viernes, 9 de septiembre de 2016

Sexo, Amor y Esencias Florales, por Eduardo Grecco

Este libro habla sobre el amor, el sexo, la sexualidad, el erotismo, la pasión y la seducción como formas de encuentro entre los seres humanos. El sexo es una oportunidad para descubrir el sentido de nuestra vida. Cada relación sexual es una experiencia, una posibilidad de coimplicarnos en la existencia y avanzar en el proceso de evolución. Por lo tanto, el sexo sufre los avatares de nuestra vida, padece nuestros conflictos y refleja los repliegues de nuestra alma. El sexo espeja nuestra sombra para que la descubramos; el sexo enseña, cual maestro, lo que tenemos que aprender.
Al hacernos caminar, el sexo nos complica. Nos enfrenta con compromisos, comenzando con la tarea de sentir. El sexo se piensa donde no se siente y se siente donde no se piensa. Nunca es lo que parece y no parece lo que es, de manera que acercarnos al "buen sexo" no es cuestión de "tener sexo" sino de "ser sexo". El sexo no se tiene, se es. Existimos en el sexo, y cuando olvidamos este hecho, el sexo nos hace sufrir.
Pero el sexo (del que hablamos) no está en el cuerpo. Uno tiene genitales en el sitio adecuado, pero el sexo está en el alma. El sexo no se descubre con el tacto, no se saborea con el gusto, ni se huele con el olfato: se siente bajo la piel, en las dimensiones del ánima de cada cual. Por eso las patologías del sexo son heridas del alma, que sólo pueden ser curadas a partir de comprender que aparecen para decir algo, que nacen como oportunidad no como castigo, que tienen la finalidad de hacer consciente algo que ignoramos de nosotros mismos.
Penetrar o dejarse penetrar, en el sexo, es una cuestión de intimidad in-material. Lo que se revela en el sexo no es la humedad genital sino la intimidad sutil, esa región a veces olvidada que es nuestro centro permanente y dinámico, que aspiramos a realizar.
El sexo es aventura y puede ser vivido como una iniciación, inicio que sucede sustentado en el espacio de una geografía corporal que nos hace ver la sexualidad como algo vivo y hechizante, o como un aburrido deber, o como una evasión, o como... El sexo, pues, es camino. Hay que aprender a disfrutar el recorrido, aun en los precipicios, aun en el barro o en el abismo.
Del mismo modo, el amor no es algo que elegimos sino algo que nos elige. Es una experiencia que siempre acontece, que sucede de muchas mane-ras, pero lo único que no debemos dejar que ocurra es que sea una experiencia inútil. El amor es un misterio y un proceso. Nuestra alma procesa en el amor y se sostiene en el sexo de una manera que la conciencia y la razón no pueden guiar porque son ciegas para comprender las demandas del alma.
Poner alma en el sexo y el amor es dejar fluir nuestras energías interiores, todas, aun las que más rechazamos y más consternación nos causan. Sólo de este modo los genitales dejarán de ser una marca identificatoria de potencia o dominio, emblema sólido y malcriado, que pretende vivir de descarga en descarga, para convertirse en un símbolo, en una palabra, un significante involucrado en el proceso de la evolución; la sexualidad, también, dejará de ser puesta en lote sólo con el placer, para ser mirada como cartografía del viaje en pos de la individuación; los síntomas sexuales dejarán de ser mirados como un mal a suprimir para ser vistos como una señal a comprender. Así, cuando se ve el sexo como sagrado, hacer el amor se transforma en un sacra-mento y reducirlo a un acto biológico o una contienda, un sacrilegio.
Estas ideas son el punto de partida de este libro, que pueden resumir-se en un diagnóstico y en una propuesta: el hombre moderno ha perdido el valor de hechizo del sexo y debe aprender a reencantarlo y para esto tiene que poder volver a vivirlo como misterio.

Verano del 2001

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