jueves, 27 de octubre de 2016

Carta de Marisol, testimonio de paciente con un trastorno alimentario.


(Bulimia:
Es un trastorno alimentario por el cual una persona tiene episodios regulares de comer una gran cantidad de alimento (atracones) durante los cuales siente una pérdida de control sobre la comida. La persona utiliza luego diversas formas, tales como vomitar o consumir laxantes (purgarse), para evitar el aumento de peso...)

¡Hola Sandra!

Las cosas andan bien. Creo que mi proceso es largo, así que de repente tengo mis bajas. Pero he logrado conocer mis tiempos y mis emociones, qué es lo que me "hace mal" de alguna manera y tratar de vivir pensando en que muchas veces no puedo evitar situaciones desagradables y que en esos momentos necesito de otras personas o actuar de determinadas maneras. 

He encontrado cierta paz, más claridad con respecto a mis decisiones, a mi pasado, mi presente y mi futuro. Siento menos ansiedad y angustia. 
Sólo en algunos momentos me ha costado controlarme, pero mientras más uno trabaja en sí mismo, y logra decir NO, cada vez se hace más fácil decirlo a la siguiente. 
Ha sido difícil, sí, pero creo que el volver a mi casa a estar con mi familia me ha servido como contención. A pesar de que aún tenemos problemas y diferencias, ya no siento una dependencia emocional, en el sentido de que yo soy por lo que soy ahora y no bajo su mirada. 
De alguna manera me siento mucho más libre de esas expectativas. Me he dado cuenta que me rodean muchas personas lindas, pero también que la mayoría lo son, porque me ven diferente y es triste pensar que la gente se aleja de las personas cuando las ven mal.
De algún modo también, me siento mucho más sensible al dolor ajeno, porque entiendo el sufrimiento del alma y eso me hace ser mas cautelosa también en mis relaciones. Veo mucho cinismo, falsedad, envidia y sentimientos negativos de las personas y creo que son producto de sus propias insatisfacciones, pero yo ya no recibo esa carga, porque no me corresponde. 

Me siento mucho más segura de lo que Soy.
Estoy buscando lo luminoso en este momento, creo que me cansé de ese "lado oscuro", esa parte de mí de la que siempre hablábamos en la consulta, sin embargo, siempre me lo topo, como si la vida me pusiera a prueba para que eligiese en otra dirección. Pero quizás son sólo cosas mías. 
Tengo ganas de hacer cosas, tengo muchas ideas, estoy también conociendo más personas, saliendo un poco más de mí y dejando mi arrogancia de lado, abriéndome y entregándome. Aunque igual me cuesta porque soy tímida.
Entré a estudiar una nueva carrera y, bueno, egresé de Arte oficialmente, pero me falta aún dar mi examen de grado. Me encanta lo que hago y esta nueva carrera ha sido una muy buena decisión, porque me ha dado una estabilidad intelectual que andaba buscando y muchas herramientas y conocimientos que puedo aplicar al campo artístico! (mi primer y único amor).
Hablando de amores, de mi pareja de entonces nunca más supe, y esa herida ya sanó. Me he dedicado a ser una picaflor, pero con muchachos de mi edad! y eso también es genial, porque me siento joven! con energía y con proyectos, no cargando un pasado.

Ojala que todo vaya bien por allá, te deseo lo mejor de lo mejor, muchos abrazos, cariños y buenas vibras para ti. 
Y sobretodo, gracias por esos momentos en que me ayudaste y me diste de tu claridad y de un poquito de amor, de ese que tanto me faltaba. Porque al final de todo, mi enfermedad era más que nada no sentir el calor de un abrazo, viviendo con miedo al dolor.

Marisol

Nota: Esta paciente asistió a Terapia por un año. Llegó con un cargamento de complicaciones, de salud principalmente, por el riesgo que implica la bulimia, pero también emocionales (que, finalmente, eran las que provocaban todo lo demás). Llevaba un tiempo atrapada en una relación tóxica, que era una más de sus adicciones, y un fuerte desarraigo familiar. Era, al momento de comenzar la terapia, una veinteañera impresionantemente creativa, inteligente, talentosa, hermosa (lo que evidentemente, ella era incapaz de ver), compleja y desorientada. 
La bella carta que me ha enviado habla por sí sola. Sin embargo, es necesario añadir que ella es de mis pocas pacientes que tuvo una constancia en los controles y tomó su "aventura sanadora" con suma responsabilidad.
Me siento sumamente agradecida de que me hayas permitido publicar tu testimonio y sólo quiero agregar que no te di "un poquito de amor", sino uno grande y sincero, que llevaré siempre en mi corazón, esperando que despliegues tus alas completamente y tu vuelo sea feliz y duradero. Aunque tengo la certeza de que cuando te vayas "a pique" sabrás evitar la caída y continuarás en un planeo perfecto, sobre los valles, arrecifes, marejadas y montañas de tu ser.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Holly y el Amor Incondicional, por Eduardo Grecco

Es muy común escuchar o leer, en el mundo e las esencias florales, que Holly posee una característica central: ser una expresión del amor incondicional, por medio de las emociones. Reconozco que, mi tendencia inicial, es resistirme a pensar en un amor de esa naturaleza. Oscar Wilde escribió que “Dar y no esperar nada a cambio, eso nace del corazón, eso es amor.” Y, esta manera de mirar las cosas, ya se me hace más accesible, aunque, no veo que sea tan sencilla una práctica constante de tal precepto “wildeniano.” En Bach, el amor auténtico está asociado a libertad pero, en lo cotidiano, cuando amamos, esperamos ser amados. La vida y la clínica muestran que, más que plantearnos un amor incondicional es bueno aspirar a un amor real, tal como es, tal como ocurre, sin aspiraciones de perfección. La búsqueda de perfección es una actitud que nos conduce, más pronto que tarde, a la desazón de la decepción. ¿Es natural amar y dar sin condiciones? No lo sé (tampoco me preocupa mucho saberlo) pero, lo que sí sé, es que la decisión de amar de modo incondicional no conlleva de suyo ser dichoso. Pensar otra cosa suele ser un imaginario que nos arroja al dolor. Si dentro de uno mismo no existe dicha, la dicha que uno mismo construyó, ninguna relación ni ninguna persona serán capaces de dárnosla. Cada uno, solo es feliz con otra persona, cuando posee la certeza interior de ser dichoso también sin ella. Es decir, cuando uno es libre y da libertad y no solo respira cuando hay otro en su vida. De tal manera que, si me uno a alguien y ese alguien se une a mí, con la intención de intentar ser felices, porque solos no lo somos, la desilusión y el naufragio de la relación nos espera a la vuelta de la esquina. Sé, por experiencia, que no es bueno amarse desde las carencias. Pero, también, entiendo que las cosas son diferentes cuando uno ama desde el exceso. Que nos abrazamos en el amor alentados por el deseo de compartir la dicha que ya nos habita. De esa substancia, nos nutre la savia de Holly.
Fuente: https://www.facebook.com/eduardohoracio.grecco/posts/1075624019188152

lunes, 24 de octubre de 2016

"El Mercado de la Felicidad"

No existe ningún padre o madre que no haya dicho alguna vez que lo único que desea para sus hijos es la felicidad. Todo el mundo la desea. Lo que nadie tiene claro es qué entendernos por felicidad, si es que alguna vez nos hemos tomado la molestia de pensar en ello, y, tampoco, si proponerse conseguirla es un objetivo sensato. 
¿Está relacionada la felicidad con la voluntad de dar un sentido, una dirección o una finalidad a la vida? ¿Si es así, desear la felicidad de los hijos no significa también enseñarles a vivir con algún propósito que dé sentido a sus vidas? Efectivamente, el problema es poder determinar cuáles son las preferencias y los objetivos prioritarios de la vida de cada persona. 
Es un problema muy antiguo. De una manera u otra lo han tratado casi todos los filósofos que intentaron definir con cierta precisión la felicidad. Los griegos, por ejemplo, pensaban que no era motivo de discusión si la felicidad era o no la finalidad de la vida humana. Sí debía serlo, en cambio, la forma de vida que pudiera hacernos más felices. 
Porque la tendencia general es identificar la felicidad con cosas que, lejos de producir bienestar, más bien son un obstáculo para la tranquilidad, la armonía y la integridad de la persona. 
Aristóteles decía claramente que la mayoría de los hombres se equivoca cuando sitúa la felicidad en el éxito personal, la riqueza o el honor. Se equivocan porque todos estos objetivos son efímeros, demasiado materiales y nos obligan a vivir con un constante temor a perderlos. 
La ética aristotélica se propone explicar que sólo intentando vivir moralmente y como es debido se puede ser feliz. Según el filósofo, nadie será feliz abandonándose al vicio, sino cultivando la virtud, que quiere decir siendo una buena persona. Sin embargo, los conceptos de vicio y de virtud quedan un poco lejos de nuestro lenguaje actual y, son, por tanto, difíciles tanto de entender como de aplicar. 
Hoy por hoy, la felicidad parece consistir en pasárselo bien ininterrumpidamente, con el placer continuo que proporciona, por ejemplo, comprar cosas sin descanso. La pasión por tenerlo todo es la raíz de muchas de las actitudes y comportamientos que después lamentamos, pues la vida está llena de frustraciones y adversidades que la mayoría de las veces son incontrolables. 
En cualquier caso, la felicidad no puede ser mucho más que una esperanza no satisfecha, pero sostenida, de que ciertos objetivos se podrán alcanzar. Objetivos no tan perecederos como comprar un coche o viajar a la Patagonia. Seguramente, ser feliz no es otra cosa que mantener una cierta esperanza de felicidad. Así, lo que hay que hacer es encontrar la manera de no perder la esperanza y no dejar que se desvanezca definitivamente. Descubrir qué bienes, qué preferencias pueden generar unas expectativas duraderas una vez se hayan obtenido. 
Tal vez debería definirse la felicidad como la capacidad de superar el tedio vital, el aburrimiento esencial, impidiendo que invada nuestras vidas de un modo irreversible. 
Las ofertas del mercado para saciar el anhelo de felicidad son infinitas, pero no sirven ni para mantener viva la esperanza ni para combatir el aburrimiento. Más bien lo fomentan. Es conocida la sensación de impotencia que tienen muchos educadores, padres o maestros ante la fuerza poderosa de la publicidad, la televisión y el sinfín de ofertas en general para orientar la existencia. 
La fuerza del consumo es irresistible y nadie escapa, ni niños ni adultos, a su seducción. Al contrario, son los adultos, precisamente, los que responden a las encuestas que preguntan por el nivel de felicidad de las personas con unos resultados paradójicos. 
En general, nadie declara abiertamente que no está satisfecho con su vida y que es desgraciado. Sin embargo, todo el mundo se declara insatisfecho con muchas de las cosas que le rodean. La gente se queja del trabajo, de la familia, de los vecinos, de la ciudad en que vive, de las condiciones de vida en general. Y lo curioso es que esta paradoja afecta más a los países cuyos habitantes gozan de un nivel de renta alta. Los más pobres tienen aspiraciones menores, el listón del bienestar se sitúa a un nivel más bien bajo, con poco están satisfechos. Lo cual no significa, en modo alguno, que haya que reducir las aspiraciones, sino que no hay una equivalencia clara entre el desarrollo económico y la sensación de estar bien y ser feliz. 
Es en las sociedades desarrolladas y opulentas donde los psicólogos tienen más trabajo, las familias se desestructuran con más facilidad, hay más suicidios y depresiones y las aspiraciones humanas son más materiales y efímeras. Síntomas todos ellos de que las personas no viven contentas, no son felices. 

Valores Materiales e Inmateriales

Seguramente, el sentimiento de insatisfacción tiene diversas explicaciones. Una bastante obvia es que, en las sociedades opulentas, la vida se puede llenar de muchas maneras. Y cuando se pueden hacer y esperar muchas cosas, las posibilidades de sentir insatisfacción y frustración también aumentan. 
El filósofo José Antonio Marina ha dicho que vivimos en una cultura caracterizada por «la incentivación continua del deseo». La publicidad fomenta el capricho y su satisfacción inmediata: «Compra hoy, y paga mañana» «¿A que esperas» «Porque te lo mereces» «Porque tú lo vales». Todos los mensajes incitan a darle cuerda a los deseos creados por los propios mensajes. Pero no se ofrece nada capaz de superar un tedio que, no sin cierta pedantería, se me ocurre calificar como «existencial». 
Nada de lo que se anuncia lleva a sostener la esperanza de acabar teniendo una vida satisfactoria. Los deseos que se incentivan son de satisfacción inmediata y por tanto, a largo plazo, son decepcionantes. Esto es así probablemente porque lo que desea la mayoría es lo que se puede tener y no lo que se puede ser. 
Lo explicó ya hace algunos años Erich Fromm en un libro que no debería pasar de moda, titulado ¿Tener o ser? El afán por tener cosas, por acumularlas, desplaza el afán de llegar a ser una persona capaz de mantener la propia autoestima a pesar de los inevitables desengaños. Al contrario, hoy en día resulta difícil entender qué quiere decir «una vida exitosa» si no se identifica con la farra y la riqueza. Los bienes materiales son un fin en sí mismos y no una condición, necesaria pero insuficiente, para vivir bien en el sentido más pleno de la palabra. 
Los bienes inmateriales, que eran los que, según los clásicos, nutrían el espíritu y la vida buena, no constituyen una oferta atractiva. A nadie se le ocurre recomendar el cultivo de la amistad, la solidaridad o la entrega a los demás. Son valores que ni se compran ni se venden pero, en cambio, son los que se echan de menos. Hasta el punto de que, según se desprende de los estudios realizados sobre las preferencias valorativas de los jóvenes, se detecta en todos ellos, en los últimos años, una tendencia a preferir los valores inmateriales en lugar de los más materiales. Es decir, que son valores teóricamente reconocidos y apreciados, pero casi imposibles de obtener y mantener. La amistad, las relaciones familiares, la amabilidad o la simpatía parecen estar reñidos con la dinámica de tener cosas, de consumir y de competir. 
En pocas palabras, habría que volver al sentido original del vocablo griego que hemos acabado traduciendo como felicidad. El término utilizado por Platón o Aristóteles era "eudaimonía" que, literalmente, se refería al ideal de una «vida humana completa». 
El caso es que los valores materiales e inmateriales no tienen por qué ser incompatibles, entre otras razones porque la pobreza y la falta de bienes nunca han supuesto una condición para la felicidad. La idea del pobre feliz y satisfecho, que no desea nada porque no puede adquirirlo, es absurda en un mundo tan comunicado como el nuestro, en el que la televisión llega a cualquier parte y enseña todo a todos, provocando que las necesidades se multipliquen. 
«Primero hay que comer y después hablar de moral», escribió Bertolt Brecht. A quien no tiene las necesidades básicas cubiertas no se le puede exigir que sea una buena persona, así de evidente. 
Es un disparate demonizar la economía capitalista y adoptar actitudes radicales o antisistema con el argumento de que la economía capitalista nos fuerza a vivir en un círculo vicioso: producir para consumir y consumir para continuar produciendo. Es cierto que es un círculo vicioso, pero no hemos encontrado otra alternativa que funcione mejor. En consecuencia, tenemos que aprender a conjurar los peligros y corregir las disfunciones derivadas de la soberanía económica. El ataque al consumismo es tan antiguo como lo es la sociedad mercantil y sólo expresa la ambivalencia de quien no ve la manera de compaginar el progreso material y el espiritual. Pero no se trata de una empresa imposible. No es imposible inculcar en las personas unos ideales que vayan más allá de los parámetros mercantilistas. Sin ninguna intervención de índole moral, el tipo de persona que configura la sociedad actual es el ««hombre consumista». Y lo que tenemos claro, si nos detenernos a pensarlo, es que el consumo y el bienestar identificado únicamente con adquirir cosas no equivalen a la felicidad. 
La felicidad es algo más que la capacidad de comprar. La identificación de la felicidad con el bienestar o el placer estrictamente material ha llevado a muchas religiones e ideologías a prescindir de la felicidad como finalidad de la vida humana. En cualquier caso, nos dicen, la felicidad se encontrará en otra vida, no en ésta. Sin ir más lejos, la religión cristiana califica esta vida como un valle de lágrimas, un continuo de tribulaciones y sufrimientos ineludibles que hay que aceptar tal como vienen, con resignación y con mucha paciencia. Ciertamente, es una opción destinada a limitar expectativas que no podrán ser nunca satisfechas por completo. En este sentido, puede resultar aleccionador el mensaje que nos dejaron los estoicos y que posteriormente fue interpretado e incorporado al cristianismo. O el mensaje de Epicuro, filósofo hedonista que, como tal, creía que el placer era el objetivo de la vida humana, pero, a la vez, proponía una curiosa definición de este placer. Los estoicos creían que la única manera sensata de vivir para poder alcanzar la felicidad era la que consistía en despreciar todo aquello que no depende de nosotros mismos. Por ejemplo, no depende de nosotros vivir eternamente, detener el envejecimiento o tener una salud de hierro. Por tanto, aprendamos a no preocuparnos por la muerte, ni por el deterioro del cuerpo, prescindamos y dejemos de desear todo aquello que no podemos cambiar ni comprar con todo el oro del mundo. 
Epicuro aún fue más lejos en la propuesta de vivir con austeridad. Escribió cosas como ésta: 
«Lo insaciable no es el estómago, sino la falsa creencia de que el estómago necesita hartarse». 

Fuente: https://pochicasta.files.wordpress.com/2008/10/camps-felicidad.pdf
Autor: Victoria Camps, catedrática emérita de Filosofía moral y política de la "Universidad Autónoma de Barcelona". Ha sido Presidenta del "Comité de Bioética de España". Entre sus libros destacan La imaginación ética, Virtudes públicas (Premio Espasa de Ensayo), Paradojas del individualismo, El siglo de las mujeres, La voluntad de vivir, Creer en la educación, El declive de la ciudadanía, El gobierno de las Emociones (Premio Nacional de Ensayo).

lunes, 17 de octubre de 2016

¿Idealizamos a nuestra pareja?


Es muy común escuchar, luego de una ruptura sentimental, a la persona que es "abandonada" diciendo: lo que pasa es que yo lo/la idealicé...
Pareciera que ante la pérdida, el recurso más a mano que tenemos, es convencernos de que aquél a quien amábamos, no era lo que parecía. 

Veamos el significado de la palabra:
Idealizar:  Elevar a una persona o cosa a una categoría superior de perfección que no se corresponde con lo que es en realidad.

El asunto es que no idealizamos al otro, porque cuando las cosas andan bien, nuestra pareja es, efectivamente, "ideal".
El error que cometemos, es idealizar las relaciones, pretendiendo que se vuelva estático un vínculo compuesto por factores dinámicos.
Hacemos una sólida definición del otro y cuando su comportamiento se sale de esta estructura que le hemos asignado en nuestra mente, lo desvalorizamos, como si las acciones que comete, y que no nos gustan o perjudican, no le pertenecieran. Como si estuviera transgrediendo alguna norma.
Lo que el otro es, en determinado escenario y momento, no lo será para siempre. 

Podríamos considerar las siguientes esencias: Clematis, Rock Water, Honeysuckle, Chicory e, incluso, Larch, en el caso de que la persona se diga" he sido un/una tonto/a". Todo va a depender de la estructura de su personalidad.
La tarea es estar despierto, consciente, durante el desarrollo de nuestras relaciones, preparado para los cambios y la adaptación a ellos. Para esto sería necesario acompañarse con Walnut. 

El hecho de idealizar a la pareja o a la relación que tenemos con ella, indica que hay emociones en nosotros sin resolver, fuera de control y para esto, las esencias florales son las necesarias estabilizadoras. 
Las relaciones de pareja son de por sí complejas, sin embargo, si a esto le sumamos nuestras propias complejidades, vamos derecho al fracaso. 
Una relación de afecto, de amor, de compañerismo, de erotismo, con el otro, es una aventura maravillosa, en un comienzo. Pero ¿cómo podemos mantener la pasión a través del tiempo?...aterrizando, bajando de las nubes y mirando las cosas como son.

"Ecpatía: para evitar ser arrastrados por las Emociones ajenas"

La ecpatía es un nuevo término complementario a la empatía, que permite el apropiado manejo del contagio emocional y de los sentimientos inducidos. Este concepto fue propuesto por el doctor y catedrático en Psiquiatría J.L. González para definir el proceso voluntario de exclusión de sentimientos, actitudes, pensamientos y motivaciones inducidas por otros.
La ecpatía no es lo mismo que la indiferencia o dureza afectiva característica de las personas carentes de empatía, sino que es una maniobra o acción mental positiva compensadora de la empatía, no su mera carencia. 

Esta acción mental compensatoria nos protege de la inundación afectiva e impide que las emociones ajenas nos arrastren: un riesgo que corren las personas excesivamente empáticas.
Desde este punto de vista, no hay que confundir ponernos en el lugar del otro con instalarnos en el lugar del otro. De alguna manera, este viaje empático es necesario para la compresión, pero también puede ser realmente peligroso cuando nos quedamos atrapados en el otro.



“Si el grado de implicación de una persona que se dispone en actitud empática con otra 
no es correcto, se corre el riesgo de caer en lo que se llama la trampa del mesías: 
amar y ayudar a los demás olvidándose de amar y ayudarse a sí mismo”

-Carmen Berry-

Ecpatía contra la manipulación

Aunque pensemos que hay personas especialistas en inducir y contagiar emociones, la realidad es que no estamos indefensos ante ellas: tenemos o podemos adquirir las herramientas suficientes para que este “secuestro” emocional no se produzca. Un secuestro emocional que muchas veces está más en la especial sensibilidad del secuestrado que la intención del secuestrador de que el otro se mantenga en este estado. En este sentido, no tenemos que confundir el contagio emocional con la empatía.
La empatía trata con la información valiosa que recibimos de otros. Si solo tenemos en cuenta los puntos de vista, deseos y emociones de lo demás, la convivencia se vuelve desastrosa. Sin embargo, la empatía se queda incompleta sin la capacidad de gestionar el contagio emocional y compensarlo a través de otra cualidad mental.
Mientras la empatía comporta “ponerse en el lugar del otro”, la ecpatía comportaría “ponerse en el propio lugar”, y bien es sabido que ambas cualidades son necesarias. Siendo esta última la acción mental que nos protege de la manipulación o de la inundación emocional por parte de los otros, impidiendo que las emociones ajenas nos arrastren.

“La empatía es una respuesta afectiva más apropiada para la situación de los demás 
que para la propia”

-Martin Hoffman-

El punto justo en las emociones está entre la empatía y la ecpatía

Daniel Goleman, autor del libro Inteligencia Emocional, dice que la empatía es básicamente la capacidad de comprender las emociones de los demás en las circunstancias de los demás. Sin embargo, también señala que, en un nivel más profundo, se trata de definir, comprender y reaccionar ante las preocupaciones y necesidades que subyacen en las respuestas y las reacciones emocionales de los demás.
La ecpatía es lo opuesto y a la vez complementario a la empatía. Este proceso voluntario nos sirve para frenar la sobredosis de contagio emocional en situaciones tales como en el cuidado de personas enfermas o en crisis humanitarias, para que no nos termine bloqueando el dolor y también para poder evitar la manipulación mental o incluso la histeria de masas.
Por tanto, no todo contagio emocional es bueno y a modo de conclusión para nuestra salud emocional, lo ideal sería regular la capacidad empática no solo en el sentido de potenciar la capacidad de comprensión, sino también en el sentido de impedir o limitar la extensión de esta experiencia cuando esta puede ser perjudicial para la persona que la vive, para la persona que es empática.

Fuente: https://lamenteesmaravillosa.com/que-es-la-ecpatia

domingo, 16 de octubre de 2016

“Lo que le da sentido a la vida es sentir y no pensar”, entrevista a Eduardo Grecco, por María Joaquina Sánchez

Eduardo Grecco y yo, durante uno de sus viajes a Chile


El misticismo de encontrar a fondo las causas de la depresión, de los temores, tratar de comprender por qué existe la aversión a hablar en público y a ser interrogado, el manejo de la bipolaridad y cómo motivarse a luchar por la individualidad personal, han sido algunos de los casos con los que se ha topado en su trayectoria profesional el argentino Eduardo Horacio Grecco, terapeuta y psicoanalista clínico, quien después de cinco años de ausencia en Nicaragua llegó para brindar seminarios en sus especialidades, como parte de una gira de medicina natural internacional.

Los estudios universitarios formales de Grecco incluyen la psicología, en la especialidad clínica, y más tarde en el psicoanálisis. Su pasión personal por la historia, las religiones comparadas y la antropología, lo condujeron a entrenarse en la visión y el pensamiento estructuralista y campos vinculados como la lingüística y la filosofía estructural, derivando todos estos cursos en psicología junguiana, psicología transpersonal, bioenergética y lectura emocional del cuerpo.
Durante 10 años fue presidente de la Asociación Iberoamericana de Terapeutas Florales, actualmente es valorado como un experto mundial en esencias de la terapia floral. El experto radica en Cuernavaca, México, y forma parte de la Escuela de Terapeutas de ese país.


Tras egresar de la universidad ¿cuáles fueron sus primeros pasos profesionales?

Durante una época fui docente universitario en la especialidad de Psicopatología y presidente de la Asociación Psicopatológica Argentina y si bien, esta ciencia me permitió un rigor y desarrolló mi capacidad de observación, fui advirtiendo que en los cuadros clínicos no estaba la persona, así como en la anatomía no se encuentra el cuerpo humano.

¿Y qué aprendió de la psicopatología?


Una de las cosas que el recorrido por la psicopatología me dejó como regalo fue el interés por las emociones y comprender que las emociones que no expresamos nos enferman, que los síntomas están en el lugar de una emoción que falta.

¿Qué le motivó a interesarse por el estructuralismo?

El estructuralismo, tanto como el psicoanálisis, cambian los modos que uno tiene de pensar y me prepararon, intelectualmente, para estar abierto a lo diverso y a lo inesperado. Con ello, la vocación terapéutica y la necesidad de encontrar respuestas y herramientas concretas a los problemas y conflictos que a diario escuchaba en la consulta, me condujeron a capacitarme en áreas que resultaban afines a mis intereses como: la bioenergética, la psicología transpersonal, la lectura emocional del cuerpo y la psicología junguiana.

Como psicoterapeuta ¿qué objetivos persigue usted junto a sus pacientes?

El objetivo que persigo con mis terapias no es ir en contra de la enfermedad a base de psicofármacos, que reprimen la creatividad, sino que trato de desarrollar los talentos de mis pacientes con un programa de vida, para que empiecen a oscilar menos y logren estabilizar su existencia.

¿Cuál es su filosofía de vida?

Lo que le da sentido a la vida es sentir, y no pensar. Aquellos sentires que no expresamos y guardamos dentro se exteriorizan en enfermedades, la psicosomática se basa en esta idea: detrás de cada síntoma hay un afecto que uno no expresa. En la mayoría de los casos, las emociones no se expresan, porque se teme lo que pueda pasar de un “te quiero”, “necesito tiempo para estar solo” o un “no me agradás”. Nosotros tenemos que ser sinceros y respetuosos, el cómo lo vaya a tomar la otra persona, ese es su problema.

¿Cuál es el motivo de consulta más frecuente que recibe?

La incapacidad que tienen las personas para expresar sus sentimientos. Y es que el mayor problema de nuestra cultura es que desde pequeños nos enseñan a manifestar nuestros afectos a medias: “no te enojés mucho”, “no seás celoso”, “no te deprimás tanto”. Por esta vía, además de hacernos desconectar de ciertos afectos, nos hacen “mediocres emocionales”, al punto que cuando nos apasionamos por algo, llegamos a pedir disculpas como si el “apasionarnos” fuese un delito.

¿Qué otro perfil debemos conocer de Eduardo Grecco?

Que me apasiona leer y que junto al enseñar, el escribir constituye un foco importante y permanente de mi vida. Mis primeros libros publicados están relacionados con los temas que en ese momento enseñaba: psicopatología y psicoanálisis, como es el caso de “Psicopatología y Psiquiatría General”, que fue mi bautismo como autor.

¿Qué autores lo han inspirado en su formación profesional?

Debo decir que las obras de Pierre Theilhard de Chardin y Edward Bach. Con ellos pude darme cuenta de que la tierra es una escuela donde venimos a aprender y que los síntomas no son algo negativo, sino signos que nos hablan de apegos en los cuales estamos atrapados y que no nos permiten evolucionar. Ellos me ampliaron los horizontes del arte de curar y me dieron conciencia de cuál era el rol del terapeuta.


¿Cómo fue su contacto con la terapia floral?

 Mi contacto con la terapia floral fue un encuentro casual, que como bien dice Jorge Luis Borges, “son citas”. Accedí a ella como paciente y luego de ver los efectos sanadores que tuvo en mi salud y en mi vida, comencé a estudiar y a investigar y, desde hace 20 años, tengo a este arte incorporado a mi caja de herramientas terapéuticas. Como corolario de esta labor en el campo de la Medicina Natural, en el año 2002 recibí el Premio Internacional de Neuropatía “Benedict Lust”, en ciudad de Málaga, España.

¿Y qué hay sobre su especialidad con el tema de la bipolaridad?

Del mismo modo que accedí a la terapia floral, me puse en contacto con el tema de la bipolaridad, como paciente. Ahora puedo reconocer que fui un niño y un adolescente bipolar y que existieron muchos episodios en mi vida signados por este padecer. Pude salir a flote y comencé a enfrentarme ante las consignas y directivas que se implementan con los pacientes bipolares y que he resumido bajo la frase: estabilidad a ultranza, patología sin esperanza. Ante esta perspectiva comencé a indagar, a buscar y a experimentar y fui, poco a poco, encontrando respuestas.

¿Sus otras producciones escritas están relacionadas al tema de bipolaridad?

Sí. Mi propuesta de trabajo con pacientes bipolares está plasmada en los siguientes libros que publiqué. Desde hace 13 años me dedico a trabajar con pacientes bipolares y estoy volcando lo que he aprendido en conferencias, seminarios y libros. En el año 1997 escribí “Los afectos están para ser sentidos”, un año más tarde publiqué “Muertes inesperadas”, en el 2000 “Sexualidad, erotismo y vínculos de amor”, en 2003 “La bipolaridad como don”, en 2004 “Despertando el don bipolar”, en 2005 “¿Quién se ha subido a mi hamaca?” y “Remedios para bipolares”.


El experto:

Eduardo Horacio Grecco
Origen: Buenos Aires, Argentina
PROFESIÓN: TERAPEUTA Y PSICOANALISTA CLÍNICO
A nivel internacional, Grecco es considerado como el padre de la terapia floral clínica y se le reconoce como un maestro consagrado al arte terapéutico, ha dedicado su vida a la investigación del psiquismo más profundo. Es maestro y fundador de su propia escuela de terapeutas.
Fuente: http://www.elnuevodiario.com.ni/nacionales/407200-que-le-da-sentido-vida-es-sentir-no-pensar/#disqus_thread

sábado, 8 de octubre de 2016

"La IMPACIENCIA es un conejo blanco que corre para llegar antes que el segundo que está por comenzar..." por Sandra Figueroa.




No reconozco en mi historia el momento en que me convertí en una especie de alter ego del conejo blanco de "Alicia en el país de las maravillas".
Nunca llegué a correr por las calles, con un reloj de bolsillo en la mano, gritando: «¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Voy a llegar tarde!», pero sí, a partir de mi adolescencia, me empecé a "acelerar". Y esta condición fue sumando ingredientes, que con el paso de los años, fueron mermando mi bien-estar.
¿Por qué la gente camina tan lento por la calle? ¿Por qué no son capaces de llegar a la hora? ¿Por qué no cumplen con los tiempos estimados?, ¡Habla rápido, anda al grano, no tengo tiempo que perder!. ¿Sabes qué?, no me ayudes "tanto", yo lo hago!!!
¿Por qué los "otros" son tan irresponsables, inmaduros, ineficientes, estúpidos e incapaces?.
Mi conejo blanco interior vivía en función del tiempo y sentía que el resto de las personas me lo robaban con sus lentas actitudes. Pero no era arrogancia, sino IMPACIENCIA.

El impaciente cree que el tiempo es concreto. Uno pierde la capacidad de comprender que los relojes no contienen algo tangible.  

No sé si la impaciencia se aprende, pero mi padre presentaba características muy parecidas. Su vida no era nada agradable, tenía tan "mala suerte" que justo a él le tocaba la caja del supermercado en la que había que hacer una anulación, justo el día que tenía que hacer un trámite, la fila era la más larga del mundo, justo cuando volvía de su trabajo había un accidente y se provocaba un taco. A quién le importa el accidente? el punto es que le "robaba" su tiempo.
El impaciente no puede dejar ir el tiempo sin estar haciendo algo, por eso, mientras espera, tamborilea los dedos, mueve las piernas, se balancea en la silla, tararea una canción,
La impaciencia aísla. la impaciencia angustia, la impaciencia enoja, violenta, acelera. La impaciencia no conoce el AHORA, siempre está proyectando, siempre está un paso más adelante.
El impaciente NO SABE ESPERAR y en esa falta de Presencia en el aquí y el ahora, se despilfarra la vida.
Hace más de 5 años que mi padre toma flores de Bach para su impaciencia. No puede dejar el tratamiento porque ya no aprendió por sí sólo. Pero las flores lo hacen por él. 
"Dame esas gotitas para los tacos", me dice. Porque a él le cambió la vida el día que se "miró desde afuera" y se vio detenido en una gran avenida por 2, 5, 10 minutos. Y los autos no se movían. Entonces, en vez de enojarse, sudar, acelerar su ritmo cardíaco, empezar a planear estrategias (como dejar el auto tirado y seguir caminando), simplemente puso la radio, bajó el vidrio de la ventana, encendió un cigarrillo, no pensó en nada y...esperó. 

«¡Ay Dios! ¡Ay Dios! ¡Voy a llegar tarde!». Por eso era la primera en llegar a la Universidad, incluso, en algunos casos, antes de que abrieran las puertas.
Tomando las flores de Bach comprendí que mi apuro, en vez de hacerme ganar tiempo, me llevaba inevitablemente a retrasar todo lo planificado, porque en mi desesperación chocaba con las paredes, se me caían las cosas de las manos, cerraba las puertas con los dedos adentro. 
Alguien por ahí, un día me dijo "tranquilo que voy apurado". Pero yo aún era incapaz de comprenderlo. 
Incluso tomando ya las esencias para mi impaciencia, un día estaba demasiado apurada haciendo el aseo y tomo, aplicando una fuerza desproporcionada, un frasco de glóbulos de homeopatía de la mesa, para ponerla en su lugar. Era un frasco plástico, que al presionarlo (en vez de tan sólo tomarlo) suelta la tapa y saltan las bolitas por los aires. Mientras las veía, cómo si fuera una imagen en cámara lenta, flotar por todos lados, una parte de mí pensó: voy a perder mucho tiempo recogiendo estas cosas, mejor las barro y ya. Pero otra parte, la que ya comenzaba a aprender la lección, me dijo: siéntate en el suelo y comienza a recogerlas una por una, no queda otra. Y así lo hice. Fue casi un ejercicio de meditación. Me sentí tan relajada haciéndolo. Las fui poniendo nuevamente en el frasco, con una indescriptible sensación de bien-estar, de calma y relajación. 
La Impaciencia es una de las emociones, lo he visto en la consulta, de más lento proceso. Pareciera ser una especie de vicio que siempre nos lleva a una recaída. 
Cada vez que me acelero, recuerdo la imagen de las bolitas flotando mágicamente y mutando el tiempo de una cosa concreta y apremiante, en un único instante, que sólo sucede ahora, al ritmo que nosotros queramos y podamos darle. 


miércoles, 5 de octubre de 2016

"Vivir sin Ansiedad"

"


Estoy sola en la casa, acompañada por una ventolera que golpea a la puerta y una lluvia a punto de derramarse sobre los campos.
Apago las luces y los sonidos, y me dejo iluminar por velas y el rojo azulado de la estufa.
Es una noche especial. Porque no tengo sueño. Pero tampoco estoy desvelada. 

Sólo estoy disfrutando de mí misma. Me agrada mi compañía. Me gusta observar y observarme. Me conmueve esta sensación de calma.
Cuando usaba el Tarot, siempre esperaba que "la Templanza" apareciera en mi tirada. Como cuando uno arroja una moneda al aire y ruega: 
"que salga cara, que salga cara" (o "que salga sello"). 
La Templanza era mi imperiosa y escurridiza necesidad.
Y me preguntaba: cómo será vivir sin ansiedad?. 
Es indescriptible el placer que me provoca ver correr las horas y no sentir angustia porque "mañana esto o mañana lo otro".
Es tan sabia la frase "mañana será otro día".
He llegado a la conclusión (no definitiva) que cuando se va la ansiedad, se lleva al ego. 
Me siento tan liviana que creo que si no hiciera tanto frío, saldría a la calle y el viento me elevaría como a un volantín.
Estuve, luego,  conversando con una amiga. Y cuando nos despedimos, me quedé con la sensación de que ella permanecía acá. 
Y es que el afecto es una fuerza muy potente. Yo creo que el afecto es el mejor combustible para esta carcasa a la que le atribuimos una sobre valorada identidad.
Puedo, mientras transcurre la madrugada, convocar a mis afectos y sentirme rodeada de amor, aunque no haya ninguna presencia.
La vida pasa tan rápido que si uno no la aprovecha queriendo y dejándose querer, no le encuentro mucho sentido.
Será verdad que en la naturaleza nada se pierde, sólo se transforma?
En qué se habrán convertido los afectos que se diluyeron en mi pasado?
En qué se convertirán los que desvanezcan de ahora en adelante?
Quiero. Y quiero que me quieran.
Pareciera que no quiero nada más.
Será esta condición una patología?  No. Definitiva y absolutamente, NO.  Es una sana condición humana. 

Cómo es vivir sin ansiedad?

Esta tarde tuve que esperar por mucho tiempo, sentada en un banco de un patio interior, había allí algunos árboles flacos y desnudos  y a unos 3 metros de mí, un muro extenso y blanco, al parecer, pintado con cal. Detrás de él se asomaban árboles gigantes, s
e sentía cacarear muchas gallinas, y un gato a rayas cruzó de lado a lado sobre el muro, como si sus patas se apoyaran en el aire. 
Observando la majestuosidad de los árboles inmensos, noté que cuando venía una brisa, se desprendían las hojas que estaban en su punto exacto de desapego y flotaban más livianas que la fuerza que llevaba el viento.
Me pasé al menos una hora contemplando lo que había a mi alrededor. No esperaba. No pensaba en lo que vendría después, no miraba el reloj, no había más en el mundo que ese árbol y el gato y las gallinas y las hojas que cada cierto rato volvían a desprenderse y caer.
Vivir sin ansiedad es volver a ser contemplativa.
Vivir sin ansiedad, al menos para mí, es volver a tener una mirada poética de la vida. Mi mirada. Mi paz. Mi ritmo interior emergiendo desde mis profundidades y haciéndose amigo, por primera vez, de mi cuerpo.
Cuando uno ha vivido 50 años respirando, comiendo, caminando, trabajando, creando, luchando....viviendo con la ansiedad tomada de nuestra mano... soltarla, es Renacer.

Requínoa, Invierno 2016

sábado, 1 de octubre de 2016

"La Princesa"





Extracto del libro "La Sabiduría de las Emociones", por Norberto Levy



Mi propósito es mostrar hasta qué punto está presente en la naturaleza misma de las emociones categorizadas como conflictivas, su condición de señal. 
Del mismo modo que las luces del tablero de mandos del automóvil se encienden e indican que ha subido la temperatura o queda poco combustible, cada emoción es una luz de tonalidad específica que se enciende e indica que existe un problema a resolver. El miedo, la ira, la culpa, la envidia, etc., son estupendas y refinadísimas señales, que alertan, cada una de ellas, acerca de un problema particular y su función es remitir a ese problema.
Por lo tanto, las emociones son aprovechadas completamente cuando uno aprende qué problema específico detecta cada emoción y cuál es el camino que resuelve el problema detectado. 
Cuando esto ocurre, uno se concentra en la resolución del problema y le agradece a la emoción haber orientado la mirada en esa dirección, por más dolorosa o inquietante que dicha emoción pueda haber parecido al comienzo. 
Continuando con la metáfora del tablero de mandos, las 3 luces se aprovechan en toda su utilidad cuando uno aprende qué es lo que indica cada una, y sabe, además, cómo encaminarse a resolver el problema que registra: sé que la luz que se encendió indica que hay poco combustible y sé cómo dirigirme hacia la próxima gasolinera. Cuando llego allí y cargo combustible he completado el circuito resolutivo que la luz puso en marcha. Solemos creer que las emociones son el problema. Que el miedo, el enojo, la culpa, etc., son los problemas que nos acosan. Y no es así. Se convierten en problemas cuando no sabemos cómo aprovechar la información que brindan, cuando nos «enredamos» en ellas y nuestra ignorancia emocional las convierte en un problema más. 
Entonces sí, cada uno de estos estados agrega más sufrimiento estéril a la experiencia que vivimos. Pero, repitámoslo una vez más, no es la emoción en sí lo que perturba sino el no haber aprendido aún cómo leer y aprovechar la información que transmite. 

El autor: Norberto Levy nació en Buenos Aires en 1936. Es médico psicoterapeuta, graduado con Diploma de Honor en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires en 1961 y desde hace cuarenta años explora de un modo sistemático, en la clínica y en la docencia, los mecanismos de la autocuración psicológica.