domingo, 11 de diciembre de 2016

"El papel de la Inteligencia Emocional en el proceso de enseñanza/aprendizaje", por Amanda Céspedes



Hay un dicho: “Para aprender el alma debe estar serena”, por lo tanto el aspecto socioafectivo del niño, su armonía emocional, es esencial. Hay una relación directa entre el desarrollo de la inteligencia y el de los aspectos socioafectivos. Cuando hago clases a los profesores les digo que lo intelectual es como un guiso que vamos a preparar, ponemos la cacerola al fuego, pero el error más grande sería colocar la cacerola e irse, hay que encender el fuego. Sólo así, se va a cocinar bien el guiso. Entonces, es un error entregar y entregar contenidos a los niños sin haberse preocupado primero del aspecto emocional.
¿Cómo nos preocupamos de eso?
En los primeros cinco años de la vida lo importante para el niño es sentirse seguro, saber que lo quieren y confiar en un adulto que ha creado un vínculo con él. La creación de ese vínculo afectivo con el niño pequeño es fundamental y se consigue a partir del respeto irrestricto hacia él.
Muchas veces el adulto dice: “Yo lo respeto” y al rato siguiente, le está gritando. El respeto en los cuidados cotidianos, la valoración, lo que los conductistas llamaban el estímulo positivo, cumplen un papel relevante. El acento no debe estar puesto en “mira lo que hiciste” o “deja de hacer eso”, sino en “me encanta lo que hiciste”, “muy bien, felicitaciones”. También vale la pena mencionar aquí la música y el juego, que son grandes fuentes de alegría para el niño.
Pero nos encontramos con un problema: hay que educar emocionalmente al adulto. En Chile, de 10 adultos que tienen que ver con niños, ocho son analfabetos emocionales. Más que darles una serie de tips de qué hacer, creo que hay que educarlos emocionalmente, enseñarles las claves de la relación vincular con el resto de las personas, especialmente con los niños.
¿Qué podemos hacer los adultos para subsanar de alguna manera nuestra “mala educación emocional”?
Un gobierno que cree en la educación tiene que pensar en la transversalidad de todas las políticas públicas relacionadas con la infancia y muchas de ellas pasan por el cuidado de la salud mental del adulto. Si tenemos adultos distímicos, rabiosos, frustrados, insatisfechos, indudablemente eso va a incidir en forma directa en la posibilidad de educación de un niño.
¿Qué cosas concretas hacer? Obviamente políticas públicas que favorezcan las jornadas laborales de la mujer, que mejoren sus salarios, que amplíen el post natal de manera que el niño no tenga que ir a la sala cuna tan pequeño, que permitan a la madre amamantar a su hijo por lo menos año y medio porque la leche materna es uno de los mejores precursores de la mielina. En otras palabras, políticas públicas que tengan que ver con la felicidad del ciudadano.
Y, por otra parte, hay que trabajar con los adultos para sacar de sus cabezas un sistema de creencias que están arraigadas en el inconsciente y que les hacen mucho daño a los niños. Por ejemplo, Chile es un país donde la mayoría de los adultos cree firmemente en el valor educativo del castigo. Esto es algo que me ha costado mucho erradicar. A veces me han entrevistado y me han dicho: 
“Pero cómo, doctora, usted promueve el estilo permisivo”. No, todo lo contrario. A mí me gusta la autoridad con los niños, pero no la autoridad centrada en el castigo, porque el castigo no enseña, no educa, reprime. Algunos adultos dicen: “A mí me dieron una cachetada y no me pasó nada”, y replican el modelo.
Lo que hay que hacer con los profesores y educadoras de párvulos es casi una intervención quirúrgica: sacarles todos esos sistemas de creencias. Lo primero es hacerlos conscientes de eso, pues lo que tenemos en el inconsciente no se puede modificar. Es un trabajo enorme y lo hacen muy bien quienes dictan talleres de resolución de conflictos o de comunicación afectiva, que apuntan justamente a remover sistemas de creencias erróneos e instalar creencias sensibles, lúcidas, sensatas.
Los talleres de resolución de conflictos deben ser transversales a todos los lugares donde hay adultos reunidos, ya sea para abordar la relación entre adultos o con niños. Son imprescindibles en los colegios o instituciones educativas. A veces el profesor no sabe qué hacer frente a un conflicto entre dos niños y opta por descalificarlos a ambos, amenazarlos, avergonzarlos. Cuando uno le pregunta a ese profesor por qué humilló a ese niño, responde: “Bueno, porque cuando yo era chico así me enseñaron”. 
Ahí vemos la replicación de un sistema de creencias. Hay que decirle: “así te criaron, pero no funciona, ésta es la forma”. Los talleres de resolución de conflictos son maravillosos, enseñan muchas estrategias para abordar un conflicto.
¿Hoy tenemos más niños con déficit atencional que antes?
Todo pareciera indicar que han aumentado los niños con déficit atencional, síndrome de Asperger y otras patologías. ¿Por qué ha ocurrido eso?
En el tema del trastorno por déficit atencional sucede un fenómeno paradójico: hay un sobrediagnóstico y un infradiagnóstico. Es decir, por un error de índole conceptual se identifican con déficit atencional muchos niños que no lo tienen y no se identifican los que sí lo tienen.
¿Qué pasa? El trastorno por déficit de atención se origina por una inmadurez de la región última de la corteza cerebral en madurar, que es la región prefrontal, que madura al final. ¿Qué significa madurar? Mielinizar. En otras palabras, el trastorno por déficit de atención tiene que ver con una mielinización más lenta. Pero ocurre que la región prefrontal es muy vulnerable, muy sensible, a factores ambientales que tienen que ver con malos hábitos de vida. 
Puedo dañar o perturbar el funcionamiento de mi región prefrontal durmiendo poco o mal, alimentándome mal, viviendo en medio del estrés, jugando videojuegos de manera compulsiva, bebiendo bebidas gaseosas con una cantidad enorme de azúcar. Todo eso altera esta zona. Hoy vemos un incremento de niños que actúan como si tuvieran déficit atencional, vale decir, son tremendamente impulsivos y no se concentran, sin embargo lo único que tienen son malos hábitos de vida que, al no ser corregidos, se van perpetuando.
En los adolescentes, el consumo prematuro de alcohol daña la mielina. Entonces, todo se va concatenando para aumentar enormemente el número de niños y adolescentes que no tienen déficit atencional, pero que actúan como si lo tuvieran. Creo que fui una de las primeras en Chile que habló en la década de los 80 del seudo déficit atencional y lo anuncié: “Esto a comienzos del siglo 21 va a ser una epidemia”. No me equivoqué. En ese momento, aparecían los primeros Atari y videojuegos.
Al mismo tiempo, observamos que hay un infradiagnóstico, que se produce porque muchos chicos con déficit atencional no son hiperactivos ni impulsivos, pero tienen trastornos del aprendizaje. Y al no ser hiperactivos ni impulsivos, no se les diagnostica y su trastorno de aprendizaje se interpreta como se ha hecho por siglos: flojera. Y no se les presta la debida atención.
¿Y qué pasa con los niños con síndrome de Asperger?La prevalencia de Asperger es la misma, no ha variado, lo que ha aumentado notoriamente son niños que tienen ciertas características Asperger, aunque no el cuadro completo. Se piensa que estas características Asperger son producto de una serie de neurotoxinas que actuaron de manera muy sutil en el desarrollo del cerebro del niño el último trimestre del embarazo, neurotoxinas ambientales no del todo identificadas todavía. Algunas estarían presentes en la comida, como los aditivos químicos, preservantes y colorantes, que serían dañinos; otras dicen relación con la presencia de metales pesados en el ambiente y el estrés, que es una neurotoxina porque produce cortisol que es dañino para el cerebro. Es decir, hoy tenemos más niños con características Asperger debido a una contaminación ambiental silenciosa subterránea, pero nadie le ha puesto el cascabel al gato. Y aquí vuelve a aparecer la importancia de las políticas públicas.
También hoy estamos preocupadísimos quienes trabajamos en educación porque el uso temprano de la tablet para entretener a niños menores de tres o cuatro años causa un deterioro gravísimo de sus habilidades comunicativas. Vamos a tener una legión creciente de niños con características Asperger: que no miran a los ojos, que no son capaces de leer las claves del entorno y que no entienden la comunicación no verbal. ¿Por qué razón? Porque un niño de dos años que está todo el día pegado a la tablet no está observando el entorno. Así de simple.

Pero, como decía, la proporción de niños con estos problemas tan serios es mínima. La gran mayoría puede aprender. El dilema es, como ha dicho Howard Gadner, que “no todos los niños pueden aprender todo lo que queremos enseñarles, no todos los niños necesitan aprender todo lo que queremos enseñarles, y no todos los niños quieren aprender todo lo que queremos enseñarles”. Si tenemos claras esas tres condiciones, podemos afirmar con certeza: todos los niños pueden aprender, sólo que algunos aprenderán lo que quieren, otros lo que pueden y otros de acuerdo a sus necesidades. Incluso hay niños con retardo mental que son maravillosos en el arte de cuidar el jardín o cocinar. Eso es vida. Eso es aprender, porque el aprendizaje no sólo es escolar.


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http://www.revistadeeducacion.cl/amanda-cespedes-neuropsiquiatra-infanto-juvenil/

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