un niño tímido, por ejemplo, lo sea menos pero viva con un sistema de serotonina alterado. Ni qué consecuencias traería tomar píldoras de este tipo durante, pongamos, 20 años.
–La premio Nobel Rita Levi-Montalcini decía que cerebro y mente son la misma cosa. Otro neurocientífico insigne, Antonio Damasio, en su libro El error de Descartes establece la ecuación de que mente es igual a cerebro más cuerpo. ¿Usted qué dice?
–Yo no creo que el cuerpo necesariamente deba ser incluido en esa ecuación, porque entonces podríamos decir que el cuerpo simplemente refleja la reacción del cerebro. Si incluimos el cuerpo podríamos añadir el entorno y al final resulta que todo influye sobre la mente. Yo diría más bien que la mente es un aspecto de la función del cerebro, pero algunos de estos aspectos no son mente.
–¿Cómo se podría explicar para qué sirve la amígdala? ¿Se puede vivir sin amígdala?
–Sí, hay gente que vive sin amígdala, pero es complicado explicar para qué sirve. La amígdala es útil para desencadenar respuestas rápidas ante situaciones de peligro. Pero seguramente es mucho más dañino extraer la amígdala de una rata que de una persona, porque una persona puede conceptualizar el peligro y formular un plan para reaccionar ante él. De modo que si está enfrentada a un peligro, sabe que lo es y lo racionaliza. Digamos que las personas pueden no tener la respuesta instintiva pero sí la cognitiva que compensa la falta de la amígdala. Y mientras antes pierdes la amígdala en tu vida más tiempo tienes para compensar su pérdida.
–En esta década de los noventa que ahora concluye y que fue proclamada como década del cerebro, ¿qué pasos se han dado en la comprensión de este órgano?
–Creo que se ha hecho un gran progreso en la biología de la memoria, la emoción o la genética molecular de ciertas enfermedades, como la Corea de Huntington. Se ha hecho además un avance importantísimo en la comprensión del desarrollo cerebral. Ahora sabemos que el cerebro tiene capacidad de generar nuevas neuronas en algunas áreas, y esto puede conducirnos a desarrollar terapias contra enfermedades como el mal de Parkinson o los trastornos de la memoria.
–¿Cree que se podría conseguir en los próximos años una teoría global del cerebro? ¿Qué aportación le gustaría hacer?
–Pienso que actualmente existe demasiada fragmentación. Existen módulos distintos para la memoria, para la cognición, para la emoción... Y creo que lo que necesitamos es integrarlos. En estos momentos estoy escribiendo un nuevo libro que de alguna manera intenta hacerlo y se titula El yo sináptico.
Esta entrevista fue publicada en enero de 2000, en el número 224 de MUY Interesante.