miércoles, 15 de marzo de 2017

"Así como la araña teje telas, nosotros fabricamos sueños..."


Vivimos en un mundo materialista desprovisto de moral: es otra razón que me ha impulsado a explorar el Evangelio. 
Las leyes que nos rigen no son «morales». 
La bondad no aparece en sus líneas. 
Las leyes están hechas para proteger al más fuerte: firmar un contrato, por ejemplo, implica ávidas batallas para evitar ser estafados. Todos los contratos se establecen sobre el robo: se trata de ver quién tendrá ventaja sobre el otro. 
El que impone su fuerza es respetado y honrado; admiramos su inteligencia y su éxito. Por el contrario, la víctima es despreciada porque se dejó engañar. 
Navegamos así en un mundo materialista edificado sobre el robo, la competición, la explotación, el egoísmo... 
Todo está diseñado para impedir que la conciencia del hombre se desarrolle, porque la conciencia molesta, trastorna. 
El sistema escolar mantiene a los niños en un nivel lejano a la toma de conciencia: un nivel que impide al mundo cambiar. 
De modo manifiesto existe una conspiración tendente a mantener al mundo tal cual es, sobre sus cimientos desprovistos de moral. 
A los sesenta años, es decir en el ocaso de la vida, tiramos a los seres humanos al basurero social. Los hemos acostumbrado a esta idea. Al aceptarla, los individuos viven acompañados de la angustia de llegar a esta edad crítica. 
Así, nos encontramos en una sociedad criminal que destruye al ser. 
Es la conspiración contra el despertar. 
¿Qué hacer? Me pregunté si al ocuparnos de sanar el mito no llegaríamos a crear una nueva moral que nos permitiera alcanzar la conciencia colectiva. 
Esta moral no tendría como fundamentos las nociones de bien o mal, sino la de belleza. 
Sin embargo, ¿qué moral podemos construir si vivimos entre personas que desprecian el espíritu tanto como a quienes lo desarrollan? 
Un individuo es considerado enemigo en el momento en que se atreve a cultivar una sensibilidad, una conciencia, una creatividad propias, en el momento en que osa convertirse en sí mismo. 
¿Qué hacer ante estos seres que consideran que el mundo les pertenece porque son la mayoría? 
¿Qué hacer ante todas esas personas para quienes la filosofía consiste en vender caro lo que obtuvieron barato, esas personas que están en competición y buscan rebajar a los otros por todos los medios posibles? 
¿Qué hacer en un mundo que se burla de cada ser y de su genio, un mundo que no necesita ni de la conciencia ni del corazón de cada uno? Un mundo que quiere que seamos compradores frustrados. 
Mi primer afán al estudiar el Evangelio es exaltarlo al buscar las más bellas interpretaciones posibles. 
Soy muy consciente de que se trata de un trabajo sin fin porque uno siempre podrá encontrar una belleza mayor. 
Espero con este trabajo contribuir a la toma de conciencia colectiva que está por venir. Pero es posible que tengamos que esperar hasta el siglo XXII para que la humanidad cambie de modo fundamental. 
¿Qué sucedería si Cristo se presentara hoy? El Cristo es un Mesías: si acude es para salvar a la humanidad. Ningún individuo puede salvarla ahora. 
Si el Cristo viene, será un Cristo colectivo. Será la iluminación de toda la humanidad. Si la humanidad entera no se ilumina, lo humano se acaba. 
El Cristo o es colectivo o no es. 
¿Y qué es el hombre? El hombre tiene que comprender que su cuerpo es el universo, que el tiempo es lo que le sucede a él, y que su conciencia es parte de la conciencia cósmica. Tenemos que comprender –aunque no lo vivamos, aunque muramos antes de verlo– que el hombre va a poblar las estrellas, que va a lograr vivir tanto como el universo, que constituirá una conciencia global y será la mente del cosmos. Si no tenemos este ideal, no vale la pena vivir. Poco a poco debemos acercarnos a este ideal. 
Nosotros no veremos la llegada de la Conciencia cósmica; no veremos los frutos de las semillas que estamos plantando. Debemos sacrificarnos, porque sólo nuestros descendientes lo verán. 
Ése es el sentido del sacrificio que nos enseñan los Evangelios: la absoluta humildad necesaria para actuar sabiendo que no veremos los resultados. 
La mala lectura del mito nos enseña a vivir en el mayor egoísmo: ensuciamos el planeta y no nos importa porque no padeceremos la catástrofe; ensuciamos nuestros cuerpos y nos autodestruimos para morir pronto y no ver los resultados de las devastaciones que estamos cometiendo. 
Sólo nos importa el tiempo que calculamos estar aquí, y el porvenir nos tiene sin cuidado, aunque sea el de nuestros hijos; vagamente nos tranquilizamos pensando que ellos se las arreglarán como nosotros. 
Pero la verdadera humildad consiste en trabajar y actuar en cada instante creyendo en la humanidad futura, en que ella llegará a abrirse al cosmos como una flor en un mañana que nosotros, tú, yo, no llegaremos a ver. 
Tenemos que pensar en lo que vendrá, y amarlo. Debemos actuar creyendo en la humanidad futura. Trabajar para ella, incansablemente. Aprender a aceptar el sacrificio. Porque de otra forma, ese cambio no se producirá. Nosotros plantaremos la semilla, nosotros trabajaremos, nosotros haremos avanzar a la humanidad hacia su realización. ¿Cómo nacen los mitos? Primero alguien los sueña, esos sueños luego son convertidos en cantos, después alguien los transforma en poemas y, finalmente, alguien más los escribe en Libros Sagrados. 
¿Y de dónde proceden estos sueños iniciales? Quizá de la misma divinidad (si somos creyentes) o de los arquetipos (si no lo somos). 
Así como la araña teje telas, nosotros fabricamos sueños...


Extracto de la Introducción del libro "Evangelios para Sanar" de Alejandro Jodorowsky, Ediciones Siruela.

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