sábado, 14 de enero de 2017

"La pérdida de la Inocencia", Miguel Ruiz



Los humanos somos, por naturaleza, seres muy sensibles. Pero si tenemos una 
sensibilidad tan elevada es porque percibimos todas las cosas a través del cuerpo 
emocional. Este cuerpo emocional es como un aparato de radio que se puede 
sintonizar para percibir determinadas frecuencias o bien para reaccionar frente a otras. 
La frecuencia normal de los seres humanos antes de la domesticación se ajusta en la 
exploración y el disfrute de la vida; estamos sintonizados para amar. De pequeños no 
definimos el amor como un concepto abstracto, sólo lo vivimos. Es tal como somos. 
Tanto el cuerpo emocional como el cuerpo físico cuentan con un componente 
parecido a un sistema de alarma que nos permite saber cuándo algo no va bien. En el 
caso del cuerpo físico este sistema de aviso es lo que denominamos dolor. 
Cuando sentimos dolor es porque hay algún problema en nuestro cuerpo, algo que 
es necesario examinar y sanar. En el caso del cuerpo emocional, el sistema de alarma es 
el miedo. Siempre que sentimos miedo es porque alguna cosa no va bien. Quizá corra 
peligro nuestra vida. 
El cuerpo emocional percibe las emociones, pero no a través de los ojos. Las 
emociones se perciben a través del cuerpo emocional. Los niños sencillamente 
«sienten» emociones, pero su mente racional no las interpreta ni las cuestiona. Esta es 
la razón por la que aceptan a determinadas personas y rechazan a otras. Cuando no se 
sienten seguros cerca de una persona, la rechazan porque son capaces de sentir las 
emociones que esa persona proyecta. Los niños perciben fácilmente cuando alguien 
está enfadado, ya que su sistema de alarma les provoca un pequeño miedo que les dice: 
«No te acerques», y siguiendo su instinto, no lo hacen. 
Aprendemos a tener un determinado estado emocional según la energía emocional 
que impregne nuestro hogar y de cómo reaccionemos personalmente a esa energía. A 
eso se debe que cada componente de la familia, aunque sean hermanos, reaccione de 
un modo diferente dependiendo de la manera en que haya aprendido a defenderse a sí 
mismo y a adaptarse a las circunstancias. Cuando los padres se pelean constantemente, 
falta la armonía y el respeto entre ellos, y se mienten, los niños siguen su ejemplo 
emocional y aprenden a ser como ellos. Y aunque les digan que no sean así y que no 
mientan, la energía emocional de sus padres y de toda su familia les hará percibir el 
mundo de una manera similar. 
La energía emocional que impregne nuestro hogar sintonizará nuestro cuerpo 
emocional con esa frecuencia. El cuerpo emocional empieza a cambiar su sintonización 
y llega un momento que deja de ser la sintonización normal del ser humano. Jugamos 
al juego de los adultos, jugamos al juego del Sueño externo y perdemos. Perdemos 
nuestra inocencia, perdemos nuestra libertad, perdemos nuestra felicidad y nuestra 
tendencia a amar. Nos vemos forzados a cambiar y empezamos a percibir otro mundo, 
otra realidad: la realidad de la injusticia, la realidad del dolor emocional, la realidad del 
veneno emocional. Bienvenidos al infierno: el infierno que los seres humanos crean, el 
Sueño del Planeta. 
Somos bienvenidos a este infierno, pero no lo hemos inventado 
nosotros. Ya estaba aquí antes de que naciésemos. 
Si observas a los niños podrás ver cómo se destruye el amor verdadero y la 
libertad. Imagínate a un niño de dos o tres años que corre y se divierte en el parque. 
mamá está mirando al pequeño y tiene miedo de que se caiga y se lastime. Entonces se 
levanta para detenerlo, pero el niño, creyendo que está jugando con él, intenta correr 
todavía más deprisa. Los coches pasan cerca, por una calle próxima, y eso intensifica 
todavía más el miedo de mamá hasta que, finalmente, lo atrapa. El niño espera que ella 
se ponga a jugar con él, y sin embargo lo único que recibe es una azotaina. ¡Boom! 
Esto le causa un sobresalto. La felicidad del niño no era otra cosa que la expresión del 
amor que emanaba de él, pero después de eso es incapaz de comprender por qué su 
madre actúa de ese modo. Con el tiempo, este tipo de sobresalto acabará por bloquear 
el amor. El niño no comprende las palabras, pero aun así, se pregunta: «¿Por qué?». 
Y de este modo, correr y jugar, una expresión del amor, ha dejado de ser algo 
seguro porque, cuando expresas tu amor, tus padres te castigan. Te envían a tu 
habitación y no puedes hacer lo que quieres. Te dicen que estás siendo un niño o una 
niña mala y eso te hace sentir humillado, significa castigo. 
En ese sistema de premios y castigos existe un sentido de la justicia y de la 
injusticia, de lo que es legítimo y de lo que no lo es. El sentido de la injusticia es como 
un cuchillo que abre una herida emocional en la mente. Después, según cómo 
reaccionemos ante la injusticia, la herida puede infectarse con veneno emocional. Pero 
¿por qué se infectan algunas heridas? Veamos otro ejemplo. 
Imagínate que tienes dos o tres años. Te sientes feliz, estás jugando, explorando. 
Aún no tienes conciencia de lo que es bueno o de lo que es malo, de lo que es correcto 
o incorrecto, de lo que deberías hacer y de lo que no deberías hacer, porque todavía no 
estás domesticado. Estás jugando en la habitación con un objeto que se encuentra 
cerca de ti. No tienes intención de hacer nada malo, ni de intentar causarle daño a 
nadie, pero estás jugando con la guitarra de tu papá. Para ti es sólo un juguete; no 
quieres hacerle el menor daño a tu padre. Pero él tiene uno de esos días en los que no 
se siente bien. Tiene problemas en su trabajo. Entra en la habitación y te encuentra 
jugando con sus cosas. Se enfada de inmediato, te coge y te da una zurra. 
Desde tu punto de vista, es una injusticia. Tu padre no hace más que entrar, y con 
su enfado, te hace daño. Confiabas plenamente en él porque es tu papá, alguien que, 
por lo general, te protege y te permite jugar y ser tú mismo. Sin embargo, ahora hay 
algo que no acaba de encajar. Ese sentido de la injusticia es como un dolor en el 
corazón. Te sientes vulnerable; te hace daño y te hace llorar. Pero no lloras únicamente 
porque te ha dado una azotaina. No es la agresión física lo que te duele; lo que te 
parece injusto es la agresión emocional. No habías hecho nada malo. 
Ese sentido de la injusticia abre una herida emocional en tu mente. Tu cuerpo 
emocional está herido, y en ese momento, pierdes una pequeña parte de tu inocencia. 
Aprendes que no puedes confiar siempre en tu padre, y aun en el caso de que tu mente 
todavía no lo sepa, porque no lo analiza, sí lo comprende: «No puedo confiar». Tu 
cuerpo emocional te dice que existe algo en lo que no puedes confiar y que ese algo 
puede repetirse. 
Quizá reacciones con miedo; quizá con enfado o con timidez o sencillamente te 
pongas a llorar. Pero esa reacción ya es producto del veneno emocional porque, la 
reacción normal antes de la domesticación es que, cuando tu papá te da una bofetada, 
tú quieras devolvérsela. Le pegas o sólo intentas levantar la mano, pero lo único que 
consigues con eso es que él se enfade todavía más contigo. Solamente has levantado la 
mano, pero has conseguido que reaccione con mayor enfado y recibes un castigo 
todavía peor. Ahora sabes que te destruirá. Ahora le tienes miedo y dejas de defenderte 
porque eres consciente de que, si lo hicieses, únicamente conseguirías empeorar las 
cosas. 
Sigues sin comprender el porqué, pero sabes que tu padre puede incluso matarte. 
Esto abre una herida atroz en tu mente. Antes de que ocurriese todo, tu mente estaba 
completamente sana; eras del todo inocente. Sin embargo, ahora, después de estos 
acontecimientos, la mente racional intenta hacer algo con esa experiencia. Aprendes a 
reaccionar de un modo determinado, de una manera particular, tuya. Guardas la 
emoción en ti y eso cambia tu forma de vivir. Y a partir de entonces, esta experiencia 
se repite cada vez con mayor frecuencia. La injusticia proviene de mamá y de papá, de 
los hermanos y de las hermanas, de los tíos y las tías, del colegio, de la sociedad, de 
todos. Con cada miedo aprendes a defenderte, pero no lo haces de la misma manera 
que antes de la domesticación, cuando te defendías y seguías jugando. 
Ahora hay algo dentro de la herida que, en un principio, no parece representar un 
gran problema: el veneno emocional. No obstante, el veneno emocional se acumula y 
la mente empieza a jugar con él. A continuación, el futuro empieza a preocuparnos un 
poco porque tenemos el recuerdo del veneno y no queremos que vuelva a ocurrir. 
También tenemos recuerdos de cuando hemos sido aceptados; recordamos a mamá y a 
papá siendo buenos con nosotros y viviendo en armonía. 
Queremos esa armonía pero 
no sabemos de qué modo crearla. Y, como estamos en el interior de la burbuja de 
nuestra propia percepción, nos parece que cualquier cosa que sucede a nuestro 
alrededor ha sido provocada por nosotros. Creemos que mamá y papá se pelean por 
nuestra culpa incluso cuando no tiene nada que ver con nosotros. 
Poco a poco perdemos nuestra inocencia; empezamos a sentir resentimiento, y 
después, ya no perdonamos más. Con el tiempo, estos incidentes e interacciones nos 
enseñan que no es seguro ser quienes realmente somos. Por supuesto, la intensidad de 
todo esto varía en cada ser humano según sea su inteligencia y su educación. 
Dependerá de muchos factores. Si tienes suerte, la domesticación no será tan fuerte. 
Ahora bien, si no eres tan afortunado, la domesticación puede ser tan dura y causar 
unas heridas tan profundas que incluso tengas miedo de hablar. El resultado es: «Oh, 
soy tímido». La timidez es el miedo a expresarse uno mismo. Quizá creas que no sabes 
bailar o cantar, mas esto es sólo la represión de un instinto humano natural: expresar el 
amor. 
Los seres humanos utilizamos el miedo para domesticar a otros seres humanos; 
cada vez que experimentamos una nueva injusticia, nuestro miedo aumenta. 
El sentido 
de la injusticia es como un cuchillo que abre una herida en nuestro cuerpo emocional. 
El veneno emocional se genera a partir de la reacción frente a lo que consideramos una 
injusticia. Algunas heridas se curarán, pero otras se infectarán con más y más veneno. 
Cuando estamos llenos de veneno emocional, sentimos la necesidad de liberarlo, y para 
deshacernos de él, se lo enviamos a otra persona. ¿Y cómo lo hacemos? Pues captando 
su atención. 
Tomemos el ejemplo de una pareja corriente. Por la razón que sea, la mujer está 
enfadada. Está llena de veneno emocional debido a una injusticia que tiene su origen 
en el marido. Éste no se encuentra en casa, pero ella recuerda la injusticia y el veneno 
aumenta en su interior. Cuando el marido llega, lo primero que ella quiere hacer es 
captar su atención porque, cuando lo haga, podrá traspasarle a él todo el veneno y 
entonces sentirse aliviada. Tan pronto le dice lo malo, estúpido o injusto que es, le 
transfiere a su marido el veneno que acumulaba en su interior. 
Habla y habla sin parar hasta que consigue captar su atención. Finalmente, él 
reacciona y se enfurece, y entonces, ella se siente mejor. Sin embargo, ahora el veneno 
recorre el cuerpo de él y siente la necesidad de desquitarse. Tiene que captar la atención 
de ella a fin de librarse del veneno, pero ya no es sólo el veneno de ella: es el veneno de 
ella más el veneno de él. Si observas esta interacción detenidamente, comprenderás que 
lo que están haciendo es hurgar en sus respectivas heridas y jugar a ping-pong con el 
veneno emocional. De este modo, el veneno seguirá aumentando sin parar hasta que, 
algún día, uno de los dos estalle. Aun así, esta es la manera en que los seres humanos 
nos relacionamos a menudo. 
Al captar la atención, la energía va de una persona a otra. La atención es algo muy 
poderoso en la mente del ser humano. De hecho, en todo el mundo las personas van 
continuamente a la caza de la atención de los demás, y cuando la capturan, crean 
canales de comunicación. Pero al igual que se transfiere el sueño y el poder, también se 
transfiere el veneno emocional. 
Normalmente, nos liberamos del veneno traspasándoselo a la persona que creemos 
responsable de la injusticia, pero si esa persona es tan poderosa que no podemos 
enviárselo, entonces lo lanzamos contra cualquier otra sin importarnos de quien se 
trate. Por ejemplo a los niños, que no son capaces de defenderse de nosotros, 
estableciendo así relaciones abusivas. De este modo, la gente que tiene poder abusa de 
los que tienen menos, porque necesita deshacerse de su veneno emocional. Hay que 
desprenderse del veneno, y por eso en ocasiones, no se tiene en cuenta la justicia; sólo 
queremos deshacernos de él, queremos paz. Esa es la razón por la que los seres 
humanos andan siempre detrás del poder, porque, cuanto más poderoso se es, más 
fácil resulta descargar el veneno sobre los que no pueden defenderse. 
Por supuesto, estoy hablando de las relaciones en el infierno, de la enfermedad 
mental que existe en el planeta. No hay que culpar a nadie de esta enfermedad; no es 
buena ni mala ni correcta ni incorrecta; sencillamente, esa es la patología normal de 
esta enfermedad. Nadie es culpable por comportarse de manera abusiva con los demás. 
Del mismo modo que la gente de aquel planeta imaginario no era culpable de que su 
piel estuviese enferma, tú no eres culpable de tener heridas infectadas con veneno. 
Cuando estás herido o físicamente enfermo, no te culpas a ti mismo por estarlo. 
Entonces, ¿por qué sentirse mal o culpable si tu cuerpo emocional está enfermo? 
Lo que sí es importante es cobrar conciencia de que tenemos este problema, ya 
que cuando lo hacemos así, tenemos la oportunidad de sanar nuestro cuerpo y nuestra 
mente emocional y de dejar de sufrir. 
Sin esa conciencia, no es posible hacer nada. Lo 
único que nos queda es continuar sufriendo las consecuencias de nuestra interacción 
con otros seres humanos, y no sólo eso, sino también sufrir a causa de la interacción 
que mantenemos con nuestro propio yo, porque también nos tocamos nuestras 
propias heridas con el único propósito de castigarnos. 
En nuestra mente hay una parte, creada por nosotros, que siempre está juzgando. 
El Juez juzga todo lo que hacemos, lo que no hacemos, lo que sentimos, lo que no 
sentimos. Nos juzgamos a nosotros mismos de manera continua y juzgamos 
incesantemente a los demás basándonos en nuestras creencias y en nuestro sentido de 
la justicia y demás estén equivocados. Sentimos la necesidad de tener «razón» porque 
intentamos proteger la imagen que queremos proyectar al exterior. Tenemos que 
imponer nuestro modo de pensar, no sólo a otros seres humanos sino también a 
nosotros mismos. 
Cuando cobramos conciencia de todo esto, comprendemos con facilidad por qué 
no funcionan las relaciones: con nuestros padres, con nuestros hijos, con nuestros 
amigos, con nuestra pareja e incluso con nosotros mismos. ¿Por qué no funciona la 
relación que mantenemos con nosotros mismos? Porque estamos heridos y llenos de 
todo ese veneno emocional que a duras penas somos capaces de manejar. Estamos 
llenos de veneno porque hemos crecido con una imagen de perfección que no se 
corresponde a la realidad, que no existe, y sentimos esa injusticia en nuestra mente. 
Hemos visto de qué modo creamos esa imagen de perfección para complacer a los 
demás, aun cuando ellos crean su propio sueño, que no guarda ninguna relación con 
nosotros. Intentamos complacer a mamá y a papá, intentamos complacer a nuestro 
profesor, a nuestro guía espiritual, a nuestra religión, a Dios. Pero la verdad es que, 
desde su punto de vista, nunca seremos perfectos. Esa imagen de perfección nos dice 
cómo deberíamos ser a fin de reconocer que somos buenos, a fin de aceptarnos a 
nosotros mismos. Pero ¿sabes qué? De todas las mentiras que nos creemos de nosotros 
mismos, esta es la más grande, porque nunca seremos perfectos. Y no hay manera de 
perdonarnos por no serlo. 
Esa imagen de perfección cambia nuestra forma de soñar. Aprendemos a negarnos 
y a rechazarnos a nosotros mismos. Según todas las creencias que tenemos, nunca 
somos lo bastante buenos o lo bastante adecuados o lo bastante limpios o lo bastante 
sanos. Siempre existe algo que el juez no acepta ni perdona jamás. Por esta razón 
rechazamos nuestra propia humanidad; es decir, esta es la razón por la que no nos 
merecemos ser felices; esta es la razón por la que buscamos a alguien que nos maltrate, 
a alguien que nos castigue. Y debido a esa imagen de perfección nos sometemos a un 
alto nivel de maltrato personal. 
Cuando nos rechazamos a nosotros mismos y nos juzgamos, cuando nos 
declaramos culpables y nos castigamos de una manera tan excesiva, tenemos la 
sensación de que el amor no existe. Parece como si en este mundo sólo existiera el 
castigo, el sufrimiento y el juicio. El infierno tiene muchos niveles diferentes. Algunas 
personas caen muy profundamente en el infierno y otras apenas están en él, pero de 
todos modos, ahí es donde se encuentran. En el infierno se dan relaciones muy 
abusivas, aunque también hay otras en las que apenas existe el abuso. 
Ya no eres un niño, así que si estás manteniendo una relación abusiva es porque 
aceptas ese maltrato, porque crees que te lo mereces. 
Y aunque la cantidad de maltratos 
que estás dispuesto a aceptar tiene un límite, debes saber que no hay nadie en el mundo 
entero que te maltrate más que tú mismo. 
El límite del maltrato que tolerarás de otras 
personas es exactamente el mismo al que te sometes tú. Si alguien te maltrata más de lo 
que tú mismo te maltratas, te alejas, corres y te escapas de él. Ahora bien, si esa 
persona te maltrata sólo un poco más de lo que tú mismo te maltratas, quizás aguantes 
más tiempo. Todavía te mereces ese maltrato. 
Por lo general, en las relaciones corrientes que mantenemos en el infierno se trata 
de pagar por una injusticia; de desquitarse. Te maltrato a ti de la manera que necesitas 
que te maltraten y tú me maltratas a mí de la manera que yo necesito que me maltraten. 
El equilibrio es bueno; funciona. La energía atrae un mismo tipo de energía, por 
supuesto, un mismo tipo de vibración. Si una persona se te acerca y te dice: «Oh, me 
maltrata tanto» y tú le preguntas: «Bueno, ¿por qué sigues ahí?» ni siquiera sabrá 
contestarte por qué. La verdad es que necesita ese maltrato porque esa es su manera de 
castigarse. 
La vida te trae exactamente lo que necesitas. En el infierno existe una justicia 
perfecta. No hay nada a lo que podamos echarle la culpa. Incluso podemos decir que 
nuestro sufrimiento es un regalo. Basta con que abras los ojos y mires lo que te rodea 
para limpiar el veneno, sanar tus heridas, aceptarte y salir del infierno.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario