martes, 13 de diciembre de 2016

El sufrimiento: punto de encuentro entre las Flores de Bach y la psicología budista


Como terapeuta floral y practicante budista no dejan de sorprenderme, cada día, las similitudes entre la terapia floral y la filosofía budista. 
En mi opinión, esta última, abordada desde su vertiente terapéutica, es complementaria a la terapia floral. Ambas tienen la misma base: el sufrimiento inherente a la existencia humana; no es posible vivir sin afrontar día a día este hecho. 
El Dr. Bach nos dice: 
"Lo importante es el ser que sufre". 
En el budismo se explica la necesidad de reconocer el sufrimiento, de darnos cuenta de sus causas, pero también de reconocer nuestro potencial de sanación y de encontrar la manera de dejar de sufrir.
Lama Yeshe explica en su libro "Sé tu propio terapeuta" lo siguiente: 
"La psicología budista describe seis emociones básicas que causan frustración en la mente humana y perturban su paz, agitándola: 

  • la ignorancia
  • el deseo
  • el enfado
  • el orgullo
  • la duda engañosa 
  • los conceptos distorsionados 

Estas son actitudes mentales y no fenómenos externos. El budismo subraya que para eliminar estos engaños, que son la raíz de todo sufrimiento, no bastará con la fe, ya que hay que comprender su naturaleza. Si no investigas tu propia mente, con un sabio conocimiento introspectivo, nunca verás lo que hay en ella". 
El deseo es sufrimiento. Obtener objetos materiales, reconocimiento, alabanzas, en definitiva, desear aquello que nos da placer, no es en sí negativo. 
Cuando obtenemos lo que queremos, nos satisface, pero esa satisfacción es momentánea, no dura más que un instante. 
Por ejemplo, comemos un trocito de chocolate y nos gusta, pero luego queremos otro poco y otro más, nos aferramos a la sensación agradable que produce y, si seguimos y nos comemos una tableta de chocolate, probablemente tendremos una indigestión y lo que nos daba placer acaba en dolor de estómago. Es decir, obtenemos placer, no deseamos que termine y nos aferramos a él. 
Aquí es donde está el principal problema, en el apego al deseo, el aferramiento que nos genera frustración y un gran sufrimiento. Aprender que no hay nada permanente y que ese instante es sólo eso, un instante, es quizás una de las lecciones más importantes de esta vida. 
El enfado es el paso siguiente y sería la otra cara de la moneda del deseo, es decir, la aversión. Cuando no obtenemos aquello que deseamos sentimos frustración y surge el enfado con todo su poder. 
Cuando no se cumplen nuestras expectativas, es decir, cuando los demás no reaccionan como esperamos, nos critican, no piensan como nosotros, nos rechazan o sencillamente no nos ven, nos sentimos ofendidos, atacados, discriminados, juzgados, etc.; nuestro ego se siente herido. En ese momento podemos incluso llegar a odiar a nuestro amigo que se ha convertido en enemigo.
La ignorancia no se refiere a un no saber. La ignorancia básica es la creencia de que somos yo. Y creemos en ese yo como una entidad separada de los demás. Esto nos hace permanecer constantemente en el error de que esto les pasa a los demás, aquello no es mi asunto, incluso podemos llegar a sentir que es otro el que se muere o el que se enferma. Esa creencia nos hace permanecer en una gran mentira. Todo y todos estamos vinculados, no hay nada separado. Existe una total interdependencia. En nuestro día a día no hay nada que no venga dado por el esfuerzo, trabajo y sufrimiento de los demás. De hecho uno mismo no habría venido al mundo sin la cooperación de dos seres  humanos. Esto nos lleva a la responsabilidad. Es decir, todo lo que pensamos, decimos y hacemos repercute en otros seres, en una cadena de interdependencia total. 
Si aprendemos a ser conscientes de ello, a ser responsables y a no ver al otro como enemigo podremos empezar a cambiar nuestra realidad y la de nuestro entorno. Esa ignorancia básica sólo se puede erradicar a través de la sabiduría. 
El orgullo es el envanecimiento. Si uno mira desde arriba no puede ver lo que realmente hay abajo ya que su visión estará distorsionada por la distancia. Esa distancia impide el aprendizaje. No puedes ver al otro desde arriba, sino situándote a su lado. El orgullo es un no reconocimiento de esa total interdependencia. Todos dependemos los unos de los otros. Por lo que respecta a la duda, es la confusión, y cuando uno está confuso no se puede ver ni a sí mismo. 
Tanto la duda como los conceptos erróneos en el budismo, nos impiden el reconocimiento de que existe el sufrimiento, de las causas u origen del sufrimiento, la posibilidad de acabar con él y del camino para conseguirlo. 
Este tema sería muy amplio para poderlo desarrollar sólo en unas líneas. Estas emociones descritas anteriormente perturban nuestra mente humana y crean gran dolor y sufrimiento. 
En la filosofía budista la herramienta básica para acercarnos a nuestro sufrimiento, provocado por dichas emociones aflictivas, es la reflexión y la meditación o contemplación. Es decir, primero mediante la reflexión sobre lo que nos sucede en nuestra vida diaria y porqué, nos damos cuenta de que las cosas no están fuera de nosotros mismos, sino que todo empieza en nuestro interior.
Segundo, la meditación nos muestra cómo los pensamientos, emociones aflictivas, percepciones, etc., nos invaden constantemente. La atención es la herramienta fundamental que debemos utilizar para ver, como si de una película se tratara, todo lo que sucede en nuestra mente. Así aprendemos a dejar pasar y a no atraparnos a dichas emociones y sentimientos. Nos demuestra la poca consistencia de éstos y cómo, igual que cambiamos de gusto de un año a otro, de una moda a otra, podemos transformar nuestra mente, adiestrándonos en el arte de no darle a la bola, o sea, a no perseguir, a no darle importancia a todo lo que pasa por nuestra mente, porque es tan efímero como un suspiro, a ver que es totalmente inconsistente. 
Es decir, practicando la atención consciente podremos llegar a tener la experiencia de que realmente las emociones aflictivas las generamos en nuestro interior, debido a nuestro apego, aversión e ignorancia (refiriéndose aquí a lo contrario de la sabiduría). 
La meditación pues, nos ayuda a observar todo aquello que surge en nuestra mente, practicando la atención y desarrollando, poco a poco, la calma mental. 
Como vemos, sólo este acercamiento ya nos hace pensar en unas determinadas flores que nos ayudarán en la introspección o autoconocimiento, con sabiduría y buen hacer, para acercarnos a nuestro sufrimiento y a sus causas. 
En este punto podemos decir que las flores nos ayudan a reflexionar y a ese darnos cuenta (AGRIMONY y CHESTNUT BUD); a ser conscientes de emociones como el miedo (MIMULUS, ASPEN, etc.); la ira o el resentimiento (HOLLY y WILLOW), o a ver como éstas surgen de actitudes como la impaciencia (IMPATIENS); el rechazo (BEECH), o la intolerancia (VERVAIN) entre otras. Cuando aparece la duda o la confusión podemos centrarnos con CERATO o SCLERANTHUS. 
CHICORY nos ayudará a soltar, a no generar expectativas, a ir liberándonos del egoísmo. Los remedios florales en el momento de meditar nos ayudan en el proceso de la atención, en el caso de los pensamientos obsesivos, descontrolados, (WHITE CHESTNUT y CHERRY PLUM). El perfeccionismo, la rigidez o incluso el automachaque los podemos trabajar con ELM, ROCK WATER o PINE entre otras. 
La meditación nos ayuda, junto con las flores, a ser conscientes de lo que estamos viviendo y a ponernos manos a la obra en nuestro propio proceso de transformación. No sólo para aliviar nuestro sufrimiento, sino para no generárselo a los demás. 
Como sigue diciendo Lama Yeshe:
"En el budismo no estamos especialmente interesados en la búsqueda del puro conocimiento intelectual. Nos interesa mucho más comprender lo que está sucediendo aquí y ahora, comprender nuestras experiencias actuales, lo que somos en este mismo momento, nuestra naturaleza fundamental. Queremos saber cómo hallar satisfacción, cómo encontrar felicidad y alegría, en lugar de depresión y sufrimiento, cómo eliminar el sentimiento de que nuestra naturaleza es totalmente negativa.
... Tus emociones constantemente variables son como nubes en el cielo; más allá, la naturaleza verdadera y básica del ser humano es clara y pura". 
El Doctor Bach dijo en el año 1931 (conferencia en Southport en febrero de 1931) a un auditorio de médicos homeópatas:
"Pensar que el alivio puede lograrse mediante el pago en oro o en plata debe ser desterrado para siempre. La salud, al igual que la vida, es de origen divino, y sólo puede obtenerse por medios divinos. El dinero, los lujos, los viajes, pueden parecer exteriormente capaces de comprarnos una mejoría en nuestro estado físico, pero jamás podrán proporcionarnos una verdadera salud. El paciente del mañana deberá comprender que, aunque pueda obtener consejo y ayuda de un hermano mayor que lo asista en su esfuerzo, él y solamente él puede lograr el alivio de sus sufrimientos". 
Y continúa: Probablemente, la lección más grande de nuestras vidas sea aprender a ser libres; libres de las circunstancias, de nuestro entorno, de otras personalidades, y, por sobre todas las cosas, libres de nosotros mismos, ya que hasta que no lo seamos, seremos incapaces de brindarnos abiertamente y de servir a nuestros semejantes. 
Salvando las diferencias de religión y cultura ambos, Lama Yeshe y el Dr. Bach comparten esa necesidad de aliviar el sufrimiento del ser humano. No hay nadie que quiera sufrir, ni seres humanos ni animales; nadie que pudiera elegir optaría por el sufrimiento libremente. Constantemente estamos creando nuestra realidad, creyendo y alimentando percepciones erróneas que nos perturban y nos hacen vivir en el sufrimiento sin ver otra salida. Todos los seres buscamos la felicidad o simplemente estar bien y, terapias como la meditación o las flores de Bach, nos pueden ayudar conjuntamente o por separado, a acercarnos al por qué y a lo que es quizás más importante, a encontrar un camino hacia esa libertad tan anhelada. 

Autor: Cristina Blanch 
cblanch7@yahoo.es
 

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