jueves, 16 de febrero de 2017

"Una sencilla fórmula: la amabilidad"



El trabajo de los Practitioners Florales consiste en tener una larga, sentida, sincera, profunda y respetuosa conversación con el consultante (no "paciente", porque esto implicaría que el otro es alguien que espera a que uno haga el trabajo). Se finaliza la sesión, preparando una fórmula personalizada, como un brebaje mágico, para tratar las emociones que están causando conflicto en la persona.
Funciona.
El 99% de las veces funciona.
Es necesario valerse de las cifras para ser comprendido.

Como decía El Principito:
"Si les he contado de todos estos detalles sobre el asteroide B 612 y hasta les he confiado su número, es por consideración a las personas mayores. A los mayores les gustan las cifras. Cuando se les habla de un nuevo amigo, jamás preguntan sobre lo esencial del mismo. Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué tono tiene su voz? ¿Qué juegos prefiere? ¿Le gusta coleccionar mariposas?". Pero en cambio preguntan: "¿Qué edad tiene? ¿Cuántos hermanos? ¿Cuánto pesa? ¿Cuánto gana su padre?". Solamente con estos detalles creen conocerle. Si les decimos a las personas mayores: "He visto una casa preciosa de ladrillo rosa, con geranios en las ventanas y palomas en el tejado", jamás llegarán a imaginarse cómo es esa casa. Es preciso decirles: He visto una casa que vale cien mil dólares". Entonces exclaman entusiasmados: "¡Oh, qué preciosa es!".

Pero hay otra fórmula que no lleva esencias florales y, para ser sincera, no toma el "inmenso trabajo" que para algunos significa tener la constancia de estar bebiendo sus gotas.
Me atrevería a decir que funciona el 100% de las veces, el problema es que es casi imposible de aplicar.
Se trata de ser AMABLE.

¿Qué significa exactamente, al menos según el diccionario?
Amable: Que se comporta con agrado, educación y afecto hacia los demás.
Es importante recalcar que los "demás" son todos. Acá no hay excepciones.
La amabilidad no es una postura ni una herramienta de buena convivencia, es una forma de ser. Pero que se puede aprender, desarrollar y fortalecer.
No soy amable sólo cuando "me levanto con el pie derecho". Ni cuando siento que el otro se lo merece.
Voy amablemente por la vida.
Si subes al ascensor y saludas a todos, en un principio las personas se descolocan, luego responden y finalmente sonríen. Al bajarte te despides y la respuesta es espontánea y familiar.
Si vas en el taxi, nada cuesta entablar una conversación con el chofer, que se pasa el día sentado recorriendo calles, tomando y dejando pasajeros apurados. Verás que termina hablando de su vida y sintiéndose agradecido por la comunicación.
Cuando eres amable con los otros, estás siendo amable contigo mismo, te tratas con agrado, con educación y afecto, porque te permites cambiar el rictus rígido, la ensimismación, la intolerancia y el juicio. Y estos esconden emociones que dañan.
Partir el día siendo amable con los zapatos que calzas, con la cortina de tu ventana, con los alimentos de tu desayuno, con las personas que comparten tu casa. Decir "buenos días", no por costumbre, sino por la alegría de volver a verlos.
Salir a la calle y sonreír a tus vecinos, generar vida de barrio, contar con las personas que comparten tu mismo paisaje.
Si preguntas por una dirección y no te responden, pensar que esa persona ha tenido un mal día y desearle mentalmente que se resuelvan sus problemas, de todo corazón.
Si has tenido un conflicto que, por lo demás son constantes y naturales, enfrentarlo amablemente. No es a los gritos, con suspicacias y descontrol que lograremos superarlo.
El buen trato, sin excepción (ni justificaciones) cambia la célula en que vives y célula más célula conforman un organismo.
Usa la fórmula de la amabilidad y verás que es contagiosa.
Para nosotros, los occidentales, me parece que tiene más fuerza que el lindo NAMASTE.
Tal vez sí seamos TODOS UNO, pero estamos a años luz de organizarnos como tal. 
Ser Ama-ble puede ser el punto de partida. ¿Te animas a probar?

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