miércoles, 28 de febrero de 2018

"Una Experiencia Chamánica"

En alguna parte, alguien contó este cuento y así oí yo decir:

Abatida la mujer por la imposibilidad de salir del círculo de la infelicidad, esperó quedar sola en casa y tirada como una muñeca de trapo sobre su sofá, lloró. Pero su llanto no era de aquellos cotidianos, no esa una simple llovizna de primavera, sino una tormenta de esas que sólo ocurren con décadas y hasta siglos de distancia. Ni ella misma lograba recordar haber llorado de ese modo y con esa intensidad. Pero no intentaba ni recordar ni pensar, porque la humedad de su tristeza mojaba todo lo que de su mente quisiera escapar.
Entumidos y engrillados se quedaban adosados a su cabeza los fracasos, las tristezas, las pérdidas, las humillaciones, las soledades, las carencias, las heridas, las desesperanzas. Y sólo conseguían aumentar el caudal de los mares, de los océanos en esa oscura noche de su alma. 
Un desamparo de meteorito sin órbita rodeaba su instante infernal y ya comenzaba a dormirse -o tal vez a morir- cuando escuchó una voz que le decía: tranquila.
Y sí, eso, de manera instantánea, la tranquilizó. Pero también la asustó. Abrió los ojos y más allá de la espesa cortina de lágrimas, aunque no vio, vio a un hombre sentado sobre la mesita de centro, estirando sus brazos hacia ella.
Ante estas cosas inexplicables, nadie se detiene a buscar explicación y fue así como ella sólo atinó a preguntar: ¿Y tú, còmo te llamas? Entonces recién pudo verlo con nitidez dentro de la locura que es estar mirando a alguien que no se ve. Amablemente, el hombre le respondió “puedes llamarme Carlos”.
Ella ya no lloraba, tampoco se compadecía de sí misma, estaba realmente en paz y entregada a lo que fuera que estaba sucediendo.
Le llamaba la atención el color de piel del hombre, tan oscura, pero con una tonalidad que ella no identificaba con la raza negra. También se fijó en lo delgado que era y en su hermosa sonrisa, blanca, impecable.
Luego él le dijo: no te desesperes, yo estoy esperándote.
Y se esfumó.
Pasaron los años y ella siempre recordó este evento como un delirio de su estado alterado por colapso emocional. Aunque siempre esperó, sin tener mucha conciencia de ello, a Carlos.
Pasaron los años, sí, y hubo más llantos de llovizna y también más y más días de sol.
Entre otoños y primaveras, sucedió que muchas veces fue invitada a acercarse al Chamanismo, pero ella no sentía que fuera algo que le hiciera vibrar –ella se mueve por la pasión y es ésta la tómbola que elige los caminos que recorre-.
Un día de verano, y como siempre en su vida, alguien movió los hilos de todas las cosas, a su favor. Y así fue que tuvo un fin de semana libre, que fue invitada generosamente a un taller sobre Chamanismo, que la tómbola paró en el número indicado y sin más, partió.
Hubo charla teórica, hubo café y galletas, hubo una interacción con buscadores que llegaron ahí con un propósito y su voluntad, no como ella que simplemente…estaba ahí.
El sonido del tambor fue como la entrada a un portal por el que ella se deslizó sintiéndose muy liviana. En su camino por montañas sobre nubes, recorrió muchos mundos y se encontró con maestros amorosos que le indicaban con sus manos estiradas, el camino a seguir. Y seguía, en un trayecto por el que no avanzaba en función del tiempo como lo conocemos.
De pronto se encontró ante una ciudadela que flotaba en los cielos y entró por un pasillo que al final tenía una especie de guardián. Lo reconoció de inmediato, era un dios o algo parecido, de la cultura de la India, y se le vino de inmediato a la cabeza el nombre “Ganesha”. Él, al igual que todos los personajes que se había encontrado en el camino, le indicó con su mano el camino a seguir, y lo hizo, custodiada por un hombre muy anciano vestido solo por un tapabarros albo. Avanzó sólo un poco más y entro a un patio interior de unos pocos metros, circular y brillante. En el centro había una pileta de un par de metros de diámetro, sus aguas estaban cubiertas por flores de loto y sobre ella, flotando, o levitando, un hombre, sonriendo, la miraba. Ella aún no le dirigía directamente la mirada, sorprendida al constatar que las paredes de las construcciones que rodeaban la pileta, no eran sólidas, sino de ¡luz!

 Entonces, ella, creyendo que ya nada podría sorprenderla más, mira al rostro del hombre y reconoce a Carlos.
Ahí estaba la misma piel morena, ese hermoso color que tienen las personas de la India. Y esa misma delgadez característica. Sin lugar a dudas, era la misma ¿persona?
Entonces soltó “la cabeza” y se integró de modo natural a todo lo que estaba sucediendo. Sin resistencias ni ideas preconcebidas ella le preguntó: ¿eres tú mi Maestro? Y 3 veces él respondió “SI”
Y entonces ahí, en una ciudad colgando de las nubes, rodeada de paredes de luz sólida, conversando con su maestro que levitaba sobre flores y completamente dichosa, ella sintió Paz.
“Acá estaré siempre que necesites de mí. Estoy tan feliz de que hayas llegado. Te dije que estaba esperándote y así ha sido por mucho tiempo. Este es un momento precioso. Quiero decirte que mi nombre no es Carlos, sólo usé un nombre que pudiera no confundirte ni hacerte imaginar. Un nombre cualquiera. Eres curiosa, lo menos que esperé entonces fue que me preguntaras el nombre. Pero ya está. Yo soy Ananda, discípulo del Buda, tu Maestro Espiritual y Guía. No te pierdas en el temor ni en la desconfianza. Lo opuesto al miedo es el amor. Hay mucho miedo en ti que te paraliza. ¿Me preguntas cómo soltarlo? Ama. ¿Preguntas qué es el Amor? ¡Oh, querida! Tú lo sabes bien. Cuando estás frente a una persona que te va a consultar como terapeuta, tú estás en el punto más alto del amor. Y tú lo sabes. ¿Por qué preguntas? ¿A cuántas personas has acogido en el maternal fuero de tu alma? Cada vez que a tu consulta llega una persona desintegrada -como lo estuviste tú el día que te fui a conocer- y sale llena de esperanzas, lo que estás sintiendo es amor. Ahora, esa misma energía compasiva, amorosa, afectuosa, comprensiva y llena de alegría, viértela sobre ti misma. Y el miedo se irá. Cada cual está aquí para sí mismo y para los otros. Cada uno en su Misión. La tuya ya la conoces. Sencilla y generosa.
El Dar y el Recibir no tienen extremos, están en una espiral continua. Ahora anda y Escribe sobre todo esto”.
Ananda calló  y como aquél lejano día, estiró sus manos, pero esta vez, ella las recibió. Con las calideces de sus manos fundidas unas en las otras, se miraron sin decir palabra, sonriendo.
 Nuevamente hubo café y galletas y colores y risas y tanto, tanto por procesar.
Entonces ella llegó a casa y se puso a investigar sobre Ananda, uno de los discípulos del Buda, conocido por su sabiduría, también por interceder ante él para que las mujeres pudieran entrar a la orden budista. Poseedor de una gran memoria, fue convocado luego de la muerte de Buda con el propósito de recopilar y organizar su doctrina. Gracias a  sus recuerdos se confeccionó la segunda de las tres partes que componen las escrituras budistas oficiales. Y mucho mucho màs que a ella sòlo la hizo agradecer.

Nota 1: Lo que dice Internet sobre Ananda (que no se sabe si es verdad pero tiene sentido):
Fue así que Ananda se presentó al Concilio y, gracias a sus recuerdos, se confeccionó el Sutra-pitaka (lit.: ‘cesta de los discursos’), la segunda de las tres partes que componen el denominado Tripiṭaka o Canon Pali, que son las escrituras budistas oficiales.
En estas escrituras, en los cuatro primeros Nikayas, se puede leer frecuentemente la frase:
"Así oí yo decir" antes de las palabras de Buda; ese "yo" se supone que es pronunciado por Ananda quien se convertiría en el segundo sucesor de Buda, después de Mahākāśyapa.
El Canon Pali no menciona la muerte de Ananda, sin embargo, el célebre monje budista chino Fa Hsien, recogió en su peregrinación a la India una antigua tradición según la cual, cuando Ananda rondaba los 120 años, presintiendo su muerte, nombró como su sucesor a Śānavāsika y decidió realizar un viaje de Rājagṛha a Vesāli; una vez llegado allí, decidió alojarse en una isla en medio del Ganges.
Tan pronto los príncipes y habitantes de Vesāli se percataron de la presencia de Ananda, acudieron a verle desde una de las riberas del río; en la otra ribera, se presentaron el rey Ajātashatru (rey de Magadha) y su séquito, que habían ido tras Ananda desde Rājagṛha.
Unos y otros, le pedían a Ananda que fuera hacia su lado del río para morir y él, demostrando su gentileza y compasión, para evitar cualquier clase de disputa entre los dos bandos a causa suya, usó sus poderes psíquicos elevándose por los aires y haciendo que su cuerpo fuera consumido por el fuego para, finalmente, dejar que sus cenizas se dividieran cayendo a ambos lados del río.

Nota 2: Mis eternos agradecimientos a Mariella, maestra y amiga.






sábado, 17 de febrero de 2018

"Ecopedagogía: Cultivar la Intuición, la Imaginación, la Creatividad, la Sensibilidad de nuestros Niños a través de la Experiencia"


Hay un libro abierto siempre para todos los ojos: 
la Naturaleza. 

(Jean-Jacques Rousseau)

La educación tradicional solo ha hecho hincapié en los aspectos cognitivos de los niños, llegando incluso a creer que había un solo tipo de inteligencia y que esta podía medirse y resumirse en un número, en un afán de clasificación que nos permitiera tener la ilusión de que controlamos todo, incluso algo tan mágico y complejo como el ser humano en desarrollo.
La ecopedagogía cultiva especialmente otras capacidades humanas tales como la intuición, la imaginación, la creatividad, la estimulación sensorial y la sensibilidad a través de la experiencia. Con ello, estimula un profundo sentido de conexión con la vida, consigo mismo y con los demás que fomenta y desarrolla la capacidad de empatía y de responsabilidad.
Este nuevo enfoque cambia la filosofía de origen en la que hemos ido creciendo donde el ser humano es el centro del universo y la Tierra es una gran masa inerte, desprovista de vida, como una ingente despensa de víveres y riquezas materiales. Desde este lugar, estamos solos, aislados, profundamente desconectados y esto no nos ha salido gratis.
Nuestros niños van creciendo como pueden en burbujas casi herméticas con universos muy limitados y artificiales formados por pantallas, teclas y hormigón generando trastornos físicos y emocionales a los que damos respuesta con fármacos. Niños enfermos de una sociedad enferma, representan la consecuencia y el síntoma a la vez.
Como el resto de mamíferos, nuestros cerebros están diseñados para lo que se conoce como biofilia, es decir para relacionarnos con las demás especies, animales o vegetales. Se trata de una atracción genética por la vida, una tendencia innata a dar valor a lo que nos rodea y percibimos como vivo.
Educar y criar, alejando a los niños de lo que es innato en ellos, es ir contra su esencia, requiere de un entrenamiento largo y minucioso que solemos llamar “educación”.
Las consecuencias son fácilmente reconocibles, aunque no por ello menos trágicas: nuestros niños han perdido espontaneidad, suelen tener biorritmos alterados, problemas de sueño, sensibilidad limitada, fatiga sensorial y falta de movimiento, entre otros que suelen derivar en alteraciones de conducta y problemas de concentración, el famoso TDAH por ejemplo.
Los pediatras recomiendan exponer a los bebés a la luz solar al menos 15 minutos diarios, ya que es la mejor fuente de Vitamina D, imprescindible para el desarrollo. Numerosos estudios e investigaciones demuestran que la actividad no estructurada al aire libre actúa como un potente preventivo de los trastornos de conducta y que el TDAH mejora.
En la primera infancia, es decir desde el nacimiento hasta aproximadamente los siete años, los niños son poseedores aún de una conciencia mental pura, no necesitan proyectar ni clasificar ni etiquetar ni juzgar. Son capaces de relacionarse directamente a través de los sentidos: tocar, oler, saborear, escuchar, respirar… se trata de absorber el mundo de una forma más fluida y amplía, sin imposiciones artificiales que nada aportan pero sí limitan, como el aprendizaje de la lectoescritura antes de esa edad, típico de nuestra cultura.

“Los niños necesitan dominar el lenguaje de las cosas antes que el de las palabras”

Antes de los siete años, los niños deben correr, saltar, escalar, cuidar plantas y animales, jugar con agua y arena, pintar, escuchar e inventar canciones, no aprender signos estructurados inmóviles entre paredes con pantallas digitales.
Los entornos naturales son idóneos como marco para el desarrollo de la creatividad, la impulsan desde su diversidad de materiales, texturas, colores y su ausencia de indicaciones sobre cómo deben usarse o jugar con ellos. Y la creatividad no sólo es eso que se necesita para pintar un cuadro o escribir un libro, es una capacidad imprescindible en el desarrollo de nuestros hijos porque les prepara para tolerar la ambigüedad, asumir riesgos y ser flexibles, es decir para una sana adaptación a los cambios y avatares de la vida, nada más y nada menos.
Nosotros, los padres, tenemos una irrenunciable responsabilidad en ello, tratando de educar desde la libertad y la humildad de saber, de sentir y transmitir que somos parte, no el todo.
Nuestro papel debiera ser más el de la aceptación serena e incondicional, la confianza en que cuentan con los recursos que necesitan para ser quienes quieran ser, interesarnos honestamente por sus cosas, asegurar que cada día disponen de tiempo libre para jugar, dejar que se aburran sin caer en la pantalla, darles muchas, muchas posibilidades de conexión con la naturaleza, con los otros (humanos, no humanos, plantas, minerales…), evitar organizar su tiempo como si la agenda de un ministro se tratara, no interferir ni dirigir sus juegos, no impedirles que se sienten en el suelo, que caminen descalzos, que toquen, que se manchen, que desordenen… para construir su mundo, primero necesitan “destruir” el nuestro. Sino, se limitarán a copiarlo desde la obediente sumisión, dejándose a sí mismos por el camino.
Seamos facilitadores, no adiestradores. Devolvamos a nuestros niños lo que les pertenece, su conexión con la Tierra de la que son hijos, su innata curiosidad por lo vivo, su tendencia humana al cuidado de otro, a la generosidad, a la empatía, despertando sus sentidos a una sensibilidad diferente, plena, conectada, responsable.
Y de paso, dejémonos llevar nosotros también por esa energía no contaminada que cada día nos regalan tan generosa y abundantemente.

Fuente: 
https://elpais.com/elpais/2017/06/13/mamas_papas/1497350778_146220.html

domingo, 11 de febrero de 2018

"El cuento de Buda y Ananda: La Claridad de las Aguas"


En un caluroso día de verano, Siddhartha Gautama estaba atravesando un bosque junto a su principal discípulo, Ananda. Sediento, el Buda se dirigió a su acompañante:
-Ananda, hace algo más de una hora cruzamos un arroyo. Por favor, toma mi cuenco y tráeme un poco de agua. Me siento muy cansado — el Buda había envejecido.
Así lo hizo Ananda. Deshizo sus pasos, pero cuando llegó al arroyo, acababan de cruzarlo unas carretas tiradas por bueyes que habían removido las hojas muertas y el cieno, enturbiado el agua y convirtiéndolo en un lodazal. Este agua ya no se podía beber; estaba demasiado sucia. Así que Ananda regresó junto a su maestro, con el cuenco vacío.
-Tendrás que esperar un poco — dijo Ananda — . Iré por delante. He oído que a sólo cuatro o cinco kilómetros de aquí hay un gran río. Traeré el agua de allí.
Pero Buda insistió:
-Regresa y tráeme el agua de ese arroyo.
Ananda quedó perplejo, no podía entender la insistencia, pero si su maestro lo solicitaba, él, como discípulo, debía obedecer. Así que volvió a tomar el cuenco en sus manos y se dispuso a iniciar el camino de regreso al arroyo.
-Y no regreses si el agua sigue estando sucia — dijo Buda — . No hagas nada, no te metas en el arroyo. Simplemente siéntate en la orilla en silencio y observa. Antes o después el agua volverá a aclararse, y entonces podrás llenar el cuenco.
Molesto, Ananda volvió hasta allí, descubriendo que su maestro tenía razón. Aunque aún seguía algo turbia, el agua estaba visiblemente más clara. De modo que se sentó en la orilla, observando pacientemente el flujo del río.
Poco a poco, el agua se tornó cristalina. Ananda tomó el cuenco y lo llenó de agua, y mientras lo hacía, comprendió que había un mensaje en todo esto. Ahora podía comprender.
Rebosante de júbilo, Ananda regresó bailando hasta donde estaba Buda, entregándole el cuenco y postrándose a los pies de su maestro para darle las gracias.
-Soy yo quien debería darte las gracias, me has traído el agua — dijo Buda.
-Volví enojado al río — contestó Ananda — , pero sentado en la orilla, he visto como mi mente se aclaraba, al igual que el agua del arroyo. Si hubiera entrado en la corriente, se habría enturbiado de nuevo. Si salto dentro de la mente, genero confusión, empiezan a aparecer problemas. He comprendido que puedo sentarme en la orilla de mi mente, observando todo lo que arrastra: sus hojas muertas, sus dolores, sus heridas, sus deseos… Despreocupado y atento, me sentaré en la orilla y esperaré hasta que se aclare. Por eso, maestro, yo te doy las gracias.