viernes, 3 de noviembre de 2017

"Educar para la Felicidad..."

Una pregunta constante entre los que nos dedicamos a educar, ya seamos padres o educadores, está relacionada con el objetivo último de la educación. Los teóricos y expertos del ámbito de la pedagogía, estamos posicionados de forma unánime en la afirmación de que una educación que prepare al niño o al joven para vivir en sociedad, debe de potenciar las habilidades y capacidades, más allá del concepto tradicional de educar basado en la adquisición de conocimientos. Está demostrado que las habilidades y las actitudes son la base para consolidar una personalidad fuerte, flexible, con capacidad de resiliencia, así como de adaptación a los cambios. 
El aprendizaje es un proceso de adecuación al medio, a un entorno que cada vez es más competitivo y en el que una correcta educación de las emociones es esencial. La felicidad forma parte de la denominada educación emocional. Más allá de ser un sentimiento, un concepto abstracto y posiblemente difícil de definir, es un parámetro de nuestra salud emocional, del correcto equilibrio entre las emociones positivas y negativas, entre aquellos aspectos de nuestra vida que podemos controlar directamente y aquellos que no.
Según el Hermano David Steindl-Rast, monje y erudito interreligioso, la única cosa que todos los seres humanos tenemos en común es que cada uno de nosotros quiere ser feliz. Y la felicidad, sugiere, nace de la gratitud. Ser agradecido, valorar aquello que podemos aportar a los demás y que los demás nos pueden aportar a nosotros, nos debería proporcionar la gratitud necesaria para sentirnos felices.
Avanzando un poco más en el concepto de felicidad, sería oportuno plantearnos cómo deberíamos conceptualizar la felicidad en el caso de niños o adultos que padecen algún tipo de enfermedad. 

¿Se puede estar enfermo y ser feliz? Según nos explica el Dr. Alex Jadad, director del Centre for Global eHealth Innovation de la Universidad de Toronto, sí. 
Tradicionalmente el concepto de felicidad ha ido vinculado a la ausencia de enfermedad, sin tener en cuenta nuestra capacidad de adaptarnos al medio y a las circunstancias que nos rodean. Bajo esta premisa, el Dr. Jadad considera que la educación de la felicidad o la pedagogía de la felicidad es un reto alcanzable, que debería guiar cualquier iniciativa durante nuestra vida. Por tanto, es recomendable educar para la felicidad en la infancia y en la adolescencia, etapas clave en el desarrollo de la personalidad.
La preocupación por la pedagogía para la felicidad se está convirtiendo en la actualidad, no solo una preocupación de padres y educadores, sino incluso de los directivos empresariales que valoran la importancia de la felicidad de los empleados en su rendimiento profesional. Por tanto, estamos ante una preocupación global y un momento social disruptivo que nos debería hacer ver que es esencial educar para el equilibrio de las emociones, como aspecto imprescindible en el día a día de niños y de adultos.
Diversos han sido los teóricos preocupados por estudiar el concepto de felicidad. El doctor Israel Tal ben-Shahar, profesor de la Universidad de Harvard, habla de la “Ciencia de la felicidad”, como una disciplina que debe guiar la labor educativa.
¿Pero qué consejos podemos dar a los menores o qué estrategias podemos enseñar para que la felicidad pueda llegar a formar parte de su cotidianeidad?
Presentamos a continuación una breve lista de consejos, con el ánimo de que puedan ser útiles a todos los padres y educadores que preocupados por una educación de las emociones deseen trabajar con los niños la capacidad de resiliencia, en concepto de gratitud y en general las estrategias personales que ayudan a la construcción del autoconcepto en base a la felicidad.
1.  Aprender de los errores o de los fracasos, perdonarlos y si es adecuarlo incluso celebrarlos. No podemos eximirnos de sentir emociones negativas, forman parte de la vida y son tan naturales e incluso espontáneas como podría ser la felicidad. Saber aceptar y afrontar las emociones negativas vinculadas a los errores, supone una excepcional actividad de aprendizaje, ya que nos aportará el valor de conocer qué es aquello que deberemos mejorar o corregir para evitar repetir dichas situaciones en un futuro.
Aprender del error va vinculado a la practica del perdón. Todos y cada uno de nosotros y más los niños que aún carecen de la experiencia vital que nos otorgan las experiencias vividas, cometemos errores. Reconocerlos, pedir perdón y aprender de los mismos debería ser un proceso consecutivo en aras a conseguir una personalidad fuerte y a trabajar versus el reconocimiento social de dichas capacidades tan apreciadas y a veces tan difíciles de llevar a la práctica sin la correcta instrucción.
Los espacios de diálogo son un recursos imprescindible para trabajar esta habilidad. Se convierten en momentos de coaching colectivo, en los que se pueden valorar los aspectos que han inducido al error, la posible solución, la vía para gestionar el perdón y sobre todo para conseguir el aprendizaje basado en la experiencia de aquellas acciones que no deberíamos repetir en un futuro. Es recomendable experimentar estos espacios incluso de forma anticipatoria a que se puedan producir problemas, errores o fracasos. Argumentos de libros o películas, pueden ser una excelente oportunidad para aprender lecciones de socialización ante situaciones que los niños y adolescentes aún no han experimentado.


2.  Valorar las cosas buenas, el éxito o la suerte, aunque tengan pequeño formato. Trabajar dichas circunstancias nos hará ver en el día a día de la fortuna que tenemos, de los progresos alcanzados y compartirlos con todos los seres que queremos. Agradecer y reconocer los pequeños éxitos refuerza la autoestima de la persona, y además permite dar importancia a los elementos coditianos haciendo evidente que los grandes éxitos o retos alcanzados no son habituales que desearíamos. Retomamos aquí el concepto del hermano David Steindl-Rast, que a su vez también ha sido reflejado en nuestro refranero popular con frases tan habituales en nuestro lenguaje cargadas de sabiduría popular como “es de bien nacido, ser agradecido”, o “el que no agradece, no merece”.


3.  Hacer deporte. Está demostrado y estudiado que la práctica del deporte permite la liberación de endorfinas, que producen sensación placentera, por tanto de felicidad, de liberación, de conexión con el entorno. Si además esa práctica del deporte es en grupo o en familia, seguro que aún repercutirá mucho más en la percepción positiva por parte del niño o del adolescente.
El deporte a su vez es una válvula de escape, que nos permite liberarnos del estrés emocional que nos pueden suponer determinadas situaciones personales, y ayudarnos a valorarlas con posterioridad de forma más objetiva.


4.  Aprender a relativizar. Este principio vital lo deberíamos aprender a aplicar en diferentes ámbitos: en la vida personal, escolar, de ocio y también en el caso de los adultos en el ámbito laboral. Muchas veces nos ofuscamos ante situaciones que no son importantes, no disfrutando o valorando las cosas que lo son. Enseñar a “poner en la balanza” lo importante de lo que no lo es, en el caso de los niños es tarea de las familias y de los educadores. Si no trabajamos esta habilidad, estaremos enseñando a los niños a no tener espíritu crítico y a exponerse de forma continua ante situaciones que pueden generar importante frustración o estrés.


5.  Llevar a cabo alguna técnica de relajación. Todos sabemos que los problemas se ven y se valoran de forma diferente en el momento en que podemos tomar distancia hacia ellos. Las técnicas de relajación y meditación, al igual que también ejemplificábamos con la práctica de algún deporte, además de ser un excelente recurso para gestionar como rutina un tiempo personal para nuestro cuidado emocional, también nos ayudarán a poder ver con perspectiva los problemas, y por tanto, a valorarlos como nuevos retos, no como problemas que puedan mermar nuestro “termómetro de la felicidad personal”.


6.  Llevar a cabo alguna actividad de voluntariado. Poder ayudar a otras personas, en la medida en que nos sea posible, tanto en relación con el tiempo de dedicación como con nuestra responsabilidad, es beneficioso para la salud emocional. Es de cultura popular, la realidad de que el que ayuda a otros se ayuda a sí mismo. Que los niños u adolescentes conozcan realidades diferentes a la suya, les ayudará a valorar todo lo positivo que tienen, a aplicar el principio de la generosidad por ayudar a los demás, y en resumidas cuentas a poder ser un poquito más felices.


7.  Aprender, aprender y aprender. Adquirir conocimientos nos permite mejorar no solo nuestra base de cultura general, sino también habilidades y actitudes ante la vida. No dejes nunca de enseñar a tus hijos o alumnos, enriquecerás sus capacidades intelectuales y le ayudarás a poder ser más feliz mediante el conocimiento. 



"Quien Ayuda a otros a ser más Felices, también se ayuda a Sí Mismo"


Fuente: FAROS Sant Joan de Déu

No hay comentarios.:

Publicar un comentario