jueves, 23 de marzo de 2017

"La Conciencia, el río que fluye constantemente"



Estamos asistiendo en las dos últimas décadas a un conocimiento cada vez más profundo del, sin duda, mayor enigma neurobiológico (the hard problem), las bases de la conciencia. Los egipcios supusieron que la conciencia estaba en el cerebro, pero los filósofos griegos dudaron entre el corazón, los pulmones y el cerebro. 

Y fueron dualistas: la mente era espiritual, y el cerebro, quizá, su asiento. Bien es verdad que cuando se habla de conciencia hay que hablar de Descartes (1596-1650), quien radicó el lugar de la unión de la mente y el cerebro en la impar glándula pineal frente a los hemisferios cerebrales, que con su bilateralidad lo hacían menos verosímil (la ausencia de histología no le permitió detectar que la pineal está constituida por dos partes, es también bilateral). 
El dualismo de Descartes fue radical, lo único verdadero en el mundo era el pensamiento (cogito ergo sum); el hombre era racional, tenía espíritu, subjetividad, conciencia, frente a los animales, que eran como objetos vivientes sin conciencia y, por consiguiente, sin sufrimiento . 
Pero los anatemas espirituales suelen desaparecer, y así fue. Desde el Renacimiento se comenzó a disecar y a estudiar el cerebro, y desde el siglo xix se analiza su fisiología. 
La concepción materialista de la conciencia ha ido ganando terreno frente a la dualista del espíritu-cerebro. Y en el pasado siglo se comenzó a reconocer un cierto grado de conciencia, de subjetividad en los animales, sobre todo en los mamíferos, cuyo cerebro tiene una construcción semejante al humano . 
A este reconocimiento contribuyó decisivamente en los años sesenta una observadora sin formación científica, Jane Goodall, quien convivió con los chimpancés en Gombe (lago Tanganica, África) y estableció de forma inequívoca que éstos tenían cierta conciencia de sí mismos y de los demás. 
Sus descubrimientos le valieron reconocimiento internacional (incluso el premio Príncipe de Asturias) y propiciaron la abolición de la experimentación invasiva con ellos. 
Como anécdota, valga la campaña que se realizó en Austria para que su Parlamento diera carta de personalidad a un chimpancé llamado Matthew Pan. 
Pero hay muchas conciencias en la conciencia humana, y una de ellas es la conciencia del otro, de lo social, representada por la ‘teoría de la mente’, capacidad de comprender o adivinar las intenciones de otras personas. 
Poco más de una década tiene su respaldo neurobiológico, las neuronas de Rizzolatti, o neuronas en espejo. De su concepto inicial de neuronas que se activan al hacer una maniobra o al ver u oír esa maniobra en otros, se ha pasado al descubrimiento de un sistema cortical de la imitación, posible base del aprendizaje y, por tanto, del lenguaje y de la cultura. 
El río que fluye constantemente, como diría el psicólogo William James, y que constituye la conciencia humana, dispone de teorías biológicas creíbles (es cierto que varias, y no muy distintas), entre las que destaca la de Edelman y Tononi, refinada recientemente por este último autor, quien sostiene que la conciencia se debe (al menos su contenido) a la gran capacidad de integración cerebral en un todo de una inmensa matriz de información (que cuantifica con la letra griega fi) que constituyen los circuitos corticotalámicos de los módulos de diferentes actividades corticales (sensoriales, motoras, mnésicas, volicionales). Esa integración, ese todo, constituiría la base de ese fluido constante, de instantes continuados de 150-200 ms de duración. que denominamos conciencia –estímulos (visuales, por ejemplo) más cortos de ese período no accederían a ella, y como ellos, muchas actividades nerviosas de nuestro cerebro–. 
Pero la conciencia humana es subjetiva, tiene un yo, un sí mismo, algo que los niños mayores de 18 meses ya reconocen en el espejo, como varios primates (bonobos, chimpancés y otros) y como algunos mamíferos (elefantes, delfines) lo hacen, y como no parecen hacerlo los perros y los gatos. 
Este yo mismo, o parte del mismo, parece depender en gran medida de unas neuronas, las neuronas de von Economo, que David G. Muñoz, neurólogo, neuropatólogo y siempre neurocientífico, analiza en una ‘Perspectiva’ de gran interés en este número de la revista.
En suma, se sigue incrementando el conocimiento neurobiológico de la conciencia y de sus mecanismos. 

Los asertos pesimistas, a veces algo burdos, como el de Colin McGiin –quien sostuvo que el hombre no puede comprender la naturaleza de la conciencia como los chimpancés no pueden comprender la teoría cuántica  – o los más refinados de algunos filósofos o del ilustre matemático de Oxford, Roger Penrose, dejan paso a nuevos descubrimientos neurobiológicos que nos hacen sumarnos a visiones más optimistas. 
Al fin y al cabo, la conciencia, como el lenguaje, es un fenómeno biológico de clara utilidad para mejorar la supervivencia humana en un medio muy complejo –y cada vez más complejo– como la vida misma.

Autor: Félix Bermejo-Pareja. 
Director de Revista de Neurología. 
Fuente: Bermejo-Pareja F. La conciencia, la conciencia de sí mismo y las neuronas de Von Economo [editorial]. Rev Neurol 2010; 50: 385-6. © 2010 Revista de Neurología

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