lunes, 15 de octubre de 2012

La Sabiduría de las Emociones, Norberto Levy



“A veces nos sentimos desbordados por emociones como el miedo, la ira, los celos, la culpa o incluso la alegría. Creemos que amenazan nuestra paz interior, y por eso a menudo preferimos ignorarlas. Pero las emociones en realidad son valiosos mensajes cifrados que nos dicen mucho sobre nosotros mismos. Si aprendemos a escucharlas y a dialogar con ellas, nos abrirán un nuevo horizonte vital, lleno de serenidad y mayor compresión de quienes somos”.
El miedo, el enojo, la culpa, la envidia, la vergüenza, son emociones que todos conocemos y que alguna vez hemos sentido. Cuando no sabemos que hacer con ellas, cuando no hemos aprendido a ver qué problemas nos señalan y cómo resolverlos, se convierten entonces en puro padecimiento. Pero no es su único destino. Como en el plano físico, en el que cada órgano cumple una función específica y necesaria, en el universo emocional cada emoción cumple también una función de igual importancia.

Señales vitales

Una emoción es una tonalidad anímica. Ciertas emociones nos informan de lo que “tenemos”, como la alegría, la gratitud, la confianza o la solidaridad, y naturalmente son emociones agradables. Otras nos informan acerca de algo que nos falta, como la tristeza, el miedo, la envidia o la culpa. Estas emociones son, sin duda, dolorosas y por una confusión respecto a ellas las solemos llamar “negativas”, cuando en realidad no los son. Por el contrario, todas las emociones dolorosas son valiosísimas señales que nos remiten a problemas que estamos experimentando en ese momento. Por ejemplo, la envidia se define como un agudo dolor que es activado por la percepción de alguien que ha alcanzado algo que deseamos y no tenemos y que nos remite a nuestros propios deseos insatisfechos.

En este sentido podemos comparar a cada una de las emociones con la luz roja del salpicadero del automóvil que se enciende y nos indica que queda poca gasolina. Sin duda es desagradable y eventualmente doloroso encontrarse con la luz roja, sobre todo si estoy en medio de la carretera y desconozco dónde está la próxima gasolinera. Pero es necesario distinguir que el problema no es la luz sino lo que pone en evidencia: la falta de combustible.

Mente y emociones

La mente tiene un papel destacado en la gestión de nuestras emociones. Está en continua interacción con ellas y con frecuencia quieren cosas diferentes: “Quiero acercarme a tal persona y la mente me frena”… “Quiero mudarme de casa y la razón se opone”.

Los diálogos internos nos han hecho creer de forma errónea que entre mente y emociones existe un antagonismo natural. Y esta conclusión errónea complica aún más las cosas. Al no saber que hacer con las emociones, intentamos resolver los problemas que ellas nos presentan dominándolas o suprimiéndolas. Por ejemplo, estoy en una reunión de trabajo, me siento triste y tengo ganas de llorar. La mente inmadura dice: “¡cómo vas a llorar aquí… estás loco…! Siempre tú con tus necesidades extrañas… déjate de tonterías y presta atención a lo que dicen!”.

Sin embargo, la relación esencial entre la mente y las emociones es de complementariedad. La función de la mente es coordinar y posibilitar las emociones y éste es, precisamente, un rasgo de madurez. Cuando la mente ha alcanzado esa madurez, ante la situación del ejemplo anterior responde: “Llorar aquí es difícil, se te va a hacer todo más complicado. Te propongo irnos lo antes posible y que cuando lleguemos a casa llores todo lo que necesitas, ¿qué te parece?”. La mente madura reconoce la realidad del impulso emocional y lo respeta, evalúa las condiciones externas y sobre esa base propone algo. Propone pero no ordena.
Cuando padecemos una emoción dolorosa crónica eso nos indica una actitud inadecuada de la mente que evalúa la realidad, o al menos parte de ella, de forma errónea. Es entonces cuando transformar ese juicio se convierte en algo muy necesario. Por ejemplo, si tratamos siempre de reprimir nuestro enfado consecuencia de que deseamos ser tranquilos y seguros, la mente rechazará aquello que no coincide con nuestro ideal sobre nosotros mismos.

Nosotros somos tanto nuestra mente como nuestras emociones. Nuestro destino “psicológico” dependerá de la relación que establezcamos entre ellas: podrá ser un camino en el que predomine la insatisfacción y el sufrimiento o, por el contrario, un camino que recorramos tranquilos, aprendiendo y con la paz emocional que produce el sentirnos sabia y amorosamente respaldados (por nosotros mismos).