miércoles, 11 de enero de 2017

"Abre la mente a creer que es posible que exista más de lo que ves", Jordi Cañellas



Cuando conseguimos, en 2002, el primer huerto de los cuatro que forman la totalidad del Jardí no conocía aún la existencia de los espíritus de la naturaleza, los elementales o las devas de las plantas. A lo sumo conocía algunas referencias propias de la tradición celta y para mí solo eran meros cuentos para niños, puro folclore, leyendas de tierras más verdes y tiempos más antiguos.
Por aquel entonces cayeron en mis manos unos libros interesantes de dos autoras, una escocesa y otra estadounidense que contaban sus experiencias de comunicación consciente con las fuerzas de la naturaleza.
Una comunicación real, con seres reales que iba mucho más allá que una recopilación de leyendas y mitos. Era una vivencia en primera persona que había llevado a esas mujeres y a gentes de su entorno a establecer proyectos tangibles en lugares concretos. En Escocia el Proyecto Findhorn, hoy ampliamente conocido y en EEUU el Jardín de Perelandra.
A pesar de la distancia los proyectos tenían en común una gran coherencia en la comunicación con esos seres intangibles. Compartían un lenguaje común y unos mensajes con un mismo trasfondo místico y espiritual.
Hasta leer sus libros nunca hubiera tratado de establecer una relación consciente con las plantas y menos aún con los seres invisibles que, decían, estaban ligados a ellas.
No hubiera tratado de conectar con algo que no sabía que existía. Así al leer y sentir la coherencia empecé a creer y al creer empecé a “ver”. Aunque mi “ver”, debo confesar, nunca ha tenido nada de visual. Se trata más bien de un sentir, un saber sin palabras. Pero por mi deformación científica fueron sobretodo las pruebas las que me convencieron, definitivamente, de la existencia de un mundo invisible, inter-penetrando la naturaleza entera.
Permitidme que comparta mi recuerdo de las excursiones que organizábamos en la facultad de biología con otros compañeros biólogos de distintas especialidades. Buscábamos las respuestas que los libros no daban y sobretodo la experiencia directa de observar las especies de seres que pueblan nuestro planeta y que motivaron nuestra vocación común. En nuestro grupo eran mayoría los ornitólogos, grandes conocedores de los pájaros.
Sucedía a menudo que en las jornadas de observación mis compañeros más avezados observaban especies de pájaros raras que yo no había visto nunca. Iban nombrando las especies que veían mientras que yo, como un idiota, movía los prismáticos de aquí para allá sin ver nada. Eso pasaba solamente con las especies nuevas para mí, y especialmente con las que no había visto nunca ni en fotografía. Cuando por fin la veía por primera vez, ésta entraba a formar parte de mi mundo y sin dificultad podía observarla en cualquier lado en el que estuviera.
Este hecho que le sucedía a mi mente es extrapolable a casi todo en nuestra vida. Solo vemos lo que creemos que existe y lo nuevo o no lo vemos o lo clasificamos dentro de lo que conocemos aunque se trate de algo bien distinto. No vemos lo que hay, vemos lo que creemos que puede haber. Es la mente la que inicia la percepción y no nuestros ojos. No puedes ver el “pájaro” que está ante ti a menos que sepas que existe, o tengas una descripción de cómo debería ser.
No puedes ver, sentir, escuchar, oler aquello que está delante de nuestras narices a menos que demos permiso a nuestra mente para nombrarlo e introducirlo como algo factible en lugar de cómo algo imposible.
Así pues, si queréis ver para creer, lamento deciros que os habéis equivocado de curso y que la decepción será la única compañera que tendréis y os llevará, como no, a confirmar que no hay nada que ver pues vuestra mente ya ha decidido de antemano.
Pero si decidís creer, puede ser que en un futuro próximo lleguéis a “ver”. El “ver” para cada uno será distinto. Algunos ven con su “visión interna”, otros escuchan palabras, mensajes, algunas siente el contacto en lo físico, “la piel de gallina”; a otras las guía una intuición, una sensación de certeza, de saber que eso es así a pesar que en el nivel racional trate de negarlo. Una certeza que parte del Corazón.
Algunas escriben lo que les van dictando, otras conectan con partes de su pasado, o se les despiertan emociones o sentimientos de regreso a su hogar espiritual. El “ver” que viene del creer es diverso, aunque comparte un aspecto común. El inicio fue el creer, dar oportunidad a la duda, sentir que todo es posible, sentir que pedir una comunicación con el mundo de la naturaleza, no era una locura. Por eso tan poca gente “ve”. No porque la capacidad no esté, sino porque no cree. El miedo a hacer el ridículo, a la locura, a romper con lo establecido. La tendencia a la inercia, a dejar todo como está.
O creer, pero solo lo que la ciencia oficial ha pre-digerido. Si solo existe lo que la ciencia oficial bendice, el resto, aquello que queda fuera de su confirmación, no puede existir. Eso ciega la posibilidad de ver lo que hay en realidad.
Negar sin más es cerrar los ojos a la oportunidad. Negar es, sobre todo, miedo ante un mundo que es, todavía, mas grande de lo que imaginábamos.
Mi primera experiencia con las fuerzas de la naturaleza fue muy física, palpable. Una prueba clara para quién duda de todo.
Después de leer los libros que os comentaba y empezar a creer sentí la necesidad de experimentar dicha comunicación en el Jardí. Subí a una roca en lo alto y hablé, como lo haría con un conocido. Pedí una prueba de la existencia de los seres invisibles de la naturaleza. Necesitaba ver, aunque ya había empezado a creer. Aunque mi corazón ya sabía que debía de haber algo más que bullía en el interior de todo lo existente.
Por aquel entonces un muro de piedra separaba los dos niveles del Jardí y solo se podía acceder por uno de los extremos de forma que para bajar agua, rocas, abono o lo que necesitáramos debíamos andar y desandar más de 50 metros cada vez. Siempre pensaba que en el centro de ambos niveles deberíamos construir una escalera para facilitar el acceso.
Un par de días después de pedir de corazón una prueba de que las fuerzas invisibles del Jardí me escuchaban y querían que trabajáramos juntos, la acequia que llevaba el agua por el nivel superior se llenó de hojas y barro y se taponó, de forma que el agua inundó la tierra y la empapó de tal manera que el muro de piedra cedió exactamente por el centro de ambas parcelas dejando un bajante de rocas en forma de escalera. Solo tuvimos que colocar las piedras un poco mejor para facilitar que se formaran escalones armónicos y ligarlo todo con cemento para mantenerlo firme.
Para mi mente racional esa fue una gran prueba, en un lenguaje claro, contundente. Un grito en alto que le decía a mi parte científica que sí, aquí estamos. Sí, queremos colaborar, sí, podemos trabajar juntos y, como no, sí, existimos, así como tu existes.
Solo me quedó decir Gracias. Y desde entonces agradecemos su disponibilidad, paciencia, asistencia, confianza y el hecho de saber que no estamos solos en este universo inmenso y multidimensional.
Abre la mente a creer que es posible que exista más de lo que ves.
Abre la mente a desear el contacto consciente con las fuerzas de la naturaleza.
Abre la mente con la intención de restablecer ese contacto que siempre ha existido entre tú y la naturaleza. Pues Somos Uno con ella. Y al Ser Uno esa comunicación es posible y constante.
Abre para recordar Quien Eres.


Autor: Jordi Cañellas Puiggròs, nacido en Igualada en 1969. Estudió Biólogía, Botánica y Ecología por la UAB, Postgrado en Fitoterapia Clínica, Naturópata, Geocromoterapeuta, Maestro de Reiki, Terapeuta floral.
Fuente: https://eljardidelesessencies.com/2017/01/05/creer-para-ver/

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