jueves, 27 de junio de 2013

"CINE Y SUEÑO: similitudes...y una diferencia", por Luis Teszkiewicz


Se apagan las luces, nos rodean las tinieblas. La sala, las butacas, nuestros acompañantes, quedan sumidos en la oscuridad. Un rectángulo iluminado concentra nuestra atención. Durante una hora y media o dos horas la ficción que se proyecta en el rectángulo se vestirá con las cualidades de la realidad, y nuestra realidad, la de que estamos sentados en la oscuridad, se difuminará en nuestra conciencia. Esa misma noche apagaremos la luz, cerraremos los ojos, nos dormiremos y el mundo exterior habrá desaparecido. Aparentemente nosotros, como sujetos, también habremos desaparecido; pero no totalmente, porque en el transcurso de la noche soñaremos.
En principio, las similitudes entre cine y sueño son muchas. También son muchas sus diferencias. Una, al menos aparentemente, parece la más evidente: del sueño sólo nosotros somos responsables ¿quién sino?

EL CINE COMO SUEÑO DIRIGIDO
En cambio, en el cine, sabemos que un conjunto de personas (guionista, director, productor) han programado esa suerte de realidad ficticia que es una película. La industria del cine es, como tantas veces se ha dicho, una “fábrica de sueños”, esos sueños fabricados, por tanto, no nos pertenecen; pero, desde el momento en que hemos pagado nuestra entrada, hemos aceptado voluntariamente dejarnos llevar por ellos. Sueño dirigido, entonces, con la ventaja de contar con nuestra conciencia adormecida.

CONDICIONES
Para que este fenómeno oniroide se realice, son necesarias, al menos, dos condiciones que no siempre se cumplen: PROYECCION (LUMIÈRE VS. EDISON).
La primer condición es una sala oscura, una butaca cómoda y una gran pantalla. Eso ya es bastante difícil. Las más de las veces (al menos si nos gusta ver las películas en versión original o no nos apetece ir al centro) vemos las películas en unos asientos bastantes incómodos y en una pantalla apenas más grande que la de nuestro televisor. O demasiado cómodos: en nuestra cama, pero en una pantalla aún más pequeña y con constantes interrupciones.
En cualquier caso, el cine, como hecho material, audiovisual, es el mismo. Pero entonces el inventor del cine es Edison, como sostienen los americanos, puesto que Edison inventó la “fotografía en movimienrto”, la película cinematográfica tal cual la conocemos.
Pero los europeos sostenemos que los inventores del “cinematógrafo” fueron los hermanos Lumière, y no creo que sea sólo cuestión de chauvinismo. Los hermanos Lumière inventaron la proyección cinematográfica, y el efecto fue muy diferente al logrado por Edison. Es de sobra conocida la anécdota de la primer proyección: al ver a un tren abalanzarse sobre la platea muchos espectadores salieron corriendo. La ilusión de realidad era perfecta, muy distinta a la del kinetoscopio de Edison: nadie salía corriendo al ver un tren por el pequeño visor.
Los espectadores del primer espectáculo Lumière no repararon en que la imagen era bidimensional, en blanco y negro, ni en que ese tren no hacía ruido. Percibieron un tren y huyeron. ¿Pero es tan sorprendente? Si soñamos que un tren se abalanza sobre nosotros, puede que no sepamos el color del tren, puede que no oigamos su sonido, pero lo más probable es que la angustia que sintamos sea real, porque el peligro que ese tren representa se nos presentifica como real. Si no salimos corriendo es porque nuestro cuerpo duerme.
Los espectadores del cinematógrafo Lumière estaban despiertos y reaccionaron con una acción motora. Después los espectadores aprendieron a quedarse sentados, pero desde sus orígenes el cine se mostró como un espectáculo capaz de producir “emociones fuertes”.
También quedó marcado, desde su nacimiento, por esta “impresión de realidad” que, como dice André Bazin, diferencia al cine “respecto al sistema tradicional de las artes”.
La segunda condición, aún más difícil de obtener que la primera, es que la película esté “bien hecha” CINE “BIEN HECHO” No me refiero a ninguna calidad o valor artístico, sino a que sea capaz de producir en nosotros la ilusión de realidad que se propone.
Desvanecida la ilusión de realidad de la ficción que se nos ofrece en la pantalla, perdemos todo interés en ella y nos vemos forzados a regresar a otra ilusión de realidad, a la de la ficción que constituye nuestras vidas. 
EL CINE (HECHO COMERCIAL-INDUSTRIAL) TIENE COMO MISIÓN FUNDAMENTAL LLENAR LAS SALAS: Para eso debe, ante todo, “satisfacernos”, “realizar” nuestros deseos, en primer lugar el deseo de “entretenernos”, “divertirnos”, es decir: descansar de nuestra vida cotidiana (como el sueño). Y, como el sueño, debe procurar que no “despertemos”, que en el cine equivaldría a desentendernos de la película y volver a la representación de la sala, de las butacas o de nuestras preocupaciones de la vigilia.

CINE E IDENTIFICACIÓN: Uno de los recursos más poderosos (sino el más poderoso) con que cuenta para ello es el de la identificación. Fenómeno extraño este de la identificación en el cine, por el que, sin dejar de ser totalmente nosotros mismos, somos también el héroe o heroína de la historia.
Tanto más extraño en cuanto este héroe o heroína, generalmente bello, y elegido por su belleza entre miles de aspirantes, atlético, sin un gramo de grasa y capaz de las mayores hazañas sin despeinarse, no se nos parece. Y, sin embargo, es una imagen especular en la que nos reconocemos (o nos desconocemos). Podría pensarse que la identificación sería más perfecta si el héroe fuera idéntico a nosotros, o, al menos, si participáramos de la ficción desde su mirada, pero no es así.
Partiendo de esta idea en la década del 40 se hizo una película (”La dama del lago”) íntegramente en lo que se llama “cámara subjetiva”, es decir que al protagonista no se lo veía nunca y toda la película se la veía desde sus ojos. Se esperaba que así el espectador viviera la película desde el lugar del protagonista.
El resultado fue el contrario: el público no encontraba en la pantalla a quién identificarse, perdía interés y se desentendía de la película. Nos identificamos con alguien que está en la pantalla, no fuera de ella. Esto sólo puede sorprender a quien desconozca los mecanismos de lo imaginario: En nuestros sueños, en nuestros recuerdos (verdaderos o falsos), en nuestras fantasías, estamos en escena, nos vemos ahí desde un punto de vista que no es el nuestro, sino el de una mirada que nos abarca…. Pero esto nos lleva un poco demasiado lejos.
PERO NO SÓLO NOS “IDENTIFICAMOS” CON LOS BUENOS. Lo que cualquier analista sabe, por experiencia, es que en el sueño el soñante no se representa sólo en su propia imagen, sino en la de cualquier personaje del sueño (o en un animal, o en un objeto, o en la acción misma).
Algo análogo ocurre en el cine: no sólo nos identificamos con “el bueno”, también podemos identificarnos (de hecho lo hacemos) con “los malos”, con personajes que rechazamos (aunque también tenemos la libertad de rechazar lo que, en una película, nos identifique en un lugar que no nos gusta.
De esta manera el cine nos permite realizar fantaseadamente cosas que de otra forma no aceptaríamos. Por ejemplo: ¿cuántas películas hemos visto en las que un policía se salta las leyes a la torera para detener un delincuente ante la mirada complaciente (y complacida) de un espectador que, probablemente, es un ciudadano escrupuloso y respetuoso de las leyes? ¿O cuántas personas pacíficas asisten alegremente a las masacres en cadena de “Rambo”? EL CINE Y LAS FANTASÍAS PERVERSAS (¡OJO CON EL TÉRMINO!): Tampoco esto es sorprendente.
Hace algo más de un siglo que Freud descubrió que los neuróticos (y para el psicoanálisis todos somos neuróticos, excepto los psicóticos y los perversos) producimos, consciente o inconscientemente, fantasías perversas, de todas las perversiones imaginables. Eso precisamente nos hace neuróticos (los perversos se limitan generalmente a una sola perversión y, en su caso, no es fantasía).
Cuando decimos que el cine realiza nuestras fantasías y nuestros deseos a estos deseos y estas fantasías nos referimos:

VOYERISMO: ¿QUÉ PASA CUANDO EL PERSONAJE NOS MIRA A LOS MIRONES? La más evidente de las fantasías “perversas” que el cine nos ofrece es el voyerismo: No hace falta recurrir al ejemplo más manifiesto, el de “La ventana indiscreta” de Hitchkock, en la que James Stewart se dedica a contemplar con un prismático a sus vecinos (y nosotros con él). Todas las películas son espectáculos para voyers: en ellas “espiamos” (sin ser vistos) escenas de intimidad sexual o psicológica, violencias físicas o psíquicas; vemos una historia y, de paso, satisfacemos nuestra pulsión de mirones. Por eso, quizás, cuando el personaje mira directamente a cámara y “descubre” nuestra mirada, siempre se produce una sensación de incomodidad, la ilusión de realidad se desvanece y despierta la conciencia de estar viendo una película.

SADISMO – “EL SILENCIO DE LOS CORDEROS” Si el voyerismo es consustancial al cine, otras fantasías perversas se cuelan en la historia. Señaladamente, y cada vez más, las escenas sádicas. Muchas películas contemporáneas están construidas en torno a la figura de un sádico, y los “buenos” son realmente personajes secundarios que se nos ofrecen para tranquilizar nuestras conciencias. De paso podemos identificarnos, a la vez, con la víctima y con el victimario (generalmente con la víctima conscientemente y con el victimario inconscientemente, quizás porque el masoquismo goza de mayor tolerancia social que el sadismo). Pero, sin llegar a esos extremos, casi todas las películas de consumo masivo dan múltiples oportunidades de descargar nuestros impulsos agresivos; mejor si el agresor es “bueno” y sus golpes y disparos están motivados por una “buena causa”.

PAIDOFILIA (“LOLITA”) FETICHISMO – ETC. Claro que si la violencia, o lo que sea, es excesiva, siempre podemos volver la cara, cerrar los ojos o salir del cine; pero tampoco es para tomárselo tan a la tremenda, después de todo es sólo una película…. ¿Nunca les ocurrió en medio de un sueño, cuando se vuelve demasiado angustioso, pensar “es sólo un sueño”? Es bastante común.
EL CINE EN LA CLÍNICA Freud propuso en 1900 a la interpretación de los sueños como el “camino real” para dirigirse al inconsciente. Las similitudes señaladas entre sueño y cine permiten también utilizar al cine en la clínica.

MUCHAS VECES UN PACIENTE NOS CUENTA ESPONTÁNEAMENTE UNA PELI. Recuerdo en particular que, hace ya muchos años, en una misma semana 3 pacientes me hablaron de “E.T.”, que habían visto en compañía de sus hijos. La película había movilizado recuerdos y fantasías infantiles, amigos imaginarios o reales perdidos, muñecas que volvían del olvido… no siempre el afecto producido se correspondía con una película aparentemente amable.

CLARO QUE EL SUEÑO ES INDIVIDUAL… Podemos decir que el sueño es una experiencia individual e intransferible, pero la visión de una película también lo es. Si a la salida de un cine pidiéramos al público que simplemente nos contara el argumento, encontraríamos diferencias y matices realmente significativos.

DIJIMOS QUE EL CINE ES UN SUEÑO DIRIGIDO, GUÍADO POR OTRO… ¿Y EL SUEÑO?. Dije al principio que el cine está hecho por otros y el sueño es creación nuestra, pero es ¿realmente así? ¿Acaso dirigimos nuestros sueños?, ¿no hacemos muchas veces en ellos cosas que despiertos no haríamos y que repugnan a nuestra conciencia o a nuestro pudor? Pero entonces ¿quién los dirige? Esa es la experiencia que propone el psicoanálisis: experimentar al Director y así, probablemente, hacer con nuestra vida, dentro de los límites que fija la realidad, nuestra propia película.

Fragmento de una conferencia sobre Cine y Psicoanálisis. Casa de América – Madrid – 1999