sábado, 13 de mayo de 2017

"¿A quién Dedicas tu Tiempo?"


Y cuando viene mi mamá y me cuenta: 
—No sabes quién se murió, se murió Mongo Picho. 
—Ahhh, se murió. 
—¿Te acuerdas que venía a casa? 
—No… 
—Cómo que no... acuérdate. 
—Bueno, me acuerdo. ¿Y? 
—Se murió. 
Y a mí qué me importa. La verdad, la verdad, es que no me importa nada. 
Pero me importa mi mamá, a la que amo, 
y entonces, a veces, para acompañar a mi mamá, digo: 
—Pobre Mongo... 
Y ella me dice: 
—Sí, ¿viste? Pobre... 
Esto opera desde un lugar diferente de todo lo que nos han enseñado. Porque la moral aprendida parecería apuntar a un amor indiscriminado, al amor del místico, al amor supuestamente altruista, a la relación con aquellos a los que no conozco y sin embargo ayudo con genuino interés en su bienestar. 
Creo que ya dije que la diferencia en ese caso es que mi interés en ellos se deriva de mi egoísta placer de ayudar, y en todo caso de un amor genérico por los demás. 
Quiero decir, me importa el vecino de la vuelta y el niño de Kosovo y el homeless de Dallas más allá de ellos mismos, por su simple condición de seres humanos. 
Pero no me refiero aquí a esto, sino a lo cotidiano, más allá de la caridad, más allá de la benevolencia, más allá de la conciencia de ser con el todo y de aprender a amarme en los demás. 
Cuando empezamos a pensar en esto, nos damos cuenta de que en realidad no queremos a todos por igual y que es injusto andar equiparando la energía propia de nuestro interés ocupándonos de todos indiscriminadamente. 
Me parece que querer a la humanidad en su conjunto sin querer particularmente a nadie es un sentimiento reservado a los santos o una aseveración para los demagogos mentirosos y los discapacitados afectivos (aquellos que no conocen su capacidad de amar y por lo tanto no aman). 
Cuando me doy cuenta 
sin culpa 
de que quiero más a unos que a otros, 
empiezo a destinar más interés a las cosas 
y a las personas que más me importan 
para poder verdaderamente 
ocuparme mejor de aquellos a quienes más quiero. 
Parece mentira, pero en el mundo cotidiano muchas personas viven más tiempo ocupándose de aquellos que no les importan que de aquellos a quienes dicen querer con todo su corazón. 
Pasan más tiempo tratando de agradar a gente que no les interesa que tratando de complacer a la gente que aman. Esto es una necedad. 
Hay que ponerlo en orden. Hay que darse cuenta. No es inhumano que yo sea capaz de canalizar el poco tiempo que tengo para ponerlo prioritariamente al servicio de aquellos vínculos que construí con las personas que más quiero. 
Tengo que darme cuenta de la distorsión que implica pasar más tiempo con quienes no quiero estar que con los que realmente quiero. 
Una cosa es que yo dedique una parte de mi atención para hacer negocios y mantenga trato cordial con gente que no conozco ni me importa, y otra cosa es la perversa propuesta del sistema que sugiere vivir en función de ellos. 
Esto es enfermizo, aunque ellos sean mis clientes más importantes, el jefe más influyente, un empleado eficaz o los proveedores que me permiten ganar más dinero, más gloria o más poder.
Tómense un minuto para saber de verdad quiénes son las quince, ocho, dos o cincuenta personas en el mundo que les importan. No se preocupen pensando que tal vez se olviden de alguien, porque si se olvidan quiere decir que ESE no era importante. 
Hagan la lista (no incluyan a los hijos, ya sabemos que nos importan más que nada) y quizás confirmen lo que ya sabían. O quizás se sorprendan. 
Pueden completar esta historia dando vuelta la página y, sin ver la lista anterior, escribir los nombres de las diez personas para quienes ustedes creen ser importantes (dicho de otra manera, la lista de aquellos que nos incluirían en sus listas). 
No importa que sean o no las mismas diez personas del otro lado, quizás confirmen que hay personas a quienes queremos pero que mucho no nos quieren, y que hay gente que nos quiere pero que nosotros mucho no queremos. 
Vale la pena investigarlo. Tiene sentido la sorpresa. 
Porque entonces vamos a poder discriminar con mucha más propiedad el tiempo, la energía y la fuerza que usamos en función de estos encuentros.

Fuente: De el libro "El Camino del Encuentro" de Jorge Bucay

No hay comentarios.:

Publicar un comentario