En los años 90 dos psicólogos norteamericanos, Peter Salovey y John Mayer, dieron nombre a una facultad primordial del comportamiento humano que tiene que ver con la forma como nos adaptamos a las contingencias de la vida, denominándola “inteligencia emocional”. Hay dos pilares básicos en los que se fundamenta la inteligencia emocional: tomar contacto con lo que sentimos en cada momento y ponernos en el lugar del otro, para intentar comprender también lo que el otro siente. Sin embargo, esto por sí sólo no es suficiente; para desarrollar la inteligencia emocional necesitamos aprender a gestionar la información. Es decir, debemos visualizar con una nueva mirada ese conglomerado de pensamientos, imágenes, emociones y sentimientos que fluyen de forma incesante en nuestra mente, hasta transformarlo en una herramienta que nos ayude a canalizar el pensamientos y las acciones, de manera adecuada y según nuestros propósitos.Solamente cuando somos capaces de encausar los sentimientos, los pensamientos y las acciones de forma productiva, por voluntad propia y de acuerdo con nuestra realidad, en nosotros mismos a la vez que con el entorno, podemos decir que poseemos una adecuada inteligencia emocional. Como sabemos, el que una persona posea esta capacidad no significa que tenga un coeficiente intelectual alto, aunque puedan haber rarísimos casos en los que de forma innata se den ambas cosas. Lo más común es encontrar personas muy inteligentes intelectualmente pero incapaces de experimentar el bienestar en su vida, debido a las ataduras autoimpuestas provenientes de las propias inseguridades y/o de aquellos aspectos emocionales no resueltos. También hay personas que proyectan su vida de forma parcelada, utilizando o desarrollando sus recursos sólo en una faceta de su existencia, sobresaliendo en una área pero débiles o infelices en los demás aspectos; de ahí que se hable de inteligencia social, física, verbal, espiritual, etcétera. Otros en cambio, sin tener una inteligencia brillante, logran proyectar y concretar sus anhelos, encausar los cambios necesarios, innovar y desarrollar una vida personal, familiar y social de forma productiva a la vez que armónica.
Para comprender estos mecanismos que secundan nuestro despliegue en la vida, lo primero que debemos tener presente es que generalmente tan sólo el 10% de la información que circula por nuestra psiquis se relaciona con la experiencia presente -es el porcentaje de la actividad mental que denominamos consciente-; el 90% restante viene de nuestro pasado, aflorando desde el inconsciente: experiencias que van quedando registrada en la psiquis y que posteriormente emergen, transformadas en emociones, imágenes o pensamientos que condicionan nuestra forma de reaccionar y actuar. Por esto, a veces no comprendemos porque respondemos de una u otra forma ante una determinada situación, o porque tomamos una decisión y no otra.
En el artículo anterior explicaba de manera similar el mecanismo de la intuición, y es porque la intuición forma parte de la inteligencia emocional, necesaria para el desarrollo de nuestra vida y su proyección hacia el futuro. Por lo tanto, debemos tomar contacto con nuestras emociones ya que son una fuente de información importantísima, útil para nosotros mismos y para conducirnos en la vida. En su libro “El directivo emocionalmente inteligente” David R. Caruso y Peter Salovey exponen seis afirmaciones que deberíamos tener presente:
1. La emoción es información.
2. Podemos intentar ignorar la emoción, pero no podemos ignorar cómo actúa en nosotros o en los demás.
3. Ignorar la emoción no es tan bueno como se piensa comúnmente.
4. Las decisiones deben incorporar las emociones para que sean efectivas.
5. Las emociones siguen patrones lógicos, aunque no lo parezca.
6. Existen emociones universales, pero actúan de un modo específico en cada persona y según las circunstancias.
En otras palabras, a través de las emociones descubriremos un camino para explorar de forma honesta tanto nuestros recursos como las debilidades que poseemos y, al mismo tiempo encontraremos las fortalezas necesarias para redibujar y proyectar nuestra vida. Sin embargo, la mayoría de nosotros tendemos a procesar la información de la misma manera como nos la han entregado y ni siquiera intentamos averiguar si hay otras alternativas. Etiquetamos y organizamos todo con los patrones aprendidos: lo que sentimos, el pensamiento, lo que vemos e incluso las emociones.
Si logramos desestructurar esos patrones, intentando visualizar la vida, los miedos, el dolor, la enfermedad, las alegrías, la familia o los proyectos que tenemos desde otra perspectiva, desplegaremos una mirada distinta a la habitual, relacionaremos de otra forma los sucesos vividos, permitiendo que afloren nuevos canales de conocimiento y percepción; conseguiremos así romper con ese viciado código con el que nuestra mente acostumbra a funcionar.
Por eso también la creatividad es un componente de la inteligencia emocional, ya que nos permite explorar las cosas y los hechos desde una perspectiva diferente a la que estamos habituados, nos permite ir más allá de esa forma de pensamiento alienado, a la que la rutina del día a día y la sociedad en la que vivimos nos conducen. Según la experiencia que he tenido al impartir mis talleres, he corroborado cómo las personas que se han comprometido seriamente con el proceso experimentado en el taller, además de impresionarse a sí mismas por los logros estéticos o plásticos realizados, consiguen una proyección más honesta y más libre de su vida; de este modo, reforzados en su valía personal comienzan a visualizar cada día como un reto creativo, seguros de que poseen todos los recursos para enfrentarlo.
Pensar que “nada puedo cambiar” o “que mi vida es así y no hay más” no es la mejor forma de luchar por una existencia más plena. Tal vez no podamos cambiar algunas cosas o personas de nuestro alrededor -aunque les puedo asegurar que podemos mucho más de lo que creemos-, pero sin duda lo que sí podemos cambiar es el prisma con el que vemos las cosas. Además, al transformar la mirada nos liberamos y dejamos salir el amor y la sabiduría interior que poseemos. Es un buen comienzo ya que en este prisma se sustenta el sentimiento de la felicidad; a partir de ahí dependerá de nosotros hacia dónde queramos llevar nuestro personal proceso de transformación. ¡Os invito a dejar de lado la comodidad y los temores, buscad formas de transformar la mirada y cogeréis las riendas de vuestra vida!
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Patricia Abarca ... Matrona, Doctora en Bellas Artes