martes, 11 de noviembre de 2014

El Vínculo Afectivo, por Silvia Rojas y José Luis Pujol


Vivimos en un mundo relacional. No se puede concebir un individuo completamente solo, aislado de todo.
En última instancia tenemos que relacionarnos con nosotros mismos.
Gracias a un espejo, podemos ver la forma de nuestro rostro y de la misma manera, gracias al contacto con el otro y a la conciencia de uno mismo, podemos conocer cómo somos, cómo sentimos, qué sentimos y la actitud que tomamos.
El vínculo afectivo es el puente relacional que nos une al otro, nos permite conocerle y al mismo tiempo nos trae la posibilidad de conocernos. Es también misterioso, podemos saber qué enviamos a través de él, pero es difícil saber qué es lo que el otro percibe.
Conocer el vínculo afectivo es tener una perspectiva más cercana a las historias personales que a los intereses particulares, es una visión auténticamente global.
Relacionarnos con el mundo que nos rodea, implica establecer puentes que nos vinculan a personas, conceptos y cosas. 
El hecho de relacionarnos no implica necesariamente que tenga que haber un vínculo. Puedo relacionarme con el que me sirve los café en el bar y no por ello estoy vinculado. Es decir que relación no es igual que vínculo. El vínculo es más estrecho, implica conexión.
Generalmente no nos planteamos cómo nos relacionamos y cómo es el vínculo que nos une a otra persona. No sabemos cómo se ha construido ni qué parte hemos puesto para construirlo. Sólo sabemos que nos gusta estar con alguien.
¿Qué importancia representa respecto a todo el vínculo? Es decir, estamos vinculados pero no es un vínculo afectivo consciente. Se ha hecho con hilos de experiencia, con el roce y el deseo, pero no sabemos ni cómo ni cuando.
Creemos que el vínculo afectivo es la base de relación con nosotros mismos y con nuestro entorno, incluso con lo que aparentemente no tiene nada que ver con los afectos.
En un libro recientemente publicado, José  Antonio Marina defiende que, ”la naturaleza humana se define por tres grandes deseos: El deseo de bienestar personal, el deseo de relacionarse socialmente, formar parte de un grupo y ser aceptado, el deseo de ampliar las posibilidades de acción.”
Lo explica diciendo que necesitamos el placer, la comodidad, la seguridad; necesitamos querer y que nos quieran; y necesitamos crear, progresar, sentir que somos capaces.
También y según sus palabras, se arriesga a postular que, cuando conseguimos satisfacer los tres deseos al mismo tiempo, conseguimos la felicidad.
Para Edward Bach la misión en esta vida consiste en aprender una o dos lecciones maestras, las que nos harán sentir que hemos cumplido el objetivo de este día de colegio y por lo tanto la satisfacción de haber finalizado una etapa.
El vínculo siempre tiene dos partes y también dos direcciones. 
Si sólo tuviera una, sería otra cosa, una fantasía, una obsesión y entonces esta atadura sería con uno mismo.
Hablamos de dirección porque por ahí circulan los afectos. Sólo hay un vínculo y por dentro circulan varios afectos.
Imaginemos dos ordenadores conectados entre sí por un cable que contiene varios hilos por los cuales pasan diferentes informaciones de uno al otro y viceversa. Si los dos ordenadores no usan el mismo lenguaje, puede haber mensajes con errores, un mal funcionamiento o incluso el bloqueo parcial o total.
Lo mismo sucede con los seres humanos. 
El vínculo es igual que el cable y los diferentes sentimientos, emociones e ideas son los hilos, uno para cada afecto, que se agrupan por bloques similares de experiencia. 
La diferencia está en que los hilos del vínculo afectivo pueden influir y/o interferir entre sí, no están totalmente aislados y, además, no empieza con un grosor igual para siempre, se inicia como un hilo de sentimiento muy fino que a medida que la misma experiencia se repite, va cogiendo fuerza e intensidad.
Este vínculo puede ser muy fuerte si se le cuida y alimenta, pero en el abandono por laxitud, egoísmo o crueldad, se debilita, se distorsiona y se torna rígido, seco de afecto y se rompe.
El vínculo afectivo es la red que nos sostiene, nos da seguridad y también nos tambalea.
Cada sentimiento, cada actitud que se consolida en el tiempo, va formando los diferentes hilos que constituirán el vínculo, sean lazos armónicos o no.
Es fundamental proponerse crear vínculos afectivos conscientes, es decir, ser consciente que se está produciendo una relación que vincula; ser consciente de que empiezan a nacer afectos y que debemos saber lo que queremos, fortalecerlos si nos dan satisfacción y seguridad o resolverlos (si hay conflicto) y eliminarlos si resultan dolorosos y negativos para nuestra estabilidad y crecimiento.


Congreso SEDIBAC – 23‐24 Mayo 2009