martes, 26 de noviembre de 2013

El Amor como Historia, por Eduardo Grecco.



Así como el amor posee un carácter mítico, desde donde nace su fuerza convocante, también puede ser visto como una historia. De hecho es común oír hablar de “historias de amor”.
En tanto historia, el amor es la narración de sucesos entre seres que se aman. Tristán e Isolda o Romeo y Julieta, son historias en las cuales lo importante no es si se trata del orden de lo verdaderamente sucedido, aunque se pueda mostrar el balcón de Verona o cualquier otro sitio consagrado por el imaginario colectivo.
La “historia” que interesa, en el amor, es aquella en la cual los acaeceres que narra no se corresponden a ninguna realidad objetiva, ya que los “hechos históricos de esa relación” son lo que, según quien cuenta, son constituidos como tales. Lo que vale no es lo que al hombre le sucede con el amor, sino lo que hace con lo que le sucede; lo que vale no son los hechos en si mismos sino como fueron vividos por sus participantes. Los hechos de amor no le acontecen al hombre sino que el hombre le acontece a los hechos. Dicho de otra manera, una relación de amor o de sexo nunca es un tema abstracto, sino continua resignificación. ¿Qué quiere decir esto?
El significado que una persona atribuye a un conjunto de experiencias eróticas, en un tiempo dado, depende de los mitos, creencias y cosmovisiones interiores que hacen que lea los acontecimientos que atraviesa de una determinada manera, con un cierto cristal. Seguramente, a medida que el tiempo transcurre y la arena se escurre, esta lectura se va modificando y cambiando de sentido hasta un punto que resulta imposible reconocer el original. A veces, inclusive, el olvido carcome al recuerdo y las vivencias se vuelven humo.
¿Por qué algunas vivencias de amor permanecen en la memoria y otras se olvidan? Así como, en lo colectivo, el relato de Romeo y Julieta pervive porque atisba la arqueología arquetípica del espíritu humano y es un símbolo vivo de un rito de amor, así en las vidas individuales cuando un amor o un encuentro sexual roza o muerde los patrones vinculares inconscientes, construidos a lo largo de una historia, perdura en el recuerdo. Esta permanencia da lugar a que los vientos de la imaginación, la emoción y el corazón vayan transformando, al compás del transcurrir del tiempo, el registro de lo sucedido de acuerdo a las necesidades internas de cada persona haciendo que nunca los recuerdos sean expresión de una foto congelada sino más similar a una reconstrucción en movimiento que muy poco tiene que ver con el suceso de partida.
Cada persona imagina lo que anhela ser y lo que anhela concretar en una relación y va reescribiendo lo que vive por el tamiz de este sueño. Después de todo, el hombre es más auténtico cuanto más se asemeja al ideal que sueña ser.

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