Un rasgo esencial del Chicory es el amor entre las personas, ya que, nos enseña el valor de la cercanía, el contacto y el cuidado en una relación afectiva interpersonal. Este movimiento de aprender a encontrar y conocer el amor dentro de nosotros fluyendo hacia el otro, constituye una experiencia fundante, en el sentido, de que nos enlaza con el hecho de que la evolución y el crecimiento sólo se producen en relación, que los vínculos son la esencia de la existencia y, en ese sentido, el Chicory resulta un excelente maestro para el Water Violet.
Por todos es conocido el costado vulnerable del Chicory: su posesividad, su apego, la sobreprotección con la cual encubre el ansia de dominar al otro, su temor a la perdida, la exclusión y el rechazo, su afán de figuración y protagonismo. De manera que no vamos a insistir en estos aspectos sino a referirnos a ciertas emociones, en especial la envidia y su polaridad emocional la admiración, que tejen en el corazón del Chicory una telaraña que le impide construir una vida independiente a partir de sí mismos. Es que, por la razón que sea, lo que hacen permanentemente es ser solo desde la envida o la admiración, desde la opacidad de hablar mal de otros o reverenciarlos, desde la confrontación o la aceptación, pero nunca desde el centro de ellos mismos.
La envidia en el Chícory
La envidia guarda una relación estrecha con la gula y el Chicory es un glotón empedernido tanto de los dulces comestibles como de los elogios y reconocimientos que son como bombones para su ego. Tanto afán por lo azucarado esconde una fuente de amargura que lo lleva a envidiar lo que otros tienen, hacen o son, sin darse cuenta que en este simple acto están mostrando que reconoce inconscientemente el valor del otro. Sólo se envidia lo que se considera valioso, solo se intenta destruir y desacreditar aquello que se admira.
Al envidioso le afecta la prosperidad, la felicidad y el éxito del otro. El bienestar ajeno lo irrita, lo angustia y lo desespera. Quiere apoderarse de todo ese valor, porque detrás de la envidia se puede reconocer la presencia de una adictiva y desmesurada codicia, que el Willow la desarrolla a partir de una percepción impersonal y el Chicory sólo en relación a alguien que ama o admira. De manera que, la envidia, puede ser considerada como el lado siniestro de la admiración y que el envidioso despliega su acción frente al desamparo de sentir ser nadie entre los otros y, con sus ataques, lo que busca es justamente esto: reconocimiento, ser alguien, estar en el escenario, ocupar el lugar de quien quiere destruir con sus ataques envidiosos.
Es por esto que la Psicología enseña, largamente, que detrás de la envidia hay fuertes incapacidades anímicas, complejo de inferioridad, inseguridad, egolatría, capricho, infantilismo y, sobre todo, una falta de esperanza de alcanzar lo que se envidia.
Frente a esta condición uno de los mecanismos envidiosos que el Chicory desarrolla es la malevolencia de la palabra: hablar mal de otro, tratar de destruirlo y descalificarlo utilizando información de su vida privada, no respetando la intimidad ajena, distorsionando la realidad, tratando de socavar las amistades que los otros tienen entre si, intentando desunir y separar.
Esta conducta no sólo no se reduce al “decir” sino, también, a poner en boca de la persona a la cual se envidia comentarios sobre otros (generalmente negativos) para así fomentar desconfianza, inquina y animadversión. Y, cuando no consigue encontrar “esqueletos en los armarios”, es decir historias sobre las cuales fundar sus ataques envidiosos, las inventa psicopáticamente. Entonces, nos enfrentamos, para decirlo con una metáfora astrológica, con un Chicory que tiene un Vine en su ascendente. Del mismo modo, cuando encubre la envidia tras una causa, en la cual se ofrece como salvador o rescatador, nos vemos con un Chicory con ascendente Vervain. Imaginemos este trilema floral funcionando en conjunto.
Entonces, el Chícory es un chismoso, una alegre comadre, un metiche, que mediante su palabra quiere envenenar y enturbiar las obras ajenas. Obras son amores y no buenas razones, decía mi abuela. Todos los seres humanos tienen sombras y luces pero el Chicory sólo se detiene y fija en las obscuridades del otro, ya que, a causa de su miserable condición de incapacidad, proyecta en el afuera su propio infierno personal.
La envidia, como emoción Chicory, reclama reliquias, trofeos, víctimas sobre los cuales sostener su identidad. Su impotencia para admirar y modelar con gratitud al otro lo vuelve afanoso y activo con sus torcidas intenciones. Pero aún cuando pueda enterrar con sus acciones la virtud ajena, ella permanecerá viva. Nunca la codicia de la envidia Chicory podrá, aunque lo intente, mostrar otra cosa que su propia pobreza personal.
La curación de la envidia
Sin embargo, la aniquilación del otro, de sus logros o sus obras, no es la finalidad última de la envidia. De lo que realmente se trata, en esta emoción, es de la imperiosa exigencia de borrar un espejo que, al mirarnos, nos produce mucho dolor. ¿Por qué? Por que ese espejo nos coteja con lo que deseamos y no somos o no fuimos capaces de realizar, de modo que, destruir al otro es el medio para romper este testigo y extirpar la presencia de una verdad que duele: ojos que no ven corazón que no siente. Puesta así la envidia no sólo indica amargura, odio, rabia, rencor, sino penuria, impotencia, desesperación y carencia.
Al agraviar, ofender, hablar mal del otro, el Chicory descarga en estallidos su dolor y, al mismo tiempo, pone en evidencia su sentimiento negado de inferioridad ante el otro. Para él, la sola existencia del otro es motivo suficiente para percibirse humillado y esto es lo que intenta evitar hacer consciente.
La cura de esta emoción mal aspectada consiste en reconocer este rasgo carencial y su relación con episodios infantiles de los cuales la situación actual es una repetición. Para ello, el Chicory brinda una ayuda importante y nos permite descubrir que en la misma energía inadecuada de la envidia esta su penitencia y su virtud. Después de todo la energía envidiosa es la que, transformada, sirve de base al proceso de modelaje que permite incorporar lo valioso que el otro tiene y hacerlo parte nuestra. La consecuencia es la gratitud: “no importa lo que haya pasado entre nosotros, de ti aprendí y por eso estoy agradecido.”
Cuando observamos la acción de esta esencia en esta dirección, también, podemos descubrir que nosotros, los terapeutas, no estamos exentos de envidiar, no sólo a nuestros colegas, maestros y sus variedades admirables, sino a nuestros propios pacientes. La envidia, como cualquier otra emoción, es un camino y una maestra poderosa en el sendero de la evolución que nos señala la presencia de un deseo que ha quedado sin cumplir. La pregunta es si se trata de un deseo del Alma o una necesidad de la personalidad. En este último caso aparece como un apego para ser aniquilado, en el primero como un mandato de vida que nos falta realizar.