sábado, 19 de agosto de 2017

"Emoción, Cerebro y Estómago"


Un “segundo cerebro” funciona en el estómago y regula emociones. Su red neuronal no elabora pensamientos, pero influye en el estado de ánimo y hasta en el sueño. Que se use la palabra “entripado” para referirse a un enojo podría no ser del todo metafórico. Que el estómago “se cierre” en una situación estresante o que parezca poblado de mariposas ante el amor también tendría una explicación científica. El aparato digestivo está tapizado por una red de neuronas (células nerviosas) de tan amplio alcance que algunos científicos la han denominado “segundo cerebro”.
Ese cerebro, según estudios científicos, influye en nuestro estado de ánimo, carácter y hasta en el ritmo de sueño.
Michael Gershon, investigador de la Universidad de Columbia, y autor de El segundo cerebro (The Second Brain), un libro de referencia en las investigaciones sobre el tema, explica que, conocido técnicamente como sistema nervioso entérico, el segundo cerebro está compuesto por capas de neuronas ubicadas en las paredes del tubo intestinal, y que contiene unos 100 millones de neuronas. El pequeño cerebro que tenemos en las entrañas funciona en conexión con el grande, el del cráneo, y en parte, determina nuestro estado mental y tiene un papel clave en determinadas enfermedades que afectan otras partes del organismo.
Además de neuronas, en el aparato digestivo están presentes todos los tipos de neurotransmisores que existen en el cerebro. De hecho, el 95 por ciento de la serotonina, unos de los neurotransmisores más importantes del cuerpo, se encuentra en el intestino.
Sin embargo, aunque su influencia es amplia, se deben evitar confusiones: el segundo cerebro no es sede de pensamientos conscientes ni de toma de decisiones . Gran parte de la potencia neurológica del segundo cerebro se concentra en la ardua tarea diaria de la digestión. Gershon afirma que el bienestar emocional cotidiano quizá también dependa de mensajes que el cerebro intestinal envía al cerebro craneano.
Algunos científicos piensan que en un futuro, algunos padecimientos intestinales podrían tratarse con terapias aplicadas a nivel neuronal. De hecho, el síndrome de colon irritable en parte deriva de un exceso de serotonina en el intestino, y quizá podría ser considerado una “enfermedad mental” del segundo cerebro.
El científico Michael Gershon contó que ahora se sabe además que en el intestino hay células madre adultas que pueden reemplazar a las neuronas que mueren o son destruidas.  “El sistema nervioso entérico le habla al cerebro y este le responde.
El intestino puede afectar el humor, y la estimulación del nervio principal que conecta al cerebro con el intestino (el vago) puede ayudar a aliviar la depresión, y es usado para tratar la epilepsia”.
El estómago es una red extensa de neuronas (100 millones) interconectadas. Su estructura neuronal posee la capacidad de producir y liberar los mismos neurotransmisores, hormonas y moléculas químicas que produce el cerebro superior.
En nuestro sistema digestivo se produce y almacena el 90% de la serotonina de nuestro cuerpo; su función es esencial: absorción, aporte nutricional y movimientos musculares.
La famosa hormona de la felicidad (serotonina) la tenemos en el estómago, por eso debemos escuchar más al sistema digestivo. De cómo sintamos nuestro estómago depende nuestro ánimo. Si aprendemos a escuchar sus señales estaremos más sanos, perceptivos y equilibrados. Desde la digestión podemos influir en nuestras emociones. Hay una relación continua de intercambio de información entre los "dos cerebros". Un ejemplo: un estreñimiento crónico puede suponer una falta de serotonina, nos convierte en pesimistas y baja la líbido.
Al cuidar tu estómago, puedes mejorar tu estado de ánimo. Si empiezas a reconectar, sentir, entender lo que te sienta mal, ser consciente de lo que comes y cómo, en quince días notas un cambio. La gente que escucha sus tripas, se hace masajes y sabe comer, transmite más equilibrio, comprensión, paciencia y son más intuitivos.
Si mimamos y relajamos el abdomen nuestras neuronas estomacales producen benzodiazepinas, las moléculas que usamos como ansiolíticos para relajar e inducir el sueño y para descontracturar músculos. Hay muchas sustancias químicas que nosotros producimos y que si no somos capaces de liberar, manifestamos depresión, ansiedad o cansancio crónico.
Para liberarlas podemos comenzar con pequeños cambios: comer bien y con paz. Ir al baño sin prisa, unos 15 minutos. Nuestro intestino se mueve un centímetro al minuto, es una ola de movimiento muscular lenta, tranquila y equilibrada, hay que respetarlo. Es muy beneficioso hacer un automasaje en la tripa, movimientos muy suaves empezando por el lado derecho y avanzando en el sentido de las agujas del reloj; eso relaja el sistema digestivo. Hacer diariamente diez minutos de estiramientos.
A media tarde, cuando aparece el cansancio, respirar con la barriga durante diez minutos. Un vaso de agua caliente en ayunas con unas gotitas de limón o menta activa la función muscular del estómago, vesícula e intestino. De vez en cuando un fin de semana de depuración a base de batidos de verduras es aconsejable. Y ejercicio regular.
Del sistema digestivo también depende nuestra piel. Nuestro sistema digestivo representa el 70% de las defensas. Si uno come mal, tiene mucho estreñimiento o gastroenteritis, infecciones, o toma muchos antibióticos, se trastorna todo el tráfico, es decir la función de filtrar, defender, eliminar y absorber.
Cuando este sistema depurativo, el más grande del cuerpo, funciona mal, otro órgano, como la piel, coge su función. Las consecuencias son dermatitis, psoriasis, acné, piel atópica, manchas… síntomas cuyo origen en un 80% es intoxicación interna.
Hay una conexión directa entre el envejecimiento precoz y procesos degenerativos tanto de piel y articulaciones con la salud del estómago. Ya lo estudió Iliá Mechnikov, premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1908, la fermentación pútrida en el intestino es la razón principal del envejecimiento precoz. Y el estreñimiento y la putrefacción proteica están vinculados al desarrollo del cáncer y a los procesos degenerativos sistémicos prematuros. Si la célula esta bien nutrida e hidratada y mantiene adecuadamente el proceso de eliminación y desactivación de las toxinas y de los radicales libres, puede estar joven y activa durante mucho tiempo.
Con la vida que llevamos (sedentaria, estresada, alimentación cuya calidad no está muy controlada…) no eliminamos todo lo que ingresamos y por tanto absorbemos toxinas, sufrimos putrefacción, inflamación, intoxicación y bajan las defensas.
Es recomendable que de vez en cuando, durante un mes, se retiren de la dieta trigo, azúcar, lácteos y alcohol; y fuera cereales, salvo arroz, avena y algo de centeno.
Nuestro segundo cerebro no piensa, pero siente
Pensar que el intestino actúa como un segundo cerebro no es algo nuevo si vemos como piensan las culturas más orientales. Para ellos, el vientre era y es el centro de la energía vital del organismo, donde se integran mente y cuerpo.
El pequeño cerebro que tenemos en las entrañas funciona en conexión con el grande, el del cráneo, y en parte determina nuestro estado mental y tiene un papel clave en determinadas enfermedades que afectan otras partes del organismo. Además de neuronas, en el aparato digestivo están presentes todos los tipos de neurotransmisores que existen en el cerebro. De hecho, el 95 por ciento de la serotonina, unos de los neurotransmisores más importantes del cuerpo, se encuentra en el intestino.

Fuente: https://canalelsalvador.wordpress.com/2012/10/21/un-segundo-cerebro-funciona-en-el-abdomen-y-regula-las-emociones/

lunes, 14 de agosto de 2017

"Darse Cuenta, Despertar y hacer el Cambio. Ni tan fácil ni tan difícil"


Este cuento del médico, escritor y terapeuta de enfoque Gestalt, Jorge Bucay nos habla del proceso y de la importancia de tomar conciencia. 
Bucay lo titula “Darse Cuenta”, nombrando uno de los pilares en los que se apoya la terapia Gestalt e ilustrando muy bien una dificultad que nos es común a todos: tomar conciencia de lo propio o ajeno.
  • Primer día: me levanto una mañana, salgo de mi casa, hay un pozo en la vereda, no lo veo y me caigo en él.
  • Segundo día: salgo de mi casa, me olvido que hay un pozo en la vereda, y vuelvo a caer en él.
  • Tercer día: salgo de mi casa tratando de acordarme que hay un pozo en la vereda, sin embargo no lo recuerdo, y caigo en él.
  • Cuarto día: salgo de mi casa tratando de acordarme del pozo en la vereda, lo recuerdo, y a pesar de eso, no lo veo y caigo en él. 
  • Quinto día: salgo de mi casa, recuerdo que tengo que tener presente el pozo en la vereda y camino mirando al piso, y lo veo y a pesar de verlo, caigo en él. 
  • Sexto día: salgo de mi casa, recuerdo el pozo en la vereda, voy buscándolo con la vista, lo veo, intento saltarlo, pero caigo en él. 
  • Séptimo día: salgo de mi casa y veo el pozo, tomo carrera, salto, rozo con las puntas de mis pies el borde del otro lado, pero no es suficiente y caigo en él. 
  • Octavo día: salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, salto, ¡llego al otro lado! Me siento tan orgulloso de haberlo conseguido, que festejo dando saltos de alegría… y al hacerlo, caigo otra vez en el pozo. 
  • Noveno día: salgo de mi casa, veo el pozo, tomo carrera, lo salto, y sigo mi camino. 
  • Décimo día: me doy cuenta recién hoy… ¡que es más cómodo caminar por la vereda de enfrente! 
¿Cuántas veces tenemos que caer en el mismo pozo para darnos cuenta de que existe? ¿Cuántas veces, a pesar de saber que existe, seguimos cayendo en él o en otros similares?


Tropezando con la misma piedra

Algunos dicen que la vida nos pone una y otra vez frente a aquello que necesitamos aprender y que hasta que no lo hacemos, seguimos tropezándonos con ello. Nos basemos o no en explicaciones más “espirituales”, lo cierto es que sin conciencia, sin el darnos cuenta, los pozos son invisibles a nuestros ojos.
Darnos cuenta es el primer e imprescindible paso para poder transformar, gestionar, superar, eliminar o aceptar algo.
Cada uno tenemos nuestros propios “pozos”, elementos que nos perjudican de una u otra forma: algunos de ellos son internos como los pensamientos, emociones o actitudes propias, y otros externos como algunas relaciones, personas o situaciones en las que nos vemos envueltos. En cualquier caso no siempre resulta sencillo percibirlos y aún menos, superarlos o transformarlos.
Todos funcionamos a partir de nuestro ego: máscaras, emociones, roles y mecanismos inconscientes que “saltan” de forma automática ante los estímulos externos. Buena parte de estos mecanismos son tan antiguos que se construyeron en nuestra infancia, otros más recientes aparecen como costumbres y defensas que se desarrollan a partir de lo que vamos viviendo.
Estos automatismos que nos empujan a responder siempre de la misma forma, hacen que la tarea de darnos cuenta y de aprender caminos distintos a veces resulte extremadamente complicada.


Dormir y despertar

La diferencia entre darnos cuenta o no, es tan grande como la que hay entre estar dormidos o despiertos. A pesar de que cuando soñamos sentimos que lo que estamos viviendo es real, ¡sólo cuando despertamos podemos darnos cuenta de que era un sueño!
Somos tan ajenos a los automatismos con los que funcionamos que nos acabamos confundiendo con ellos, llamándolos “forma de ser”, “carácter” o “personalidad”. Dentro de ese sueño creemos que escogemos libremente, pero sólo al despertar vemos que era una libertad ficticia, como un robot que funciona a partir de una programación que desconoce.
Sin el darse cuenta no existe ninguna opción. Hasta que el protagonista del cuento se da cuenta de que no se da cuenta del pozo, no tiene ninguna posibilidad de cambiar el automatismo que le hace caer en el. 
El psiquiatra escocés Ronald Laing dijo:
”El rango de lo que pensamos y hacemos está limitado por aquello de lo que no nos damos cuenta. Y es precisamente el hecho de no darnos cuenta de que no nos damos cuenta lo que impide que podamos hacer algo por cambiarlo. Hasta que nos demos cuenta de que no nos damos cuenta, seguirá moldeando nuestro pensamiento y nuestra acción”.
Nos desesperamos cuando nos vemos repitiendo ciertas actitudes, respuestas y emociones una y otra vez. Intentamos modificarlas en un plano superficial, creemos que con el simple hecho de entenderlas a nivel intelectual cambiarán o desaparecerán… y si bien el darse cuenta ocurre en el plano cognitivo en primer lugar, la maquinaria que mueve nuestros automatismos está instalada en un nivel más profundo. Si no trabajamos a ese nivel, nunca podremos liberarnos de ellos ni crear caminos alternativos.
“El despertar llega cuando nos damos cuenta de que no nos damos cuenta. Cuando podemos empezar a ver el piloto automático con el que funcionamos”


Dándome cuenta de que no me doy cuenta

El protagonista del cuento necesita nueve días para conseguir evitar caer en el pozo. Podemos tomar este período de tiempo como una forma de explicar que cuando necesitamos cambiar algo, hace falta pasar por un proceso, un tiempo más o menos largo que con las prisas de la sociedad actual no siempre estamos dispuestos a recorrer.
Si tomamos el cuento como ejemplo, podemos hacer una analogía aproximada entre lo que le sucede a su protagonista y un proceso de darse cuenta dentro de un marco de trabajo interno y/o con acompañamiento terapéutico:
Días 1, 2 y 3, darme cuenta del pozo: El primer paso es ser capaz de contactar con lo que me está pasando. ¡A pesar de que cada día ha caído en él, el protagonista necesita tres días para recordar que el pozo está ahí! Aunque parezca demasiado evidente, no siempre nos damos cuenta de que algo que nos ha acompañado durante más o menos tiempo, nos está perjudicando.
A veces sentimos que algo no anda bien sin percatarnos de qué es y otras, simplemente ni siquiera somos capaces de contactar con el daño que recibimos. Si no vemos el pozo, puede ser que tampoco veamos el daño que nos causa caer en él.
Días 4, 5 y 6, poniendo conciencia en el pozo: A pesar de recordar que el pozo está ahí, el protagonista sigue cayendo en él. Esto sucede cuando, a pesar de conocer algún elemento que repetimos o que sale “automáticamente”, no podemos evitar que aparezca. Por ejemplo: sentirnos atacados enseguida, callar algo que necesitamos decir, tener miedo o dudar ante todo, fumar, comer en exceso, etc…
Cada vez que nos encontramos dando la misma respuesta de siempre, al principio lo único que podemos hacer es aceptarla y tomar conciencia de ella, darnos cuenta de cómo nos hace sentir, para qué la usamos, cómo nos perjudica, etc…
Día 7, empezar a cambiar la respuesta: Una vez nos hemos dado cuenta, hemos puesto conciencia y hemos trabajado nuestra dificultad a nivel profundo (cuándo aparece, para qué nos sirve, su origen, etc..), se abre la posibilidad de empezar a cambiar la respuesta. De hecho, los pasos anteriores (conciencia, aceptación, trabajo) ya hacen que empiece a modificarse por sí sola.
Día 8, recaída: Como “la cabra tira al monte”, nuestra neura querrá volver a los automatismos de siempre (¡son mucho más cómodos!). A veces, cuando nos “relajamos” y creemos la dificultad ya está superada, resbalamos y volvemos a caer en el pozo. Un trabajo de conciencia requiere paciencia y constancia.
Día 9, consolidación: A partir de la conciencia y el trabajo en lo que nos perjudica, conseguimos afianzar las nuevas respuestas y saltar con destreza por encima del pozo. Eso no garantiza que no volvamos nunca más a caer en él, pero sí que varía su tamaño, profundidad, que sabemos de que existe, sabemos dónde está, cómo gestionarlo…
Día 10, una nueva mirada: Cuando estamos inmersos en un problema muchas veces no somos capaces de ver las distintas maneras en las que podemos abordarlo o solucionarlo. Por ayudarnos a ver otras opciones y nuevos puntos de vista, una ayuda profesional nos puede acortar el camino cuando nos enfrentarnos a nuestros “pozos”.

Cuando abrimos nuestra conciencia y nos damos cuenta, podemos observar que el camino que tomábamos sólo era uno de tantos, el único que éramos capaces de ver mientras estábamos “durmiendo”.
“Una persona que no se da cuenta sólo ve una manera de hacer las cosas”
El darse cuenta es una actitud, una mirada interna que debemos desplegar y mantener presente todo el tiempo que seamos capaces: estar atentos a lo que nos pasa, desarrollar una atención que nos ayude a despertar y a romper, poco a poco, ese sueño en el que andamos todos… hasta que somos capaces de despertar.

http://psicopedia.org/7241/darse-cuenta-jorge-bucay
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jueves, 10 de agosto de 2017

"El cuidado de la Vida Interior del Niño" Segunda Parte (Prevenir la Hiperactividad)


Si el niño recibe cuidado y dedicación por parte del adulto -como un acto sagrado-, un cuenco de paz y confianza  se irá generando en su interior.
Una vez comprendida la importancia del cuidado de la vida interior del niño, es momento de ver qué sucede cuando el niño crece sin esta dedicación.
El niño nace con la conciencia de que el mundo es bondad, amor y paz, pero si lo exterior le indica otra cosa, esta conciencia va transformándose, generándose temor, intranquilidad, desconfianza. En estos casos, el cuenco del que hablamos, no se forma. 

El niño comienza a crecer con un estado interior alterado, irritado, incómodo. Este niño no sabe lo que es estar tranquilo, pues nadie lo supo guiar hasta allí. Siente que el mundo es duro, que debe estar alerta, que debe saber defenderse, moverse y hacer un esfuerzo por encontrar el bienestar afuera de él.
El niño no tiene un lugar donde reposar dentro de sí mismo, donde encontrar estabilidad emocional y asistencia ante los hechos desagradables de la vida cotidiana.
Si algo le sucede a este niño, en la escuela, en la casa; si se lastima o se golpea, rápidamente el “equilibrio” se rompe.  Y no tiene donde recurrir, entonces, llora, no soporta lo que le está pasando, porque no tiene un lugar dentro de él donde refugiarse.
Se vuelve intolerante, pierde la paciencia, tan necesaria para saber esperar, para poder entender que las cosas no siempre son como se desean.
Si el niño no tolera su interior, ¿cómo podrá tolerar lo que recibe de afuera como “daño”?
¿Cómo podrá escuchar y tener paciencia, si dentro de él no hay un lugar donde pueda reposar mientras espera?.
Es fundamental que el niño confirme día a día que el mundo es bueno, ¿Cómo? A través del cuidado, amor, entrega y dedicación plena y sincera por parte del adulto. Y principalmente, a través de la tolerancia del adulto ante lo que el niño manifieste.

Hiperactividad

Si cuando llega la noche, cuando todo está en silencio, el niño se siente intranquilo, tal vez no se dé cuenta, pero en su interior no hay un refugio donde sostener su quietud y silencio, y hay en cambio un sentir desordenado, disconforme, inseguro. Obviamente querrá evitar de todas las maneras posibles sentirse así. 

Entonces estos niños no se permitirán estar en silencio, no se permitirán estar quietos, irán de aquí para allá, yendo hacia el exterior. No quieren sentirse porque eso les da terror, les hace sentir que están desprotegidos. Se alteran, se mueven, no se permiten el silencio, se vuelven adictos a la TV, a los juegos de computadora, a la música, todo esto los distrae y los mantiene en una conciencia artificial, no propia.
No pueden mantener la concentración porque nuevamente su conciencia se va hacia adentro, y adentro lo que hay no es bello, no es paz.
En relación a este tema Henning Köhler dice en el libro “Niños temerosos, tristes e inquietos”: 
“Durante el día la ocupación esencial de dichos niños es el rechazo al cansancio, y de por si, el rechazo, la oposición a todas las formas de serenidad y calma, puesto que durante el estado de tranquilidad la conciencia es llevada, conducida al propio cuerpo, y si los sentimientos que se producen son desagradables, los niños comienzan a moverse excesivamente, a correr, a charlar o a producir ruidos, a toquetear, a morderse las uñas, a hacer muecas. A menudo estos niños hasta desarrollan tics nerviosos. Prefieren un entorno ruidoso porque así desvían su atención. Estos niños son torpes, se lastiman constantemente. No miden sus movimientos, se golpean o golpean por sus brutas sacudidas.”
Evitan sentir este desagrado adormeciendo su conciencia ante la televisión o los videojuegos , y también consumiendo golosinas en exceso.
El mundo también está hiperactivo, vive en la superficie, no puede bajar porque ha perdido de vista lo esencial. Parte de la humanidad está caminando en círculo sin evolucionar, sin reflexionar, y muchas veces sin mirar los ojos de sus niños.
Los adultos se encuentran constantemente irritados, no saben descansar, contemplar, reposar, sentir bienestar, no hacer “nada”.  
Muchas veces el adulto hiperactivo exige al niño que no lo sea. Muchas veces el adulto intolerante, que no sabe esperar, que no tiene paciencia y que está la mayor parte del tiempo alterado por esto o aquello, le exige al niño quietud, concentración y paciencia.
Hemos enseñado de la boca para afuera, pero los niños de hoy nos muestran que eso no sirve para ellos, que no son como las generaciones anteriores a las que se les educaba mediante la prohibición, el castigo, el regaño, la amenaza, el miedo o la dureza.

 Cómo ayudar a estos niños

Todo, por más incorporado que parezca estar, puede revertirse y ser cambiado.
Para los niños que tienen dañada su interioridad, hay que ofrecerle posibilidades que promuevan y fortalezcan su espiritualidad.
Debemos prestar especial atención al cuidado del cuerpo del niño, esto incluye la alimentación y aquí hay que considerar que el niño no sólo se alimenta de los nutrientes sino de la energía con la cual fue elaborado dicho alimento.
Cuando hablamos de cuidado, muchas veces olvidamos las sutilezas, siendo éstas  las que más afectan a la vida anímica del niño. Considerar el cuidado de lo sutil es una tarea diaria.
Debemos respetar la hora del sueño, de las comidas, el momento del juego, el momento de hacer la tarea, el momento del cuento. Es importante que el niño se sienta contenido en lo que recibe. Si por ejemplo una noche se acuesta a una hora, al día siguiente a otra, y cada día es algo totalmente desordenado, esto no colabora favorablemente con su orden interno. Todo lo contrario, este desorden interno encuentra afinidad en lo arrítmico, y a menudo el niño puede acentuar su desequilibrio sin que nosotros notemos que la causa es el desorden que se le ofrece cotidianamente en el hogar.
Aprendamos que no es tan importante "qué"  le ofrecemos a nuestros niños,  sino "cómo" lo hacemos. Cómo les entregamos nuestra energía, predisposición, amor, delicadeza,  alegría, disfrute. Medite sobre su actitud cotidiana ante el niño tanto si es padre, maestro o terapeuta.


En el caso del hogar las preguntas a reflexionar serían: 
  • ¿Con qué energía y disposición anímica cocino sus alimentos? 
  • ¿Con qué alegría lo acompaño a dormir, o le leo un cuento? 
  • ¿Con qué entusiasmo le enseño y explico la tarea de la escuela? 
  • ¿Con que vibración salen las palabras de mi boca cuando le explico algo o le pongo un límite? 
¿Cómo es usted con el orden? ¿se siente ordenado internamente? ¿Cómo es el orden de los horarios de la casa? Hablemos acerca de esto…

El cuidado de la vida interior del niño

Estamos hablando de un nuevo paradigma, ya no hablamos de lo que debemos y no debemos, de lo correcto o incorrecto, los nuevos niños nos sumergen en las profundidades de nosotros mismos aunque no queramos. Nos dicen, nos piden que miremos nuestra alma primero, para luego poder cuidar la suya.
El niño, ya desde el momento en que es concebido debiera percibir del entorno y de su madre el mensaje, la vibración de: “te amo, te cuido, ve tranquilo, la vida es bella”.
Luego al nacer cuando el cuerpo le resulta incomodo, el cuidado del adulto y el contacto le deben confirmar este mensaje: “si duele pasará, si lloras hay un consuelo y un abrazo, si estas incómodo en mis brazos encontrarás paz, duerme que te cuido, con toda mi aura te envuelvo.” Es como ir moldeando con la fuerza del amor, con la quietud espiritual, con el contacto seguro y tranquilo, un cuenco de arcilla en su interior, sutil pero fuerte, colmado de ánimo, fuerza y seguridad de existir.
Estamos hablando de superar el discurso moral de bien y mal, estamos siendo guiados hacia una actitud más elevada de nosotros mismos: ¿Qué vibra en el adulto cuando le habla al niño o cuando busca ser su ejemplo?
Esto es lo nuevo: Lo que el adulto vibre en su accionar, traspasa el accionar y se vuelve esencia permeable al niño. Si queremos enseñarle lo que es la calma, el adulto debe saber conquistarla interiormente primero. Sentir su recogimiento, su concentración, su propio cuenco primero. Y si nota que no lo tiene o está dañado, debe transformarse responsable y alegremente en su propio escultor moldeando su cuerpo y su interior como arcilla, trabajando en sí mismo con sinceridad como un niño. Si conozco el camino que lleva a la paz podré guiar otros a su encuentro.
Pero en general ¿Qué es lo que sucede? Esto niños movedizos, inquietos, irritables, intolerantes sacan rápidamente del eje al adulto. Ante los recurrentes estados de estos niños, rápidamente el adulto se vuelve intolerante e irritable también. Ambos vibran en la misma frecuencia.
Paciencia, estado sereno y calmo, capacidad de contemplación y quietud, escucha atenta y abierta, es lo que necesitarán estos niños como trato.
Primero me miro, me reconozco y me acepto. Después miro al niño, lo reconozco y lo acepto. Y de la aceptación surge la paz. Abrazo al niño con mi paz, y pese a lo que haga, lo invito con movimientos cálidos, con serenidad en mi voz a volver a sí mismo. Con un cuidado diario y periódico de su interior, el niño comenzará a construir su propio cuenco.
Cuando dejamos de negar y luchar contra lo que queremos cambiar, cuando surge la verdadera aceptación, en algún momento algo empieza a cambiar. ¿Qué cambia? ¿Cambio yo o cambia el otro? No hay separación, la unidad que formamos con el otro hace que todo movimiento interior sea percibido afuera de mí y cause una transformación.
Además, cuando aparece la paciencia, aparecen nuevas herramientas que tan lejanas parecían cuando estaba corrido de mi eje. Ahora puedo jugar con el niño aunque éste se enoje con facilidad, ahora puedo mantenerme sereno cuando en la mesa en niño se torna movedizo e intranquilo. Puedo esperar que se le pase, no tengo apuro. Ahora puedo leerle un cuento aunque parezca no escucharme. Ahora puedo hablarle a su alma, desde mi más profunda paz, y más aun, puedo sin hablar, mostrarle lo que es la Paz.

Fuente: https://www.caminosalser.com/960-indigocristal/el-cuidado-de-la-vida-interior-del-nino-segunda-parte-intolerancia-poca-paciencia-irritabilidad-hiperactividad/
Autora: Nancy Erica Ortiz. Creadora del curso "Los Niños de Hoy"

lunes, 7 de agosto de 2017

"El cuidado de la Vida Interior del Niño" Primera Parte



Hay un lugar interior que todos deberíamos conservar, un espacio de paz, de quietud, de sentimiento de estar bien y conformes, pese a lo que afuera suceda.
Este espacio interior es nuestro refugio, principalmente en los momentos de incertidumbre, de angustia o soledad.
Todos debiéramos poder encontrar con facilidad este espacio, para poder allí refugiarnos en su paz y seguridad en los momentos difíciles. Sin embargo, lo que a menudo se siente es un gran vacío.
Sabemos que muchas de las carencias sentidas en la adultez tienen raíz en la niñez, por eso la importancia de ocuparnos de los niños, de acompañar sus procesos, de conocer sus necesidades.
Rudolf Steiner, el creador de la Antroposofía, descubrió que el ser humano posee doce cualidades a las que denominó Doce Sentidos.
A uno de ellos lo llamó el “Sentido de la Vida”.
ElSentido de la Vida” tiene una meta primordial: Comunicar la sensación de estar bien.
El sentido de la vida es transmitir paz y calma cuando todo está en orden, y cuando no es así, se altera sintomatizando en el cuerpo o en el ánimo. Normalmente nos damos cuenta de que estábamos bien, cuando comenzamos a sentirnos mal. Es decir, en general percibimos el sentido de la vida cuando se ve alterado por alguna razón interna o externa.
El niño nace con la conciencia de que el mundo es bueno. Y en las primeras experiencias de malestar, de dolor o incomodidad física o anímica se le debe confirmar que el mundo efectivamente es bueno, calmándolo, acompañándolo y conteniendo su ser para que vuelva a la paz.
Cuando el niño es pequeño, su cuerpo le resulta incomodo, indominable. A medida que va creciendo va conociendo sus capacidades y sus límites. Va controlando sus impulsos apropiándose de sí mismo.
El niño en crecimiento debe conectarse con la sensación de estar bien, de estar a gusto consigo mismo, de estar cuidado y contenido.
Al principio comenzará a percibirlo desde el cuerpo, lo cual tendrá eco en su interior. Lo que comienza como un cuidado físico se traslada a un sentimiento anímico de estar bien, de estar conforme, de estar en paz y seguro.
Y este cuidado debe provenir de afuera, debe venir de sus padres al principio, y luego de todo el entorno más inmediato.

Los padres son para los niños la figura de Dios. Son lo más cercano que ellos tienen al Padre-Madre Celestial. Para el niño pequeño son su mundo, y de ellos necesita recibir amor para construir la confianza, la entrega, la alegría de existir.
El niño a través del cuidado de sus padres aprende a confiar en la contención del mundo, y por otro lado e igual de importante, se genera en su interior un lugar de recogimiento, un lugar de calma y quietud. Aquí residirá la seguridad, el abrazo, la confianza y la entrega, y por supuesto, todo esto contribuirá significativamente en el desarrollo de su personalidad futura.
Muchos padres tienden a asustarse o alarmarse cuando el niño está simplemente tranquilo. Reflexionan equivocadamente que ser pequeño significa estar en constante movimiento. Pero eso que asusta es lo que debemos permitir que suceda.: la tranquilidad. El niño tiene la capacidad de estar tranquilo, sólo que a veces no se le es fomentado o no se le es permitido.
El niño ya desde muy pequeño debe aprender del silencio y la quietud sin que eso signifique estar desanimado o enfermo.
Si el niño logra percibirse tranquilo, si se lo acompaña con entrega, podrá saber lo que es sentirse bien internamente. Bien consigo mismo y con los demás.
Hoy en día vemos a los niños reaccionar desmedidamente ante todo. Los vemos alterarse fácilmente, los vemos ir y venir con sus emociones a flor de piel. Hay una parte del niño que está sin control y que reacciona con facilidad.
Si el niño se siente como una integridad armónica, se siente entero internamente, no será vulnerable a cualquier hecho.
Hoy nos encontramos ante niños absolutamente vulnerables a cualquier estímulo, niños con una muy baja tolerancia. Pero ¿Cómo podemos pedirles a estos niños que permanezcan quietos, que no griten, que estén tranquilos, si en muchos casos no conocen ese estado? Lamentablemente a menudo les es más familiar la desarmonía que la armonía.
Esto es lo que tenemos que rescatar: el pedido de auxilio de los niños. 
La humanidad debe recuperar la calma, debe aprender las diversas formas de estar bien. Debe recuperar la vida interior porque esto es lo que más necesitan los niños de hoy.
Los niños son un reflejo de nosotros mismos. Podremos mostrarles tranquilidad, podremos cuidarlos exageradamente, pero lo que el niño tomará es la esencia de cada acto. Es el ritmo de nuestra respiración en ese preciso momento.


Fuente: https://www.caminosalser.com/856-indigocristal/el-cuidado-de-la-vida-interior-del-nino-primera-parte/





viernes, 4 de agosto de 2017

¿Cómo elegir un buen Terapeuta Floral?


Entre terapeuta y cliente debe existir Sintonía, paso previo para que se instale la confianza. 
El cliente debe percibir que el terapeuta es:
  • ético
  • serio
  • responsable
  • que no lo va a perjudicar
Un buen terapeuta es ante todo un colaborador: alguien dispuesto a acompañar al cliente en un proceso elegido por él. 
Una persona que lo va a escuchar con interés y a aceptar como persona. 
Los terapeutas que no enfatizan su rol y son espontáneos y congruentes son los mejores. En pocas palabras, los empáticos, aquellos que piensan "con" el cliente y no "para" y "por" el cliente.
Es fundamental que el terapeuta esté técnicamente bien preparado. 
Desconfíe de aquellos que le digan que "prescriben las flores por intuición", que tienen "poderes especiales" o que le hacen promesas de sanación (esto no es ético). 
La función del terapeuta floral no es sanar a nadie, sino acompañar en un proceso terapéutico catalizado por las Flores de Bach. 
El único responsable de sus emociones y de su salud es usted. 
Nunca un buen terapeuta profesional le sugerirá que no tome un fármaco o que lo sustituya por las esencias florales
Es muy importante asegurarse de que el terapeuta va a mantener la confidencialidad de la información que le transmite. 
Dude de los terapeutas que de entrada le cuentan "la historia de su vida", hablan más que usted y que no se interesan por los motivos que le traen a consulta. 
Si el terapeuta intenta imponerle soluciones, o lo que tiene que hacer al salir de allí (divorciarse, castigar a un hijo, etc.), no se engañe: 
¡No es un buen terapeuta y no le conviene!
Un buen terapeuta sabe escuchar y no emite juicios sobre los que usted "debe" o "tiene que hacer". 
No impone su propio criterio, no lo amonesta o culpabiliza, sino que le ayuda a que sea usted mismo el que responda a sus propias preguntas. 
En pocas palabras siente respeto por usted y lo demuestra en cada actuación.
El tiempo de la sesión es un momento contratado por usted y para usted. 
Es una muy mala señal que el terapeuta que ha escogido use ese espacio para hablar por teléfono o resolver sus asuntos de agenda y domésticos.
Es muy importante que en la primera visita quede claro el encuadre terapéutico, esto es cada cuánto van a ser las visitas, el precio de las sesiones y las técnicas que pueden llegar a utilizarse, ya que a menudo los terapeutas florales practican otras terapias. 
¡No se quede con dudas! A un buen terapeuta le interesa sintonizar con usted y sabe que una manera de hacerlo consiste en que pueda aclarar todas sus dudas.

Fuente: http://ricardoorozco.com/publicaciones/flores-de-bach-preguntas/77-icomo-elegir-un-buen-terapeuta-floral
Autor: Dr. Ricardo Orozco. Cofundador de SEDIBAC, con sede en Barcelona, asociación de la que es presidente en la actualidad. Desde 1995 se dedica exclusivamente al trabajo y profundización en las Flores del Dr. Bach.
Dirige el Institut Anthemon SLU de Barcelona, que se ha convertido en una afamada escuela de terapia floral. Es formador desde 1993.